Se trata de The Edge, miembro fundador de U2. David Evans es su verdadero nombre.

Bemol sostenido

Alonso Arreola t:

Eso pensamos tras ver la entrevista a un guitarrista que admiramos años atrás y con quien nos estamos reconectando. No de los que apuestan por una pirotecnia insistente y confortable, sino de los que dan cobijo a rajatabla (incluso cuando solean). Se trata de The Edge, miembro fundador de U2. David Evans es su verdadero nombre.

Aunque hemos sabido criticar las desviaciones del conjunto irlandés y de su líder, el narciso Bono, resulta imposible soslayar las buenas canciones que lograron mientras superaban los lindes de una patria convulsa por temas religiosos y territoriales a finales de los años setenta; la inteligencia que le dieron al Top 40 proponiendo temas trascendentales.

En esa charla, Edge habla de sus endechas vitales y discográficas, de búsquedas incansables para conquistar el sonido que se expande, gaseoso, a base de delays, chorus, reververaciones, filtros y efectos de profunda especie. Algo en lo que es pionero y autoridad reconocida sin importar estéticas o melancolías. Con ello inauguró, precisamente, nuevas formas de acompañar.

Acompasar, acordar, afinar. Atemperar, un poco, también. Pero distinto, porque acompañar es estar allí, a un lado, impulsando, soportando, dando sustento para levantar el vuelo junto a alguien más. Conseguir lo mejor de él desde lo propio interno. Dejarle remontar las olas quedándose en la espuma, aunque haya quienes sepan quitarse el overol para ponerse el traje de luces y recibir las flores pasajeramente, sabiendo que brillan más al fondo del tinglado, lejos de un proscenio ahogado en vanidades.

Pocos guitarristas han conseguido esa dualidad. Mark Knopfler en Dire Straits; George Harrison en los Beatles; Keith Richards en los Stones. Otro destacable por su conversión de Jekyll a Mr. Hyde es Tom Morello, mente central en Rage Against the Machine. Lo que logra “abandonando” a sus colegas es inigualable. ¿Dijimos colegas? ¿Y si decimos compañeros? Palabra hermana que luego se hace apócope en compa, sigue soñando en lo mismo: acompañar.

Esos guitarristas supieron desenvolverse dando un paso atrás cuando era debido. Cierto. Los aplaudimos porque pareciera –sobre todo tratándose de rock– que la principal naturaleza de la guitarra es la del ser solista que destaca sobre el resto (algo que se ha perdido casi por completo en la música comercial de nuestro tiempo). Pero si de verdad queremos comprobar la esencia del acompañar, sólo hace falta escuchar una buena sección rítmica, base de cualquier combo musical.

Allí la batería y el piano. Casi puro ritmo, casi pura armonía. Entre ellos, inundándolo todo, el bajo, ese monstruo acústico o eléctrico que nació para dar cimiento y soportar el peso. A él no se le celebra su condición de bisonte en la pradera. Por el contrario, se le reconoce que ejerza su potencia y sueñe en convertirse en héroe destripando melodías. Todos ellos acompañan, ciertamente. Como la mayoría de músicos en una orquesta. (A este respecto, lectora, lector, lea El contrabajo de Patrick
Süskind.)

En fin. Tales asuntos pensamos luego de escuchar a The Edge; luego de verlo al lado de Bono y David Letterman en A Sort of Homecoming, especial de Disney alrededor del espléndido disco Songs of Surrender, abordaje al repertorio de su banda desde una perspectiva que los lleva de vuelta a la juventud en los pubs de Irlanda, allí donde todo se trata de brindar y, sí, de acompañar. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l

 

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