En 1975 se desata una polémica entre dos personajes de mente brillante, Italo Calvino y Pier Paolo Pasolini (1922-1975).

Italo Calvino y Pier Paolo Pasolini

Una polémica intelectual sobre la violencia

Roberto Bernal

El 30 de septiembre de 1975, cerca de las once de la noche, un vigilante nocturno escuchó gritos provenientes de la cajuela de un Fiat 127, en la calle Pola, en el barrio Trieste de Roma. Poco después intervino la policía, forzaron el auto y se encontraron frente a una escena espantosa: desesperada, una joven ensangrentada pedía ayuda y, junto a ella, había el cuerpo de otra joven, ya muerta. Fueron víctimas de lo que después pasaría a la historia como “La masacre del Circeo”. Tres muchachos neofascistas de la “Roma bien”, Gianni Guido, Angelo Izzo y Andrea Ghira, invitaron a Donatella Colasanti y Rosaria López, originarias del popular barrio de Montagnola, a la villa propiedad de la familia Ghira, en el municipio de San Felice, en el Circeo, y durante dos días torturaron y violaron a las dos jóvenes. López murió como producto de la tortura, mientras que Colasanti se salvó al fingir su muerte. El caso conmocionó a toda Italia, y la opinión pública hablaría de él durante meses. Su eco fue tan disruptivo que incluso los más grandes intelectuales entraron en el debate cuestionando el significado político y social de tan aberrante episodio. Uno de los primeros comentarios destacados fue de Italo Calvino, quien en octubre de 1975 escribió sobre dicho suceso en el Corriere della SeraPoco tiempo después, Pier Paolo Pasolini se sumó al debate escribiendo una furiosa carta en Il Mondo dirigida al propio Calvino, con el título inequívocamente acusatorio: “Usted dijo”. Pasolini aprovechó la oportunidad para enfatizar un pensamiento ya expresado anteriormente. Para él, los métodos de producción modernos habían destruido las culturas anteriores: la burguesía tradicional y las culturas populares ya no existían, dando paso a un modelo único de valores al que aspiraban todos, ricos y pobres. Calvino, en cambio, vio representado en el calvario sufrido por las dos jóvenes un feroz resurgimiento de la lucha de clases, donde los hijos del patrón aplastan sin piedad a sus conciudadanos, quienes tuvieron la única desgracia de nacer en un contexto diferente. En todo caso, Calvino ya no pudo responder a la carta abierta del escritor y cineasta: pocos días después, el 2 de noviembre de ese mismo año, Pasolini moriría a causa de un crimen también atroz.

Roberto Bernal

 

 

 

Carta luterana para Italo Calvino
Pier Paolo Pasolini

Il Mondo, 30 de octubre de 1975

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Usted dijo (en Corriere della Sera, el 8 de octubre de 1975): “Los responsables de la masacre del Circeo son muchos y se comportan como si lo que hicieran fuera perfectamente natural, como si tuvieran detrás un entorno y una mentalidad que los comprende y admira.”

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “En la Roma de hoy lo que resulta consternante es que estas conductas monstruosas se desarrollen en el clima de absoluta permisividad, sin la sombra de un desafío a los bloques represores…”

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “… el verdadero peligro viene de la extensión en nuestra sociedad de las capas cancerígenas…”

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “De la debilidad moral y la irresponsabilidad social (por parte de un sector de la burguesía italiana, agregó) a la práctica de la tortura y la matanza no hay más que un paso…”.

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “Vivimos en un mundo en el que el aumento de la masacre y la humillación del individuo es uno de los signos más conspicuos del devenir histórico (por lo que el crimen político y sexual parecen definiciones reductoras y optimistas en este caso, afirmó)”.

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “Los nazis pueden ser ampliamente superados en crueldad en cualquier momento.”

Pero, ¿por qué esto?

Usted dijo: “En otros países la crisis es la misma, pero incide en el grueso de una sociedad más compacta.”

Pero, ¿por qué esto?

