Macario Matus: un juchiteco tocado por la Gracia
Antonio Valle
Desde que soplan nuevos aires políticos en la República, las lenguas y las culturas originarias del país han cobrado excepcional visibilidad. No obstante el cambio de estrategia de la política cultural, la literatura binnizá –o zapoteca del Istmo– le lleva un siglo de ventaja a los propósitos institucionales. Hacia 1904 –cuando el arquitecto Adamo Boari comenzó a diseñar el Palacio de Bellas Artes–, a finales del siglo XIX, Arcadio G. Molina ya había escrito La rosa del amor y Enrique Liekens, en 1900, ya había publicado Mudubina, delicioso poemario pleno de evocaciones sensitivas y espirituales del Istmo de Tehuantepec: “Si al velorio huipil llevas bordado/ prendido a la cintura la cenefa/ con blanquísimo holán muy bien plisado/ haciendo como el verso sinalefa.”
Continuando con esta tradición literaria, hace tres décadas, en la revista Hojas de utopía, Macario Matus publicó el ensayo Tradición literaria zapoteca. En este texto, el poeta juchiteco dio cuenta de cómo la literatura binnizá fue un poderoso referente para la cultura nacional durante el siglo XX. Fueron, por ejemplo, Andrés Henestrosa con el libro Los hombres que dispersó la danza en 1929; Nazario Chacón Pineda con Estatua y danza en 1939; Vinigulaza, de Gabriel López Chiñas, en 1940; así como los poemas escritos en didxazá (zapoteco) que Pancho Nácar publicó entre 1935 y 1939. Macario explica que buena parte de la literatura binnizá, escrita indistintamente en zapoteco o en español, fue publicada en la legendaria Revista Neza (camino). Décadas después, continuando la tradición literaria planteada por los intelectuales zapotecos de la primera mitad del siglo XX, hacia 1968 –en plena ruptura política y generacional– Macario Matus y Víctor de la Cruz fundaron la revista Neza Cubi, (camino nuevo), espacio en el que publicaron temas de la cultura binnizá ilustrados con obras de Francisco Toledo, Moisés Cabrera, Hesiquio López Lucho y Alfredo Cardona Chacón. Posteriormente, a finales de los setenta, una parte considerable de la literatura y las artes visuales fueron publicadas en Guchachi Reza, revista avatar de Neza y Neza Cubi, triada de medios de comunicación fundamentales de la tradición literaria, del arte y la historia binnizá del siglo XX.
Erotismo, muerte y otras formas poéticas
Recientemente, en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes se presentó el libro La noche de tus letras (450 Ediciones y Ayuntamiento de Juchitán, 2022), antología de poesía de Macario Matus reunida por Jorge Magariño. La publicación incluye una muestra muy bien seleccionada de los quince libros de poesía que escribió Macario. Magariño estructuró este libro de la siguiente manera: la primera sección incluye poemas de carácter político y social; la segunda, poemas con una onda dimensión histórica y espiritual, y, finalmente, aparecen los poemas con mayor carga erótica. Esta antología permite contemplar de conjunto una parte significativa de la historia sensible de Juchitán ligada a la vida interior de Macario. A propósito de esta fusión, en “Recuerdos II”, escribe el poeta: “El presente es una ola bajo la piel/ para soldar los huesos de la historia.” También llama la atención el poema “Vagabundo”, en el que el poeta se asume como un cosmopolita que “gira y canta, danza en el asfalto/ como un asfódelo”, nombre este último de la rara flor que da título a uno de los poemas más importantes de William Carlos Williams, el gran poeta estadunidense, quien, evidentemente, llamó la atención del juchiteco.
Es probable que algunos lectores de los noventa y principio de los dos mil recuerden a Macario Matus como un escritor “pícaro y ocurrente”. Sus textos publicados en el suplemento Sábado, de Huberto Batis, daban cuenta de ciertos relatos breves, sagaces y divertidos. Por aquellos días, Charles Bukowski, calificado como “poeta maldito debido a su excesivo alcoholismo, pobreza y bohemia”, ya era leyenda. Los poemas “voluptuosos” de Macario publicados en La noche de tus muslos (1986) o en Poerótica (1995) se emparentan con la obra del autor de Mujeres. Además de estos ingeniosos divertimentos, para comprender la dimensión del poeta juchiteco es imprescindible leer su libro Los zapotecas binnizá, poemas escritos a partir de una cuidadosa lectura del Vocabvlario en lengva çapoteca, de fray Juan de Córdova (el diccionario colonial más grande en una lengua indígena). Son poemas metafísicos y espirituales basados en los dioses ocultos de Mesoamérica. Así se refiere Macario al dios Infinito; principio y fin de los zapotecas: “El que incendia el mundo y lo cierra como los ojos.” En este libro resulta sugestivo el poema “Dios de la Lujuria”, que aborda la excitación sexual: “Lujuria es amar con todos los dientes/ pieles, garras, uñas, bigotes, ojos de gato./ Amar y ser lujurioso es ser animal u hombre./ Lujuria y besar es ser mujer con hiel azucarada./ Cuando se acabe la tierra y sus dioses,/ el amor y la lujuria presidirán la noche, el día.” De la misma manera que buena parte de la obra gráfica y plástica de Francisco Toledo, artista con el que Macario compartió distintos proyectos y aventuras culturales, la poesía erótica del maestro binnizá también aborda lo sagrado y lo femenino, explorando libremente los temas de la sexualidad y el amor. Otros poemas suyos alcanzan gran profundidad espiritual.
