Charles Simic definió a la gran poesía como “una magnífica serenidad frente al rostro del caos.”

(1938-2023) Charles Simic: Sopesar la vida y la muerte

Alejandro García Abreu

 

La definición de la poesía

Uno de los poetas más importantes de la lengua inglesa de los siglos XX y XXI, un ensayista penetrante e ingenioso, autor de libros fundamentales como Lo que dice la hierba (1967), La incierta certeza (1985), Hotel Insomnio (1992), Una mosca en la sopa. Memorias (2000), La voz a las tres de la madrugada (2003), Mi silencioso séquito (2005), El monstruo ama su laberinto. Cuadernos (2008), El amo de los disfraces (2010) y Poemas nuevos y escogidos 1962-2012, Charles Simic (Belgrado, 1938-Dover, Nuevo Hampshire, 2023) definió a la gran poesía como “una magnífica serenidad frente al rostro del caos.” Esa descripción determinó toda su obra.

De Yugoslavia a Estados Unidos

Charles Simic –nombre adoptado por Dušan Simi?– nació el 9 de mayo de 1938 en Belgrado, capital de la entonces Yugoslavia. Con el inicio de la guerra y la ocupación de su país por parte de las potencias del Eje, su padre, un ingeniero, huyó a Italia en 1944 después de ser arrestado –narró el crítico literario Dwight Garner en The New York Times. El padre partió a Estados Unidos, pero su familia no pudo reunirse con él sino hasta 1954. Caracterizado por un humor corrosivo, Simic aseveró posteriormente: “Mis agentes de viajes fueron Hitler y Stalin.”

Asistió a clases nocturnas en la Universidad de Chicago mientras trabajaba como corrector en el Chicago Sun-Times. Se mudó a Nueva York en 1958, donde obtuvo trabajos ocasionales mientras escribía poemas por la noche. Garner recordó una confesión del autor: “Siempre escribí en inglés ya que quería que mis amigos y las chicas de las que estaba enamorado entendieran mis poemas.”

Garner rememora que los primeros dos poemas que Simic publicó aparecieron en Chicago Review en 1959, cuando tenía veintiún años. Fue reclutado por el ejército en 1961 y pasó dos años como policía militar en Alemania y Francia. Encontró su voz a su regreso, según el crítico de The New York Times.

 

Un lecho de muerte y de lectura

Alterado, Simic dio “un respingo en la cama como un petardo”, sorprendido por la idea de su propia muerte. La escena pertenece a El monstruo ama su laberinto. Cuadernos (traducción de Jordi Doce, epílogo de Seamus Heaney, Vaso Roto, Madrid, 2015). El poeta percibe a la muerte junto a su puerta, que tintinea sus llaves maestras.

“En su lecho de muerte mi padre está leyendo/ las memorias de Casanova.” Seamus Heaney aseveró que la obra de Simic está poblada de parientes y allegados, pero sus anécdotas no resultan confidenciales. “Sus historias son más bien formas de pensar el mundo”, escribió el autor irlandés en el ensayo “Abreviando, que es Simic”, epílogo de El monstruo ama su laberinto. Cuadernos. Para Heaney, las ideaciones de Simic “tienen una gravedad específica capaz de sortear la infracción surrealista de la ligereza.” Destaca su elegancia y su confianza creativa y, simultáneamente, evoca “el cuervo de la memoria serbia, del folclore y el temor.”

El ganador del Premio Nobel de Literatura en 1995 recordó que Simic tradujo a otros poetas serbios. “El traductor, como el poeta, escucha lo inexpresado”, escribió Simic en la introducción a su antología de los poemas de Ivan Lalic. Prosiguió: “Todo este asunto de la traducción me resulta particularmente interesante pues tengo, por así decirlo, dos lenguas maternas…” Para Simic, el poeta captura “una especie de fotografía mental en la que, como lectores, nos reconocemos.” También se trata de un espejo. La imagen reflejada suele ser devastadora.

Después, Heany se refiere a otros poemas de gravedad y tristeza inusitadas. Aseveró que los poemas del autor belgradense tienen la inquietante autonomía del sueño. También dijo que en algunos textos la soledad se hace patente. Heany suscribió a Simic: el poema es “un fragmento de tiempo hechizado por la totalidad del tiempo.”

 

La muerte: ese otro invisible

En sus ensayos –releo las traducciones que Rafael Vargas, gran conocedor de la obra del poeta de Belgrado, realizó de diversos textos– Simic ahondó en la muerte y en sus implicaciones.

“Roberto Calasso: Paraíso perdido” –ensayo esclarecedor de la visión del mundo que sostuvo el escritor italiano– incluye la máxima délfica “Conócete a ti mismo” –entendida como “Mírate a ti mismo”. Simic detectó en Calasso una doble mirada: cuando la conciencia se divide para examinarse a sí misma, “ese otro invisible que nos observa dentro de nosotros no es otro que nuestra muerte…” Para ambos, sólo se llega al autoconocimiento “a través del ojo de nuestra mortalidad.”

El texto en el que Simic disecciona la sátira en la obra del autor de Las aventuras de Augie March, titulado “Saul Bellow: La comedia del hombre pensante”, deviene en una meditación sobre los críticos que lo tomaron “demasiado en serio.” Los personajes de Bellow se aproximan a la filosofía como si de un instrumento satírico se tratase. Simic estudia las reflexiones de Moses Herzog sobre el romanticismo y la fenomenología, aborda las meditaciones de Charlie Citrine “sobre la muerte y la inmortalidad del alma.”

En “Pablo Neruda: El arte de hallar la poesía en lo insospechado” Simic recordó las palabras del ganador del Premio Nobel de Literatura en 1971, escritas en 1952: “La cárcel, el destierro o la muerte son medidas de ‘orden’.”

“Poesía e historia” contiene el recordatorio de que los acontecimientos históricos son detallados y reproducidos poco tiempo después de que sucedieron. Para Simic nos convierten en voyeurs, “en mirones de la cámara de la muerte.” Se refirió al horror generado por ciertas imágenes.

En “Emily Dickinson: Cajas chinas y teatros de títeres” Simic coligió: “La muerte es una especie de maestro de ceremonias que abre cajas mientras oculta otras en sus bolsillos.”

A través del ejercicio autobiográfico “En el comienzo…”, transmitió el dolor que sufrió su padre cuando la abuela de Simic falleció. “Nunca se sobrepuso a su muerte. Setenta años después, su tristeza por la breve y desdichada vida de su madre fue mayor que la idea de su propia muerte…”

La mujer amada por Simic leía novelas victorianas durante la noche mientras él leía libros de historia y novelas de misterio. “El ángel de la muerte se ponía sus gruesos lentes para atisbar por encima de nuestros hombros”, escribió en “Yo y mi insomnio.” Y en el ensayo “Acerca de los sueños” confirmó que su felicidad estaba a la vuelta de la esquina, al igual que su propia muerte.

Cuando todo queda obliterado, un verso incluido en El amo de los disfraces (2010) resuena de manera estruendosa: “La eternidad, esa callada intrusa, escucha.” Es el concepto sobre el que meditó a lo largo de su vida.

 

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