La sorprendente fama de la pintora italiana Artemisia Gentileschi –nacida a finales del siglo XVI en Roma

Artemisa Gentileschi:

El ‘protofeminismo’ plástico y vital

Alejandra Ortiz Castañares

La sorprendente fama de la pintora italiana Artemisia Gentileschi –nacida a finales del siglo XVI en Roma– inicia con su capacidad de autopromoción, que le aseguró una cierta visibilidad historiográfica a lo largo de los siglos. La popularidad actual de Artemisia, marcada por la publicación, en 1947, de la novela ‘Artemisia’, de Anna Banti, despegó de manera notable en los años setenta, con el movimiento feminista que la elevó a símbolo de fuerza, libertad y talento. Hoy asistimos al cenit de su fama.

 

El inicio de una artista

Artemisia Gentileschi nació en Roma en 1593 y se formó con el padre Orazio Gentileschi, un notable pintor caravaggista. Su primera obra importante, siendo aún adolescente, con la probable ayuda del padre, fue Susana y los viejos (1610), ubicada hoy en Pommersfelden, Alemania. Realizada previamente al drama de la violación ocurrida al año siguiente, la obra es excelsa en particular por el desnudo de la mujer, distinguiéndose por su veracidad.

El biógrafo Averardo de Medici poseía una versión de la Susana, que en 1792 describió como una obra realizada con un “talento, delicadez y textura que casi puedes sentir la suavidad de su piel en tu mano, conmoviendo a los observadores que admiran la increíble maestría con que representa la gravedad de reacción de la castidad de la heroína, la blancura de su carne y su modestia, mientras los viejos la miran salazmente desde lo alto del balcón”.

Sabemos por Artemisia que el abusador, Agostino Tassi, siguió aprovechándose de ella durante meses, bajo la promesa de desposarla para evitarle la deshonra. Lo dice en el famoso juicio en su contra, consecuencia de dicha falsedad, denunciado por el padre. El texto fue descubierto en 1876 en el Archivio di Stato en Roma. Este evento no interesó a sus biógrafos sino hasta que Alessandro Morrona lo hiciera en 1792; entretanto, y hasta hace poco, fue un acto central en la interpretación de su obra.

Tras este hecho, Artemisia se mudó casada a Florencia. Elizabeth Cropper ha investigado con minucia la etapa florentina de la artista, resaltando su crecimiento artístico e intelectual. Mientras pintaba para Cosimo II de Medici gestó a sus cuatro hijos, de los cuales sólo sobrevivió Prudenzia Palmira, quien aparentemente también colaboraría en su taller. En Florencia, Artemisia conoció a gente tan importante como Galileo Galilei, además de que aprendió a tocar el laúd (del que existe el autorretrato de Minneapolis de 1615-1617) y, sobre todo, a leer y a escribir, dejando a la posteridad sus importantes cartas que han permitido reconstruir su vida.

En Florencia (1612–1620) además de haber sido una de las primeras mujeres admitidas a la Accademia delle Arti del Disegno en 1616, realizó algunas de sus obras más conocidas y violentas para los Medici; la célebre Judit decapitando a Holofernes (circa 1620), conservada en la Galleria de los Uffizi, de la que existe una versión previa del Museo e Real Bosco di Capodimonte en Nápoles, icono mismo de la pintura barroca.

 

Cartas de amor: un punto de inflexión

En 2011, Francesco Solinas descubrió una treintena de cartas (fechadas entre circa 1616 y 1620) en el archivo Frescobaldi. Ese mismo año fueron publicadas en el libro Artemisia Gentileschi: Storia di una passione [historia de una pasión], y exactamente una década más tarde reeditadas como Lettere di Artemisia [cartas de Artemisia]. La mitad de las cartas están dedicadas a su amante, el noble florentino Francesco Maria Maringhi, quien se convertiría en su compañero de vida. Las catorce restantes son de su propio esposo enviadas a Maringhi, quien los apoyaba económicamente.

El descubrimiento de las primeras epístolas al amante, según señala el investigador, ajustaron la consideración de la crítica sobre Artemisia, mostrada como una víctima y “devoradora de hombres”. Emergió, por el contrario, un perfil mucho más complejo: el de una mujer fuerte y segura de sí misma, de un inmenso talento y tenacidad, aunque también de una “irrefrenable ambición de riqueza y ascensión social”.