Llevo más de dos años buscando explicar y simplificar estos porqués. Y, finalmente, me indigna el silencio que siempre me ha rodeado. Sólo se ha hecho el juicio de mi indemostrable reintegración católica. Nadie intervino para ayudarme a avanzar y profundizar en mis intentos de explicación. Ahora bien, lo que es católico es el silencio. Por ejemplo, el silencio de Giuseppe Branca, de Livio Zanetti, de Giorgio Bocca, de Claudio Petruccioli y de Alberto Moravia, a quienes había invitado nominalmente a intervenir en mi propuesta de juicio contra los culpables de esa condición italiana que usted describe con tanta ansiedad apocalíptica; usted, tan sobrio. Y su silencio a tantas de mis cartas públicas es igualmente católico. Y también el silencio de los católicos de izquierdas es católico (ellos deberían tener por fin el valor de llamarse reformistas o, incluso más valientemente, luteranos. Después de tres siglos, ya es hora).

Déjeme decirle que no es católico quien, en cambio, habla e intenta dar explicaciones quizá desde el coraje y rodeado de profundo silencio. No he sido capaz de permanecer callado, como ahora usted no es capaz de callarse. “Hay que haber hablado mucho para poder callar” (dijo maravillosamente un historiador chino). Así que hable de una buena vez. ¿Por qué?

Usted ha desplegado un cahier de doléance [listado de dolencias] en el que están ordenados hechos y fenómenos a los que no da explicación, como haría Lietta Tornabuoni o un periodista, aunque esté desencantado de la televisión. ¿Por qué?

Sin embargo, también tengo algo que decir sobre su cahier, además de la falta de los porqué. Tengo que mencionar que usted crea chivos expiatorios, los cuales son “parte de la burguesía”, “Roma” y “los neofascistas”.

De ello resulta evidente que usted se apoya en certezas que también eran válidas en otra época. Las certezas que –le comenté tiempo atrás en otra carta– nos reconfortan e incluso nos gratifican en un contexto clerical-fascista. Certezas seculares, racionales, democráticas y progresistas. Tal y como están, ya no son válidas. El devenir histórico se ha transformado, y esas certezas se han quedado como estaban.

Mencionar ahora como culpable a “una parte de la burguesía” es un discurso antiguo y mecánico, porque en la actualidad la burguesía es al mismo tiempo mucho peor que hace diez años, y mucho mejor. Toda. Incluido la de Parioli o San Babila. Es inútil que le diga por qué es peor (violencia, agresividad, disgregación del otro, racismo, vulgaridad, hedonismo brutal), como también resultaría inútil que les diga por qué es mejor (cierto laicismo, cierta aceptación de valores que pertenecía sólo a círculos compactos, votar en el referéndum y el 15 de junio).

Hablar de la ciudad de Roma como culpable, es retroceder a los más puros años cincuenta, cuando turineses y milaneses (friulanos) consideraban a Roma el centro de toda la corrupción: con manifestaciones abiertamente racistas. Roma, con su Parioli, no es en absoluto peor que Milán con su San Babila, o que Turín.

En cuanto a los (jóvenes) neofascistas, usted mismo se ha dado cuenta de que su concepción debe ampliarse inmensamente, y la posible crueldad nazi de la que usted habla (y de la que llevo tanto tiempo hablando) no sólo atañe a ellos.

También tengo que hacer mención de otro punto de su “cahier sin porqués”.

Ha destacado a los neofascistas pariolinos dentro de su interés e indignación, porque son burgueses. Su criminalidad le parece interesante porque se trata de los nuevos hijos de la burguesía. Los apartó de la oscuridad siniestra de la crónica hacia la luz de la interpretación intelectual, porque su clase social lo exige. Usted se ha comportado –me parece– como toda la prensa italiana, que ve en los asesinos del Circeo un caso que les concierne, un caso privilegiado, repito. Si hubieran sido “pobres” de los suburbios romanos –o “pobres” inmigrantes en Milán o Turín— los que hubieran realizado las mismas acciones, no se hablaría tanto de ello. Además del racismo. Porque los “pobres” de las aldeas o los “pobres” inmigrantes son considerados delincuentes a priori.

