“Gente bien” y echaleganismo: la ceguera de la riqueza
Rodrigo Coronel
En un video de no más de dos minutos, una decena de jóvenes anuncian los departamentos que han vendido, probablemente a expensas del patrimonio familiar; en breves entrevistas, un creador de contenido cuestiona a los alumnos de una universidad “¿cuánto dinero traen encima?”, refiriéndose así a la marca y costo de sus prendas –nunca he visto que bajen de los 30 mil pesos. También por redes sociales nos hemos enterado de que en algunas instituciones de educación superior, siempre privadas, hay materias que encargan a sus alumnos relacionarse con “gente pobre” y, de alguna manera, humanizarlos.
Estos episodios son apenas una parte, quizá modesta, de una extendida afición por retratar la riqueza de unos pocos y folclorizar la pobreza de otros muchos. Quizás en el fuero interno de sus protagonistas no haya más que el deseo de mostrarse –afición que comparten con el resto de la humanidad gracias a las redes sociales– en los ámbitos de su intimidad. Quizá, sólo elucubro, la apabullante desigualdad mexicana les dé ese matiz de cinismo y desvergüenza que puede llegar a ser ofensivo; al margen, claro, de las expresiones cínicas y desvergonzadas que a veces se emiten.
Se trata de todo un discurso, incluso una cierta estética. Haría falta un pormenorizado estudio sociológico para advertir los rasgos que comparten quienes así se expresan, y enriquecerlo con un análisis teórico para elucidar las influencias ideológicas que sostienen su sistema de creencias. Superficialmente, lo que se desprende de su temeridad declarativa arroja un importante componente de “echaleganismo” y “mentalidad tiburón”, corrientes boyantes de la mercadotecnia moderna e hijas de la filosofía de la “autoayuda”.
Con ánimo de chacota, algunas cuentas en redes sociales pescan al vuelo esas expresiones, diseminadas aquí y allá por representantes de la gente bien. A veces puede tratarse de un comentario ligeramente racista o, en preocupantes ocasiones, de francas declaraciones xenofóbicas. Lo más estremecedor –¿enternecedor?– de todo es el tono inocentón, como al descuido, que suelen emplear para deslizar sus prejuicios.
Si esta actitud, la de la gente bien, fuera una anécdota o una moda inocente, quizá aprenderíamos a sobrellevarla y dejarla pasar; sin embargo, se trata de toda una corriente histórica. Viene a cuento aquella frase memorable consignada por Rosseau en sus Confesiones, atribuida a la reina María Antonieta pero de origen incierto, en la que una “gran princesa”, al atestiguar el hambre que asolaba a los campesinos franceses del siglo XVIII, atinó a decir: “que coman brioche”. Para algunos, como se advierte, es algo más que una pose: se trata de una propuesta política real y viable.
Enrique de la Madrid, aspirante al mismo cargo que ocupó su padre Miguel de la Madrid de 1982 a 1988, propuso hace un par de años la iniciativa “Adopta un mexicano”. En ella, los mexicanos debemos asumirnos “corresponsables de la vida de los demás”, y apoyarles “para que tengan las mismas oportunidades que otros hemos tenido y que buscamos todos los días para nuestros seres queridos”.
Me gustaría detenerme en estas últimas palabras, sobre todo porque las dice el hijo de un expresidente de México, a quien, quiero pensar, las oportunidades llegaron –incluso me atrevería a decir que acosaron– desde la cuna. Cabría esperar que las conexiones –“contactos” en el argot del emprendedurismo– son transmisibles, que las oportunidades pueden pasar de uno a otro sin importar nada más que la capacidad del receptor. Pero las dinámicas sociológicas apuntan exactamente a lo contrario.
De la Madrid no explica cómo es eso de “adoptar a un mexicano”, si hay que irlo a recoger a la cuna o ya se adopta más crecidito, pero lo que sí dice es que, de momento –hizo pública su propuesta en abril de 2020, los días rudos de la pandemia–, vendría bien concentrarse en la “alimentación para la subsistencia” y ya después “pasando la crisis, el enemigo a vencer seguirá siendo la pobreza y la falta de oportunidades”. Exactamente, que los mexicanos comamos brioche.
Esta clase de expresiones, abundantes y diarias, dan una idea de su popularidad y extendido afianzamiento entre potenciales votantes, tan es así que ya se ven algunos políticos tras ese botín. De lo que no estamos seguros es si se trata sólo de una estrategia electoral para atraerse votos, o si la propuesta política es una forma de correlato ideológico de estas expresiones de la “gente bien”. En otras palabras:
¿qué fue primero: la riqueza o las ganas de mostrarla?