«Manto de gemas» ópera prima en calidad de guionista y directora de la mexicana Natalia López Gallardo,

Cinexcusas

Luis Tovar

Al respecto de Manto de gemas, ópera prima en calidad de guionista y directora de la mexicana Natalia López Gallardo, a mediados del pasado mes de noviembre se dijo aquí, en resumen, que la cineasta “logró apenas un amontonamiento de subtramas: la de una mujer desaparecida a quien se busca, la de una mujer permanentemente histerizada que ayuda en esa búsqueda, la de una mujer policía corrompida con un hijo pre-narco al que quisiera enderezar y, ha de suponerse, la del crimen organizado en una región del país. El resultado es un total galimatías con los pies arriba y la cabeza vaya a saber dónde”.

Previamente, la cinta había ganado el Premio del Jurado en la Berlinale 2022, condición que daba pauta a suponer en ella el correspondiente número de cualidades que la hubieran hecho merecedora de un Oso de Plata, de modo que su exhibición en el más reciente Festival Internacional de Cine de Morelia, en octubre de 2022, venía precedida de unos buenos augurios finalmente incumplidos lo mismo en materia de palmarés –Manto de gemas no ganó el premio al que aspiraba en Morelia– que en cuanto al modo en que fue recibida por el público.

La naturaleza contradictoria de esta situación, es decir la de una película que arranca su periplo de exhibición desde lo alto al obtener un premio relevante, que desciende al no obtener uno de menor monto en cuanto a prestigio y que anticipa el derrumbe que conduce a la intrascendencia tan pronto se coteja con el público real –dicho así para diferenciarlo con el de un jurado, e incluso con el de un festival–, aun de manera involuntaria actualiza el debate y la reflexión en torno a eso que, en términos coloquiales, ha sido denominado como un divorcio entre cierto cine y el público masivo en México, al cual, es preciso decirlo, muy poco o de plano nada le dicen los galardones y termina por engrosar el cúmulo de películas que, de nuevo coloquialmente, “no conectan” con los cinespectadores. Actualiza también una percepción que no pocos compartimos y que ya lleva buen rato verificándose: la de que, grosso modo, hay un cine mexicano hecho con la clara y casi única intención de ganar festivales, al que le va invariablemente mal fuera de los mismos, y otro al que no le importa otra cosa que juntar billetes en la taquilla, así sufran la inteligencia, la originalidad y, a fin de cuentas, el público mismo. Vista en conjunto, la situación quizá pueda explicarse más bien como un doble divorcio: el ya aludido y el intramuros hacia el interior del propio gremio cinematográfico, que de manera simultánea camina hacia polos opuestos diametralmente.

Lo antedicho, claro está, es una generalización producida por el panorama en su conjunto y, como cualquier otra, para tener validez debe hallar sustento en algo tan concreto como una postura o una intención manifiesta. Al respecto, Manto de gemas parece venir bien como ejemplo: entrevistada en la víspera del Festival de Morelia, Natalia López Gallardo –otrora editora cinematográfica, entre otros, de Carlos Reygadas, es decir uno de esos autores considerados con razón como festivalero–, dijo entre otras cosas lo siguiente: “[Manto de gemas] es una película que no está sostenida por la narrativa, sino por su peso formal y atmosférico; puede crear incertidumbre e incomodidad en el público, pero creo que este elemento de indeterminación es la raíz de la realidad; la realidad es indeterminada y es la fuente de la indeterminación”.

En la misma entrevista, pondera también tanto la buena acogida como la animadversión simultáneamente generada: “hay gente que se siente cómoda en este vértigo […] también hay gente que le ha molestado mucho”, para rematar con el redondo lugar común según el cual, más allá de su naturaleza, lo más importante es que haya “muchas reacciones”.

¿Qué puede hacerse frente a una cinta cuya narrativa galimática proviene de una realidad cuya indeterminada raíz es fuente de indeterminación, cualquier cosa que esto signifique? Para cerrar con otro coloquialismo: “a confesión de parte, relevo de pruebas”.

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