Pues bien, los “pobres” de las “aldeas” romanas y los “pobres” inmigrantes, es decir, los jóvenes del pueblo, pueden hacer –y de hecho hacen (como dicen las crónicas con una claridad espantosa)– las mismas cosas que hacen los jóvenes de Parioli, y exactamente con el mismo espíritu, que es el objeto de la “descriptividad” que usted realizó.

Los jóvenes de los suburbios de Roma celebran cientos de orgías cada noche (las llaman “artillerías”), semejantes a las de Circeo; lo que es más, también se drogan. El asesinato de Rosaria López fue –muy probablemente– premeditado (lo que no considero en absoluto un atenuante): todas las noches, esos cientos de “artillerías” suponen una cruda ceremonia sádica.

La impunidad de todos estos años para los criminales burgueses y, sobre todo, neofascistas, no tiene nada que envidiar a la impunidad de los criminales de la burguesía. (Los hermanos Carlino, en Torpignattara, gozaban de la misma impunidad que los pariolinos). La impunidad terminó milagrosamente, en gran parte, con el 15 de junio.

¿Qué se puede deducir de todo esto? Que la “gangrena” no se extienda desde unas pocas capas de la burguesía (romana, neofascista) infectando al país y, por tanto, al pueblo. Pero que existe una fuente de corrupción mucho más antigua y total. Y aquí estoy, en la repetición de la letanía.

El “modelo de producción” cambió (grandes volúmenes, bienes superfluos, función hedonista). Pero la producción no sólo generó bienes, sino también produjo relaciones sociales, humanidad. El “nuevo modelo de producción” suscitó, pues, una nueva sociedad, es decir, una “nueva cultura” que alteró antropológicamente al hombre (en este caso al italiano). Esta “nueva cultura” destruyó descaradamente (mediante el genocidio) las culturas anteriores: desde la burguesía tradicional, hasta las diversas culturas populares particularistas y pluralistas. A los modelos y valores destruidos los sustituyó con sus propios modelos y valores (aún no definidos ni nombrados), que son los de una nueva especie de burguesía. De este modo, los hijos de la burguesía adquirieron el privilegio de ejercerlos y, al realizarlo (con incertidumbre y, por tanto, con agresividad), se erigieron como ejemplo para los que no tenían el poder económico para hacerlo, y quedaron reducidos precisamente a imitadores larvarios y feroces.

De ahí su carácter siciliano, de SS. El fenómeno afecta casi al país entero. Y las razones son muy claras. Claridad que, ciertamente –lo reconozco–, no se desprende de esta lista que he elaborado aquí como un telegrama. Pero usted sabe bien cómo documentarse si desea responderme, discutir y replicar. Esto es algo que finalmente pretendo que usted haga.

P.D. Difícilmente los políticos son rescatables de una operación de este tipo. La suya es una lucha por la pura supervivencia. Cada día tienen que encontrar un gancho para permanecer adheridos e insertarse desde donde puedan luchar (por ellos mismos o por otros, no importa). La prensa refleja fielmente la cotidianidad, la vorágine en la que permanecen atrapados y arrastrados. También refleja fielmente las palabras mágicas, o las meras verborreas, a las que se integran aminorando las verdaderas perspectivas políticas (“moroteos”, “doroteos”, “alternativa”, “compromiso”, “desigualdad retributiva”). Los periodistas responsables de este reflejo parecen ser cómplices de esa mera cotidianidad mitificada como seria (como la siempre “efectiva”). Maniobras, conspiraciones, intrigas gubernamentales pasan por acontecimientos serios. Mientras que para un ojo apenas desinteresado no son más que contorsiones tragicómicas y, por supuesto, embusteras e indignas.

