Un científico en la Nueva España: José Mariano Mociño Lozada y el valor de la ciencia
Alberto Saladino García
Por su vocación científica fue incorporado a la Real Expedición Botánica de la Nueva España, específicamente a partir de la tercera campaña iniciada el 17 de mayo de 1790; luego participó en el grupo que estudió los recursos naturales de Guatemala, a partir de junio de 1795, cuyos exitosos resultados anticipó en la Gaceta de Guatemala y, después, de manera amplia en el libro Flora de Guatemala.
Participo de la apreciación de que José Mariano Mociño Lozada es, a decir de Jaime Labastida “el científico moderno más completo que hubo en la Nueva España en el curso de los tres siglos del Virreinato”, lo cual ha concitado el interés de Felipe Parra para producir la espléndida miniserie documental José Mariano Mociño. Asombro del Nuevo Mundo. Ante esos reconocimientos, es pertinente revisar las implicaciones epistemológicas de su obra, justamente porque esta rama del saber visualiza el vínculo entre ciencia y filosofía.
Mociño desarrolló el conocimiento científico como un tipo de saber orientado a explicar los elementos y fenómenos de la realidad, pues estuvo habilitado para adoptar y llevar a la práctica los criterios de la ciencia moderna. Así fue como aprendió, compartió y aplicó el sistema taxonómico de Carlos Linneo, el principal instrumento teórico que ampara su quehacer como naturalista.
Con base en ese sistema de clasificación descolló su actividad investigativa, a partir de su incorporación a la Real Expedición Botánica a Nueva España por iniciativa de Martín de Sessé y Lacasta, quien había sido designado director y en la cual participaron los españoles Vicente Cervantes Mendo, Juan Diego del Castillo, José Longinos Martínez, Jaime Senseve y, además de José Mariano Mociño, colaboraron los criollos José María Maldonado, Atanasio Echeverría y Godoy y Juan de Dios Vicente de la Cerda.
La praxis científica de José Mariano Mociño, coincidente con la de los demás integrantes de la Real Expedición Botánica, puede visualizarse en las cuatro fases propias de todo tipo de pesquisas: Primera, de observación y experimentación in situ, que posibilitó la recolección de especímenes que cronológicamente puede establecerse entre los años de 1790-1798 –los españoles la habían iniciado en 1787. Segunda, análisis y estudio del material recolectado y el arreglo de colecciones deshidratadas e ilustraciones, entre los años de 1799 a 1803. Tercera, comunicación de los resultados al poder real con el traslado a España de 20 mil especímenes correspondientes a 3 mil 500 especies, entre 1803 y 1804. Cuarta, conservación y preparación de materiales para su posible publicación a partir de 1805, pero que no pudo concretar por las peripecias políticas de España.
El afán de divulgación que heredó constituye el mejor tributo para conmemorarlo, como lo hacen quienes se han aplicado a la publicación de sus obras, a la exhibición de sus colecciones, a la popularización de su vida mediante documentales, etcétera. Su herencia intelectual codificada en las impresionantes obras Flora Mexicana, Plantas de la Nueva España y Flora de Guatemala, amén de sus crónicas científicas Noticias de Nutka y Descripción del volcán de Tuxtla, permiten suscribir que el trabajo de Mociño “representa el antecedente más importante del conocimiento de la diversidad vegetal de México”.
Con base en la revisión del contenido de esa monumental obra resulta factible dilucidar su concepción de la ciencia como conocimiento valioso, pues ayudó al descubrimiento y organización de los recursos naturales de la Nueva España, de las cuales un alto porcentaje fueron plantas endémicas y por tanto desconocidas para la ciencia europea; nada más ni nada menos “significó la aportación de más de mil especies nuevas a los registros hasta entonces conocidos por la ciencia”. Sus conocimientos aportados sobre los recursos naturales de la Nueva España constituyen lo más valioso de su contribución, tanto por las informaciones como por la autenticidad de su moderno quehacer científico.
Asimismo, apreció a la ciencia como saber positivo y de carácter universal, según lo prueba su fe en la difusión científica pues, a la muerte de Martín de Sessé, ocurrida en 1808, José Mariano Mociño decidió abandonar España para salvar su vida y al establecerse en Montepellier conoció a Augusto Pyramus de Candolle, afamado botánico, con quien compartió los resultados de la Real Expedición Botánica de la Nueva España y le autorizó reproducir los dibujos e informaciones contenidas en trece volúmenes, existentes en el Conservatorio Botánico de Ginebra, de manera que participó de la concepción de la ciencia como valor de la modernidad al contrariar el secretismo y fomentar la más amplia difusión de los resultados de los trabajos de investigación.
Las lecciones que debemos promover de su legado consisten en la concepción y la praxis de la ciencia como saber benéfico e imprescindible. De esta manera, será posible animar a los científicos mexicanos a continuar el inventario de la riqueza florística del país, aún inconclusa.