Me cortaron las alas
Omar López Monroy
Todo fracaso comienza con la luz, con el deseo de atrapar la luz para siempre.
Cristina Rivera Garza
–La mía era más grande… formato medio…
Estaba a punto de disparar cuando su voz apareció. No terminó la frase, eso me distrajo aún más. Su cuerpo frágil atrapó toda mi atención; me pregunté cómo podría manejar siquiera una cámara de 35 milímetros con sus pequeñas manos.
–¿La luz lo es todo, no crees?
De nuevo parecía querer contar más de lo que alcazaba a decir. No podía dejar de verla; sus ojos me encandilaron de inmediato con ese fulgor tan poderoso que emanaban.
–Aquel día, en cuanto se abrieron las puertas del convoy la gente de adentro se atrincheró para dejar pasar a los menos posibles, y los de afuera intentamos hacer una sola fila para ganar fuerza y entrar a como diera lugar, por lo que intenté salir de cualquier modo, incluso logré que alguien me aventara con fuerza. Al final lo conseguí, pero el estuche de mi Rolleiflex se quedó adentro. Las puertas se cerraron y en mis manos sólo estaba la correa del estuche. Corrí mientras el convoy avanzaba rumbo al túnel; en vano me aferré con todo mi ser a ella, al final tuve que soltarme, soltarla…
Enfoqué buscando que su rostro lleno de historias que surcaban como olas su piel abarcara la parte superior derecha del visor, como si fuera un ave de paso, de ésas que cruzan el inverno por ciudades extrañas, mientras ella volvía a vivir su vida a través de nuestro encuentro. Disparé con ese dejo de esperanza y nostalgia que se nos va en cada toma; tras un breve silencio lleno de ausencia lo dijo todo.
–La busqué por todas partes hasta que un par de policías me sacaron del Metro; ya era de madrugada cuando regresé a casa. Mi cámara despareció sin dejar rastro alguno. Vinieron los días grises y lluviosos: nos mudamos a otra ciudad; más tarde empecé a trabajar en la universidad, mis padres enfermaron, las deudas se acumularon; poco a poco aquel sueño de plata sobre gelatina se volvió neblina o humo o no sé qué. Los hubiera fotografiado todo… pero me cortaron las alas.
Murmuré: ¿por qué no compraste otra?
–…me cortaron las alas –contestó segura de sí misma y se fue sin decir más, mientras avanzaba para perderse en las solitarias calles de una ciudad que parecía despedirse; alzó sus brazos para
simular un vuelo pleno. Para entonces yo había ajustado la velocidad del obturador y comenzaba a disparar, justo en la tercera toma logré capturarla en pleno vuelo… Antes de abordar el taxi de regreso al Centro Histórico sentí caer con milimétrica precisión entre mi ojo izquierdo y mis lentes de textura suave y temperatura baja. Hacía décadas que no nevaba en esta parte del país, incluso del mundo. No había duda alguna: eran los últimos días del año.
* * *
Esta historia está inspirada en la anécdota que me contó, un par de veces al menos, la siempre festiva
y gran conversadora Elsa Lucía Neyra Torres (1936-17 de enero de 2022), sobre la pérdida de la única cámara fotográfica que tuvo y con la cual se dedicó a la fotografía durante algunos años; posteriormente, por diversas cuestiones personales, familiares y de género, no logró comprarse otra y continuar sus andanzas fotográficas. Durante el tiempo que se dedicó al arte fotográfico tomó clases en la Casa del Lago (UNAM) con el maestro Lázaro Blanco Fuentes (1938-2011), uno de los mejores fotógrafos de su generación, y formó parte del Grupo Fotográfico VOD:35 entre 1974-1978, encabezado por el maestro Blanco. La generación de creadores a la que perteneció Elsa impulsó cambios fundacionales para la reivindicación de la fotografía como medio de expresión artística, vigentes hasta nuestros días. Que esta pequeña historia sirva de homenaje a la querida Elsa y a las tantas fotógrafas y fotógrafos que lamentablemente han caído en el olvido, cuyas obras de repente aparecen en libros o revistas y cuyos nombres saltan en charlas ocasionales entre entusiastas, entendidos e investigadores de la fotografía en nuestro país.