Los sindicalistas no pueden ser de mayor ayuda. Luciano Lama, bajo el cual todos los columnistas han adquirido la costumbre de acobardarse como cachorros temblorosos bajo el perro, no sabría decirnos nada. Es lo mismo y opuesto, es decir, opuesto e igual a Aldo Moro, con quien hace acuerdos. La realidad y las perspectivas son verbales: lo que importa es una actualidad arreglada. No importa que Lama se vea obligado a ello, mientras que los demócratas cristianos vivan de ello. Hoy parece que sólo los intelectuales platónicos (yo añadiría: marxistas) –quizás faltos de información, pero ciertamente faltos de interés y de complicidad– tienen alguna posibilidad de intuir el sentido de lo que realmente ocurre: sin embargo, con la condición, desde luego, de que su intuición sea traducida –literalmente traducida– por científicos también platónicos, en los términos de la única ciencia cuya realidad es objetivamente cierta como la de la Naturaleza, es decir, la Economía Política.

 

Última carta a Pier Paolo Pasolini

Italo Calvino

 

Corriere della Sera, 4 de noviembre de 1975

 

Ya no tuve tiempo de responder a esa carta. En El Mundo del 30 de octubre, Pasolini me dirigió una carta abierta sobre la violencia en el mundo actual, que sería uno de sus últimos escritos. Polemizaba con mi artículo del Corriere sobre la masacre del Circeo, porque yo describía un proceso de degradación de la sociedad sin dar explicaciones y, sobre todo, sin hablar de la exposición que ofrecí desde hacía tiempo: que el “consumismo” destruyó todos los valores del pasado y que, en su lugar, instauró un mundo despiadado y sin principios.

Durante la semana anterior, a quien me preguntó qué esperaba para responder, se me ocurrió decirle una broma cínica: “Espero el próximo crimen.” Nunca se debe ser cínico, ni siquiera en broma. Apenas la pronuncié, me di cuenta de que podría ser una de esas tonterías que uno no recordará con gusto haberla dicho. El mundo en el que ocurren los crímenes parece tan lejano –tan tranquilamente lejano– para quien se encuentra narrando crímenes desde la serenidad de su estudio. Y aquí han transcurridos pocos días. No tardó en ocurrir el crimen sobre el cual el periódico me pidió un nuevo artículo. Pero ya no pude responder a Pasolini: la víctima era él.

“Mencionar ahora como culpable a ‘una parte de la burguesía’ es un discurso antiguo y mecánico –escribió Pasolini en esa carta abierta–. Si hubieran sido ‘pobres’ de los suburbios romanos los que hubieran realizado las mismas acciones, no se hablaría tanto de ello… Porque los ‘pobres’ de las aldeas o los ‘pobres’ inmigrantes son considerados delincuentes a priori. Pues bien, los ‘pobres’ de las ‘aldeas’ romanas y los ‘pobres’ inmigrantes, es decir, los jóvenes del pueblo, pueden hacer –y de hecho hacen (como dicen las crónicas con una claridad espantosa)– las mismas cosas que hacen los jóvenes de Parioli, y exactamente con el mismo espíritu… ¿Qué deducir de todo esto? Que hay una fuente de corrupción mucho más lejana y total. Y aquí estoy, en la repetición de la letanía…”

El dramatismo de su reclamo, como otros de sus escritos análogos de los últimos tiempos, no puede dejar de golpearnos en la actualidad, como si hubiera querido advertirnos que presentía un peligro acechante y al que también corría continuamente a su encuentro. En esto confirmaba la imagen que siempre quiso darnos de sí: de mártir-testigo de una verdad que le pertenecía, de portador del escándalo para el propósito de su predicación moral.

“Estoy indignado por el silencio que siempre me ha rodeado”, dijo también. No era verdad; nunca como en estos tiempos su discurso ininterrumpido provocaba discusiones públicas, con sus iluminaciones de verdad y sus nubes de sombra. (Y ni siquiera era cierto que no dije lo que pensaba; es que lo integraba a otros discursos, sin mencionarlo nunca; él entendía muy bien que lo hacía para no satisfacer su egocentrismo, pero, en lugar de pagarme con la misma moneda,
me enfrentó vehementemente, como era su temperamento.)

