El Papa Francisco recordó que la Cuaresma es un tiempo especial de conversión para “reconciliarnos con Dios”, y animó a vivir estos días con oración, ayuno y limosna.
Así lo indicó el Santo Padre en la homilía de la Misa de Miércoles de Ceniza, que presidió en la Basílica Santa Sabina en Roma.
La Eucaristía, en la que el Santo Padre presidió el rito de imposición de las cenizas, que él también recibió de manos del Cardenal Mauro Piacenza, estuvo precedida por una procesión penitencial.
En su homilía, el Papa Francisco resaltó que “el rito de la ceniza nos introduce en este camino de regreso, nos invita a volver a lo que realmente somos y a volver a Dios y a los hermanos”.
“La ceniza nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos, nos reconduce a la verdad fundamental de la vida: sólo el Señor es Dios y nosotros somos obra de sus manos”, subrayó el Papa.
La Cuaresma, continuó el Papa Francisco, “es el tiempo favorable para convertirnos, para cambiar la mirada antes que nada sobre nosotros mismos, para vernos por dentro”.
“Cuántas distracciones y superficialidades nos apartan de lo que es importante. Cuántas veces nos centramos en nuestros deseos o en lo que nos falta, alejándonos del centro del corazón, olvidándonos de abrazar el sentido de nuestro ser en el mundo”, advirtió.
La Cuaresma, continuó, “es un tiempo de verdad para quitarnos las máscaras que llevamos cada día aparentando ser perfectos a los ojos del mundo; para luchar, como nos ha dicho Jesús en el Evangelio, contra la falsedad y la hipocresía. No las de los demás, sino las nuestras”.
“La ceniza que hoy recibimos en la cabeza nos dice que cada presunción de autosuficiencia es falsa y que idolatrar el yo es destructivo y nos encierra en la jaula de la soledad”, remarcó el Papa Francisco.
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El Papa Francisco indicó luego que para realizar el camino de volver “a lo que realmente somos y volver a Dios y a los demás, se nos invita a recorrer tres grandes vías: la limosna, la oración y el ayuno”.
Estos, precisó el Santo Padre, “no se trata de ritos exteriores, sino de gestos que deben expresar una renovación del corazón”.
“La limosna no es un gesto rápido para limpiarse la conciencia, sino un tocar con las propias manos y con las propias lágrimas los sufrimientos de los pobres; la oración no es ritualidad, sino diálogo de verdad y amor con el Padre; el ayuno no es un simple sacrificio, sino un gesto fuerte para recordarle a nuestro corazón qué es lo que permanece y qué es lo pasajero”, explicó el Papa.
Entonces, continuó, con la Cuaresma “se nos ofrecen cuarenta días favorables para reencontrarnos, para frenar la dictadura de las agendas siempre llenas de cosas por hacer; de las pretensiones de un ego cada vez más superficial y engorroso; y de elegir lo que de verdad importa. No desperdiciemos la gracia de este tiempo santo”.
“Fijemos nuestra mirada en el Crucificado y caminemos. Respondamos con generosidad a las llamadas fuertes de la Cuaresma. Al final del trayecto encontraremos con más alegría al Señor de la vida, al único que nos hará resurgir de nuestras cenizas”, concluyó.