Una de las fuentes más relevantes en la poética de Macario es el territorio en el que viven los muertos. Así se refiere al Mictlán: “Noche oscura a la entrada del sol/ hacia dentro…” Estos poemas, editados en 1998, son precursores del libro Laja de tiempo, publicado el mismo año. En este libro, la dimensión espiritual binnizá se engarza con la poesía mística de la cultura occidental. Desde su propia cosmovisión Macario establece un diálogo con Dante y con Milton, invitándolos a dar un paseo por el Mictlán zapoteco: “…bajaron a los abismos del placer/ conducidos por espejos múltiples”. Entonces, los poetas europeos, atentos a la palabra del binniguenda (ser binnizá): “Oyeron la creación y el abismo que produce/ al ser en toda su dimensión dinámica.” En este espejo de palabras creado por Macario, donde se entreveran realidad y mentira, virtud y delirio, cierra así su amoroso poema: “No debes avergonzarte de la imagen reproducida/ de lo que has sido, eres y serás a la última hora./ Incluso el amor está metido allí, pero no lo has visto.”
Cuentos de un juchiteco, editado por el Ayuntamiento de Juchitán y el Programa Casas del pueblo (1991), se integra por relatos de gran color regional, que, además de exponer el proverbial ingenio juchiteco, demuestran que Macario fue un narrador tan diverso que incluso exploró en el género distópico. “Luciérnaga de invierno” es un cuento en el que –por un incidente imprevisto– un orfebre de la comunidad encuentra una caja con material radioactivo. Toda vez que el artesano observa que ese material despide extraños brillos, se da a la tarea de confeccionar pulseras y collares que luego portarán las mujeres de su comunidad. Al paso del tiempo el pueblo entero comienza a sufrir los estragos producidos por la radioactividad, hasta que los servicios de salud prohíben el acceso a la zona. El argumento de este relato de ciencia ficción, además de relacionarse con la película Stalker, de Andrei Tarkovski, hace referencia al extravío de cajas con material radioactivo, así como a la fragilidad de las comunidades indígenas ante este tipo de desastres ambientales.
La Casa de la Cultura de Juchitán y otras gestiones
Macario fue un ser humano tocado no sólo por la gracia de los dioses mesoamericanos, sino también porque fue dotado de una simpatía absoluta. Pocos hombres han desplegado un sentido del humor iluminado con tanta inteligencia. El maestro, además de ser un excelente periodista cultural, también incursionó en la crítica de arte. En el libro Una mirada a la esperanza, que recientemente publicó Noe Yamahata en el Centro de Documentación de Historia Regional, el intelectual binnizá hace un despliegue de sagaces curiosidades. Entre varias historias de artistas plásticos, Macario pone en juego su agudeza crítica cuando analiza una exposición de arte oaxaqueño, señalando que “los jóvenes pintan lo que no conocen”; y agrega en un tono de abierta ironía que: “Si Paul Klee, Paul Gauguin, James Ensor o Rubens hubieran nacido en Oaxaca no serían lo que la historia del arte ha enseñado”, diciéndole a los artistas visuales del “fashion oaxaqueño”: “Pinta tu color, tu raya y sabremos de dónde eres promisorio.”
Abiertamente puede decirse que Macario Matus fue el director más brillante de Lidxi Guendabiani (La Casa de la Cultura de Juchitán), ya que, durante el período de su gestión, que va de 1979 a 1989, promovió la enseñanza de la literatura y las artes como nunca antes –ni después– se hizo. Por aquellos años la casa de la cultura se convirtió en un verdadero manantial, no sólo de la cultura binnizá, sino también de las culturas de México y el mundo. A partir de esa época, en el recinto que se convertiría en modelo de las casas de la cultura en México, un nutrido grupo de escritores, pintores y músicos binnizá alcanzarían presencia nacional e internacional. A partir de entonces se revaloró el didxazá, idioma que durante todo el siglo XX resistió a la política de Estado, política que desde que José Vasconcelos dirigiera la educación pública en 1920 se impuso contra ésta y todas las lenguas originarias.
Macario Matus también participó en la recuperación de la memoria histórica de los zapotecos. En “La Revolución en Juchitán, Oaxaca”, texto incluido en Mi pueblo durante la revolución, volumen II, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (2010), el historiador juchiteco rescata, de manera brillante y amena, una polifonía de testimonios de mujeres y hombres que participaron o presenciaron los acontecimientos épicos de un pueblo en búsqueda de libertad y democracia.
Además de ser un intelectual completo, Macario Matus fue un juchiteco muy querido por su pueblo, un auténtico precursor de la cultura istmeña –y de la cultura universal–; fue un poeta binnizá tocado por la Gracia.