Ahora ya no podré escapar a la personalización, porque se trata de su muerte; pero mucho menos quisiera hacerlo. Él vinculaba siempre el discurso general a su experiencia de vida; y esta mezcla de vida y obra se encuentra en las circunstancias de su muerte. Pero, a pesar de que él nunca intentó ocultar nada, creo que su vida privada sólo le concernía a él; nosotros no podemos juzgarlo. Lo que sabemos de su muerte es de una simplicidad rudimentaria, pero, cuando se llega al momento de su asesinato, todo queda por explicar. Yo diría que, tanto si todos los hechos están aquí, como si nuevos datos intervienen para enturbiar los acontecimientos, vamos a seguir preguntándonos
por qué.

Estaba preparado para declarar que coincidía particularmente con un pasaje de su carta, si hubiera escrito a tiempo la respuesta: “Resulta evidente que usted se apoya en certezas que también eran válidas en otra época. Certezas seculares, racionales, democráticas y progresistas. Tal y como están, ya no son válidas. El devenir histórico se ha transformado, y esas certezas se han quedado como estaban.” Pero una vez dicho esto, verificamos que el mundo que emergió es mucho más complejo y peor de lo que todas las predicciones racionales anunciaron (los fenómenos vinculados a una urbanización caótica, a una economía desequilibrada, a un modo de vida en el que la falta de oficios y de perspectivas es común a los diversos niveles de vida de las clases sociales, y resulta, sobre todo, dramática para los jóvenes), y que ya no es posible idealizar un mundo perdido que llevaba con él todos los gérmenes de la presente corrupción.

Las civilizaciones más rezagadas sólo podían tener ventajas sobre la nuestra cuando formaban un mundo orgánico, una totalidad armoniosa. En nuestro pasado inmediato sólo hay algunos residuos degradados de otras civilizaciones que arrastramos detrás, lo que –en lugar de prepararnos para el mañana– lo hizo más catastrófico. Las consideradas sociedades avanzadas en las que vivimos están en crisis en todos los continentes, aunque las capacidades para responder a esa crisis sean distintas. Tal vez el verdadero desarrollo sea imposible si no es de todo el planeta en conjunto, aunque parece que hoy estamos todavía lejos de ello. Deberíamos observar más lo que está sucediendo en el resto del mundo y pensar más en nuestro futuro, en las posibles transformaciones de nuestro presente.

La violencia que ahora estalla en nuestra sociedad, sin ninguna estructura, es un fenómeno nuevo, ya que las sociedades del pasado canalizaban sus impulsos agresivos hacia resultados a menudo igualmente despiadados pero colectivos. Sólo una transformación en energías dirigidas hacia fines comunes nos salvará de la fuerza destructiva de la violencia. Sé que digo cosas terriblemente genéricas y quizá banales, pero es un punto del método que quiero resaltar. Quiero decir que las escuelas están en crisis en todo el mundo, pero en el resto del mundo funcionan más o menos bien, y en nosotros no. Y que Italia puede temer convertirse en una periferia colonial –en un enorme suburbio desocupado y violento– durante al menos cincuenta años.

El gran mérito del Pasolini escritor, que siempre quiso ser a la vez hombre del escándalo y moralista, es el haber planteado el problema de una nueva moral que incluya también zonas de la experiencia consideradas oscuras, y que la moral y la ideología –todavía hoy– tienden a excluir. No es una tarea fácil, y todas las ejemplificaciones actuales parecen fluir apresuradas, tanto las que Pasolini rechazó como las que él proclamaba. Ciertamente, más de una generación se romperá la cabeza antes de construir una nueva moral que valga para todos, incluso para los que ahora están excluidos. Pero, siempre que lleguemos a tiempo, este será el camino más corto para dar sentido a los testimonios sobre la violencia que Pasolini quiso darnos con su obra y muerte.

 

Traducción de Roberto Bernal.

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