Cinexcusas
Luis Tovar
Debió ser el sitio donde la historia tiene lugar –la Bahía Colorada del título, ficticia pero quizás referida o equivalente a Playa Colorada o algún otro punto real de la costa sinaloense–, el perfil de los personajes o el tono general del filme, pero desde el comienzo mismo y sin haber averiguado nada respecto del crew, a este ponecomas le dio la impresión de estar viendo una película… de Beto Gómez, quien debutó hace poco más de dos décadas con El sueño del caimán (2001), a la que siguió Puños rosas (2004). Sobre todo en la primera, además de capacidad y buenas hechuras Gómez mostró un claro interés por contar historias diferentes a las que predominaban en el cine mexicano de aquellos tiempos, sobre todo en lo que se refiere a la ubicación –era la época del dominio casi absoluto del cine chilango, para decirlo rápido– y, consecuentemente, en cuanto al carácter y la idiosincrasia de sus personajes. Todavía era posible decir lo anterior respecto de Salvando al soldado Pérez (2011), parodia con buenos tintes cómico-fársicos que le dio a su realizador cierta celebridad. Empero, como fue posible ver de ahí en adelante, Gómez fue cediendo a la manufactura de un cine cada tanto menos personal y más próximo a la búsqueda del éxito taquillero. La muy antipática Volando bajo (2014) fue un intento malogrado, pero se acercó más a su diana con Me gusta pero me asusta (2017), a la cual teóricamente en algún momento seguirá un repaso titulado Me encanta pero me espanta. Al mismo tiempo, Gómez ha proveído el guión de cintas innegablemente concebidas con propósitos comerciales y no autorales, verbigracia La boda de Valentina (2018). Eso sí, salvo esta última, el también autor de Cinderelo (2017), lo mismo si dirige que si sólo concibe o escribe un argumento, ha mantenido una evidente fidelidad con el carácter, las costumbres y hasta el modo de hablar de su patria chica.
Sinaloa presente
Se habla tanto de Beto Gómez y nada de Ricardo Castro porque, conviene decir una vez más, Los (casi) ídolos de Bahía Colorada luce entera como si la hubiera dirigido el primero y, por lo tanto, el segundo hubiera sido algo así como un operario –aunque Mónica Lozano ha sostenido que Castro dejó su impronta en el resultado final–, el encargado de tareas a las que Gómez, por una u otra causa, no pudo o no quiso abocarse.
Sea como fuere, a Los (casi) ídolos… le sucede algo similar a lo de otras películas en las que Beto Gómez se involucra ahora: coquetea con la taquilla sin un reparto que le garantice nada al respecto y lo hace contando una historia sinaloense, con personajes ídem, a saber: dos jóvenes, medios hermanos por parte del padre que ha fallecido, superan sus diferencias y se unen para dos cosas: ganar una carrera automovilística local y formar un grupo de música de banda que al menos tenga cierto éxito. La trama no se aparta ni un milímetro de lo previsible, de antemano cualquiera sabe que aquello tendrá un final feliz, y sin embargo hay miga y algo de simpatía en estos casi ídolos, en algún momento y felizmente nada más que buen pretexto para desplegar escenarios, léxicos, costumbres y modos de ser de una región del país que así gana un poco más de presencia en el imaginario fílmico nacional l