Los tipos duros no bailan rebeldía y autodestrucción
(en el centenario de Norman Mailer)
Moisés Elías Fuentes
Novela publicada en 1984, Los tipos duros no bailan continuó la crítica social que caracterizó a la obra de Mailer, aunque despojada de cualquier heroísmo, incluso de los inútiles, pero sinceros, arrojos de los soldados en Los desnudos y los muertos, o de la rebeldía como creación colectiva en Los ejércitos de la noche, por lo que la novela que nos ocupa aún incordia a algunos críticos, que la tienen por gratuitamente pesimista y sarcástica.
A lo largo de las páginas de Los tipos duros no bailan,* la voz de Tim Madden devela espacios en que cohabitan, entre otros, ludópatas, alcohólicos, drogadictos, sexópatas y policías corruptos, una legión de desencantados a los que el fracasado escritor Madden retrata como un dios que en lugar de redención ofrece degradación, según se entrevé desde las primeras líneas: “Al amanecer, si la marea no había cubierto los bajíos, me despertaba a veces el griterío de las gaviotas. Cierta mañana particularmente mala, me sentí como si hubiera muerto y aquellas aves devoraran mi corazón.”
Brutal con todos, Madden también lo es consigo mismo, retratándose como un dios impostor que recibió el don no por sus méritos, sino por el matrimonio con Patty Lareine, quien se volvió millonaria al exprimir a su exmarido, aliada con un leguleyo abogado de divorcios. Abandonado por Lareine, Madden se observa como un inocuo adicto al alcohol, la marihuana, el tabaco, los delirios de grandeza y las tendencias autodestructivas:
Yo solía decir que es más fácil renunciar al amor de tu vida que dejar de fumar, y lo cierto es que estaba convencido de la verdad de esta afirmación. Pero un buen día del mes pasado, hacía de eso veinticuatro días, mi mujer me dejó. Hacía veinticuatro días. Y aprendí algo más acerca de lo que es estar dominado por un vicio.
Afamado e infamado por ególatra y machista, con Madden ajustó Mailer cuentas consigo mismo, pero también con los vicios que han signado y signan a la sociedad estadunidense; a través de la caída moral del malogrado escritor, Mailer expuso, hasta en sus mínimos aspectos, la obcecada fe de sus compatriotas en el éxito monetario como única razón de la existencia, al tiempo que reflexionó sobre la estrecha relación entre dicha fe y la cotidianidad de la violencia, que sólo deja lugar para el miedo y
el odio al otro: “¿No se sienten un poco inquietos, cuando invitan a sus fiestas a negros
desconocidos?”
Desafiante, en Los tipos duros no bailan Mailer hizo que Madden rompiera la pared de separación con las y los lectores para hablarles, de modo que la realidad de la novela trasmina a la realidad real y la subvierte, como ocurre en la crónica de la Ciudad del Infierno, que deviene alegoría de la fundación no mítica de Estados Unidos: “¡El espectáculo que ofrecía la Ciudad del Infierno, con sus pederastas, sus sodomitas y sus prostitutas transmitiendo de generación en generación las mismas enfermedades infecciosas a los mismos piratas con la barba manchada de sangre, debió de ser realmente bíblico!”
Con la fundación no mítica de Estados Unidos, Mailer desposeyó a las y los estadunidenses de su destino manifiesto como redentores de la humanidad que se revuelca en el fango de la injusticia, la infidelidad y la tiranía. En Los tipos duros no bailan, las y los compatriotas de Mailer son hombres y mujeres obesos de defectos y raquíticos de virtudes, tan simple y llanamente humanos que, como Frank Costello, pretenden escapar de la muerte diciendo “los tipos duros no bailan”. Y he ahí la mayor herejía de Mailer, la de recordar a sus coterráneos su naturaleza humana. Herejía que es sacrilegio, pero también decisión y, por ende, evolución, actos que mucha falta hacen a la sociedad estadunidense para encontrar su otredad y rescatarse a
sí misma.
*Mailer, Norman. Los tipos duros no bailan (Tough Guys Don’t Dance). Traducción de Francesc Roca. Editorial Anagrama. Barcelona, 2018. Las citas de la novela provienen de esta edición.