Edvard Munch y Karl Ove Knausgard
Alejandro García Abreu
La desesperación
Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968) publicó Mi lucha –obra autobiográfica compuesta por seis novelas– entre 2009 y 2011, en las cuales explora la angustia. La muerte del padre implica la desesperanza etílica: “Cuando bebo, también tengo lagunas de memoria y pierdo el control de mis actos, que suelen volverse desesperados y estúpidos, pero a veces también desesperados y peligrosos. Por eso ya no bebo.”
Un hombre enamorado ahonda en el fallecimiento de su madre: “Murió mientras dormía. Se acabó su angustia. Uno podría preguntarse de qué sirvió tanta angustia.” En La isla de la infancia la angustia ilumina el rostro de un personaje. Tiene que llover constituye una ruptura de la psique: “La angustia y la vergüenza que sentí al despertarme eran tan violentas que tenía la sensación de estar a punto de reventar.” Fin incluye una reflexión desoladora: “Desesperación, culpa y angustia eran los ardientes sentimientos…” Afirma: “La angustia devora a las personas desde dentro, es más grande que ellas, monstruosa, imposible de contentar, y devora las relaciones, porque lo único que quiere es que todos estén siempre muy cerca.” El autor de Mi lucha vincula esa angustia con aquella que percibe en la obra del célebre artista plástico Edvard Munch (Loiten, 1863-Oslo, 1944).
Una curaduría narrativa
El catálogo Edvard Munch: love and angst (Thames & Hudson/British Museum, Nueva York, 2019) [Edvard Munch: amor y angustia] contiene una entrevista entre la curadora del British Museum e historiadora Giulia Bartrum y Karl Ove Knausgård. El escritor noruego narra que el Museo Munch le pidió curar una exposición sobre el artista de Loiten en 2017. Lo eligieron, dice, porque querían resaltar la escritura:
Debo haberlos decepcionado, porque prohibí todo tipo de escritura en la exposición, por lo que no había nombres de pinturas, ni siquiera fechas de ellas. Quería deshacerme de la mayor cantidad posible de cosas que generan un sesgo en nuestra experiencia visual. […] Elegí casi sólo pinturas desconocidas, muchas que nunca antes se habían mostrado. El Museo Munch tiene una enorme colección –alrededor de 20,000 grabados y 1,000 pinturas– en un almacén. Me mostraron todas las piezas y quedé asombrado. […] decidí mostrar pinturas que rara vez, o nunca, se mostraban, y luego traté de recrear la esencia de Munch y su trabajo. […] quería tener imágenes que la gente no hubiese visto, y en segundo lugar pensé que necesitaba una narrativa. Y una vez que la narrativa estuvo en su lugar, comencé a elegir. La narración era muy simple: iba del mundo exterior –jardines, soles, paisajes marinos bastante armoniosos, gente vista de lejos en el bosque, más oscuro y con cada vez menos gente, hasta que al final [el espacio] está completamente vacío– y luego miraba hacia el interior, a la existencia desnuda, antes de salir de nuevo al mundo y a las personas que lo habitan, pero esta vez de cerca: a través de los retratos.
El desasosiego
En Dictionnaire de l’art moderne et contemporain (Éditions Hazan, París, 2002) [Diccionario del arte moderno y contemporáneo] –libro editado por el pensador Gérard Durozoi (París, 1942)– se lee que el pintor y grabador noruego generó protestas en 1886 por Niño enfermo. Tres años después viajó a París, donde descubrió al grupo formado en torno a Paul Gauguin. “A la muerte de su padre, La noche (1890) y Melancolía (1891) expresarán su desasosiego.” En Berlín se relacionó con August Strindberg y con el grupo de la revista Pan. En 1893 pintó El grito y Madona e inició el conjunto llamado Friso de la vida. Abordó el aguafuerte y la litografía (1894). En 1896 expuso en París en el Salon des Indépendants.
Durante los años siguientes, consumido por la ansiedad y aquejado de problemas nerviosos, continuó su travesía por Europa y continuó con la pintura (La danza de la vida, 1900) y con el grabado (Serie Linde, 1902). Su angustia se incrementaba. “Amarga e incluso mórbida, la obra de Munch tiene su origen en su malestar personal.” Repite los mismos temas –la tensión entre padres e hijos, la pasión entre el hombre y la mujer (desde Vampiro, 1893-1894, hasta Amor y Psique, 1907) “y todas las variaciones sobre los temas del sexo y la muerte hasta el paroxismo: por ejemplo, Pubertad, delicadamente tratado en 1893 y repetido en 1914, concentrándose sobre la máscara cerrada del personaje–.” La preocupación lo dominaba. Su trabajo es un drama que, “minando las relaciones humanas, no excluye a la pintura de una naturaleza vista a través de sí misma, como fuente de grave poesía (Noche de estrellas, 1893) o decorado de escenarios más serenos (Danza en la playa, 1900-1902).”
Se trata de dos creadores noruegos atados por la angustia y el desamparo existencial.