“Trabaja. Ve a cubrir el Festival Rock y Ruedas en Avándaro. Pasarás la noche a la intemperie. Abrígate. Ve.”

Un hombre inolvidable

Miguel Reyes Razo

Miguel Reyes Razo

Meses atrás, cuando celebraba a los que comisionó para la cobertura del Mundial México 70, el director de Diario de la Tarde me participó de su plática y al final de esa celebración me invitó a trabajar a su lado.

A madrugar se ha dicho. El periódico nacía la víspera de su aparición. Desde el mediodía y la tarde-noche se procuraba la información. La “fuente” policíaca recorría entre las 5 y las 7 de la mañana las delegaciones, donde revisaba actas recientes. Delitos frescos eran la nota fuerte.

Don Raúl E. Puga madrugaba más que ninguno de los integrantes de la plantilla de informadores. Hombre de sonrisa amable y modales muy educados, refinados para tratar a sus colaboradores. Animaba la acción. Instruía sin vanidad. Le apasionaba el saber. Señor reposado, no mudaba su templanza. Jamás le escuché ufanarse de su cultura o deturpar –por ignorancia–a ninguno.

Muchos años después lamenté y lamento no haber procurado su amistad y consejo. Ese tiempo sirvió y es útil hoy para decir que don Raúl E. Puga fue un ser humano ejemplar e inolvidable, un guía en el bello oficio periodístico, que nunca regateó opinión o ayuda. Nadie podrá decir que no lo escuchó con educado interés. Supo acudir en auxilio de quien a su puerta llamó.

Mi familia, Susana, mi esposa, y nuestros hijos Gendebien Susana, Miguel Alfonso y Claudia Amaranta, recuerdan con absoluta nitidez los telefonemas que procedían de don Raúl E. Puga.

“Luis R. Botello –me comunicó don Raúl– se irá de vacaciones. Tú cubrirás la Presidencia de la República. Ve a Palacio Nacional, busca a Mauro Jiménez Lazcano. Ve.”

Sentí el peso de aquella orden. Viví en Tlatelolco el 2 de octubre. Antes, en septiembre la entrada –toma– del Ejército Mexicano a Ciudad Universitaria. Empero, nunca había informado de la tarea de un presidente de la República.

Seguí las instrucciones de don Raúl e informé de la visita a México del presidente José Figueres, de Costa Rica. Encuentro con Luis Echeverría. Reunión en Yucatán.

En Mérida, en CORDEMEX lo entrevisté. Compañeros de El GráficoEl Sol de Mediodía y de Últimas Noticias de Excélsior, me presionaron: “Comparte, danos lo que lograste. Es la costumbre. Así jalamos todos.” “Pues yo prefiero perder todas y ganar una, que salir igual que ustedes”, respondí. Recurrieron entonces al grabador oficial de la Presidencia de la República. Así libraron el escollo.

A mi vuelta, don Raúl me recibió sensiblemente satisfecho de mi trabajo.

“Mereces un premio y te lo daré ahora mismo. Te invito a mi casa, con tu esposa a comer en mi casa. Vendrán a mi mesa. Vivo en Tlacopac… San Ángel.”
Y Susana y yo fuimos a casa de don Raúl. Siempre lo agradecimos.

En mi carrera periodística don Raúl E. Puga destaca por su afabilidad, ejemplo, sencillez y elevada estatura intelectual. Todas las mañanas nos regalaba una sonrisa en Diario de la Tarde. Su ejemplo nutre carreras y aptitudes.

A iniciativa de Jaime Andrés Arroyo hoy lo recordamos con el gusto que nos dio conocer a un hombre inolvidable.

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