Desde entonces se ha ido desvinculado la relación temática de sus cuadros con el trauma de la violación. Solinas subraya cómo la violencia, los abusos y la muerte eran el pan cotidiano de aquellos tiempos. Esta “corrección” es visible en las exposiciones más recientes como Artemisia Gentileschi y su tiempo (2016-17) en Roma, que mostró la equiparación temática con la de sus coetáneos, influenciados como Artemisia por la lección de Caravaggio.

Con cierta ironía, Solinas puntualiza cómo en las cartas a Maringhi “la artista de Judits, Cleopatras, Magdalenas, Susanas, Besabas y Catalinas” denota todo menos odio por los hombres. Al contrario, un amor apasionado expresando sus sentimientos con una apertura casi libertina, inusitada para la época. Por su parte, Stiattesi informa a su rival detalles preciados sobre la forma de trabajar de Artemisia, como el uso del cartón para delinear las figuras, la presencia de ayudantes en su taller y la fabricación personal de los colores que utilizaba.

A diferencia de las grandes artistas de fama continental que la precedieron, como las aristócratas Sofonisba Anguissola (1532-1625) y Lavinia Fontana (1552-1614), Artemisia era de origen humilde. Sin embargo, ninguna realizó un tipo de obra que la equiparara al artista varón. Se especializó en pintura de historia, el género más prestigioso que el retrato y el bodegón, pero lo hizo desde un punto de vista femenino, que según las fuentes antiguas también practicó con maestría sin haber quedado hoy rastro. Se pensaba que era el único género que requería del intelecto del cual, según esa época, las mujeres carecían.

Determinante en la carrera de la artista fue el apoyo de sus protectores, en particular del potente Cassiano dal Pozzo (1588-1657), uno de los mayores intelectuales europeos de ese siglo. Fue Ministro de Artes y Cultura Humanística y Científica de la Santa Sede, además de refinado coleccionista y benefactor de los mayores artistas del barroco: Caravaggio, Nicolas Poussin, Gian Lorenzo Bernini, entre otros.

 

La fama de Artemisia

Artemisia dejó Florencia llena de deudas y regresó a Roma en 1620, donde alcanzó su mayor fama. A diferencia de su juventud, cuando no podía salir, se dedicó a conocer el patrimonio de la ciudad y se relacionó con los artistas romanos. Aquí pintó algunas de sus obras más bellas, como Jael y Sísara (1620), y la segunda versión de la Judit y su doncella (1625-27), actualmente en Detroit. De este tiempo es también la Magdalena como alegoría de la Melancolía, de la catedral de Sevilla, cuya segunda versión (1622-1625) está en el Museo Soumaya de Ciudad de México.

Después se trasladó a Venecia (1626-1629), donde se conservan innumerables poemas y cartas dedicadas a ella, realizadas por los miembros hípercultos de la Academia de los Incógnitos, a la que ella misma perteneció. Un famoso grabado con su autorretrato (perdido), con cabello corto y rebelde, replicado en grabado por Jérôme David, con su nombre e inscripción como parte de esa asociación, dice: “Milagro en pintura, más fácil de envidiar que de imitar”, paráfrasis de Plinio al célebre pintor griego Zeusi, que denota la popularidad alcanzada. En esta Academia, según anota Jesse Locker, “el tema dominante de sus miembros era la naturaleza y la condición de la mujer, donde nacieron algunos de los primeros ejemplos de literatura protofeminista en Italia”. De este tiempo es la Ester ante Asuero (1628-1630) del Metropolitan Museum de Nueva York. A Nápoles Artemisia llegó a los treinta y siete años de edad escapando de la peste, un período investigado por una reciente muestra reseñada por este periódico. Veinte años después, probablemente Artemisia caería víctima de la peste (después de 1654). Desde Nápoles viajará un tiempo a Londres (1638-1640) para reunirse con el padre, quien estaba al servicio del rey de Inglaterra Carlos I Stuart. La Anunciación (1630) se considera la obra maestra de su fase napolitana, mientras Susana y los viejos (1652) de la Pinacoteca Nazionale de Bolonia es su última obra conocida.

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