Borges, Mallarmé y Pessoa en los ojos de Antonio Tabucchi
Alejandro García Abreu
Un réquiem
Antonio Tabucchi (Pisa, 1943-Lisboa, 2012), uno de los escritores más importantes de nuestra época, italiano con sangre lusa –experto en Fernando Pessoa y uno de sus principales traductores–, falleció el 25 de marzo de 2012. Tabucchi escribió, entre múltiples libros, los clásicos Nocturno hindú, Réquiem –en lengua portuguesa–, Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Sostiene Pereira y Tristano muere. Fue enterrado en el Cemitério dos Prazeres, en Lisboa, donde, en 1935, fue enterrado Pessoa, aunque los restos del escritor portugués ya no se encuentran ahí. Evoco al escritor pisano con una colección de subrayados –que versan sobre Borges, Mallarmé y Pessoa– de ensayos decisivos en su oficio.
Soledad y desarraigo
Como es bien sabido, yo amo Portugal, he hablado mucho de él en algunos de mis libros, he traducido a Fernando Pessoa al italiano y le he consagrado numerosos ensayos, enseño desde hace mucho tiempo literatura portuguesa en la universidad y, quizá por encima de todo, he escrito una novela en portugués, Réquiem, a la que me siento especialmente unido. Según la acepción corriente del término, se me podría definir en cierto modo como un lusófono. // “Mi patria es la lengua portuguesa”, dijo Bernardo Soares en el Libro del desasosiego. Estamos a principios de siglo; Pessoa acaba de regresar de África del Sur, donde ha completado todos sus estudios en inglés y donde se ha criado rodeado por la cultura y la literatura inglesas. Para una persona en plena búsqueda como él, a la conquista de su identidad cultural, una frase de ese estilo resulta perfectamente plausible. Pero el pequeño empleado Soares ensaya la lengua íntima de su diario como una suerte de nicho donde halla consuelo para su soledad y su desarraigo. // Como nos enseñan los numerosos escritores del siglo XX que optaron por expresarse en una lengua que no era su idioma materno, la pertenencia a una patria lingüística es una obligación, mientras que la adopción de otro idioma significa elección, libertad, vagabundeo, aventura. // Si determinados representantes de la cultura oficial portuguesa piensan hoy que la lengua portuguesa es una patria, yo prefiero adherirme, por mi parte, a0 una frase de Bernard-Marie Koltès extraída de una de sus piezas: “Realmente, no soy del todo de aquí.” De hecho, yo estoy en París, he escrito el presente texto en francés. Y no por eso pertenezco a la francofonía.
El vidente ciego
Entre las dos grandes categorías en las que, por convención aproximada, se acostumbra a dividir la literatura de siempre, la de los aristotélicos y la de los platónicos, Borges pertenece, sin duda alguna, a la segunda de ellas. Es decir, a esa categoría de escritores y poetas que entre un objeto y la idea de un objeto prefieren cantar a esta última. En resumidas cuentas, no a lo real, sino a su conceptualización o a su quintaesencia: algo parecido, para entendernos mejor, al Dolce Stil Novo, que no cantó a la mujer, sino a su transfiguración; a los trovadores, que no cantaron al amor, sino a su ideal; a Ariosto, que no cantó a las armas y a los caballeros, sino a sus fantasmas; a Shakespeare, que no cantó al teatro del mundo, sino al Teatro como ciega divinidad de nuestra vida; a Yeats, que no cantó a su pueblo, sino a la imagen mítica que de él tenía. // A lo largo del siglo XX han sido muchos los grandes escritores que (cada uno a su manera, quede claro) han ido conformando junto a Borges el pelotón de los platónicos: por ejemplo, Pessoa, Kafka, cierto Eliot, cierto Montale. Todos ellos, aferrando la idea de lo real y relatándola o poetizándola, acabaron por elevarla a metáfora de nuestra condición humana. // Quién sabe si en realidad, como obedeciendo inconscientemente al misterioso destino de su desdichada enfermedad, Borges no ha acabado por asemejar con el tiempo a la figura del vidente ciego que imaginaron nuestros antiguos; una suerte de creador de oráculos, en cierto modo espeluznantes, dictados sub specie de relatos breves.
El Libro Absoluto
En lo que a la modernidad se refiere, quien mejor consiguió expresarla como en una declinación gramatical, casi como en un manual de instrucciones de uso, transmitiéndonos el método de ese expolio de la realidad física en beneficio de la idea platónica de la misma, es probablemente Stéphane Mallarmé, el cual, sabiendo que la carne es triste y habiendo leído todos los libros, anhelaba el Libro Absoluto (que quién sabe si no estará completamente en blanco), nuestro destino final y nuestro epítome, cuyo centro, como la esfera divina de Pascal, está en todas partes, y cuya circunferencia, en ninguna.