Artes visuales
Germaine Gómez Haro
He seguido el trabajo pictórico de Guillermo Arreola (Tijuana, 1969) prácticamente desde sus inicios, cuando presentó su primera exposición en una pequeña galería en la colonia Anzures (Ni tú escaparás, 2005). Ya era reconocido como escritor y poeta, y habíamos coincidido colaborando en la revista Equis, Cultura y Sociedad, él como subdirector y yo como columnista. Autodidacta en el terreno de las artes plásticas, su pintura siempre me pareció una extensión natural de su creación poética, la expresión visual de un universo interior lleno de matices y claroscuros que poco a poco han decantado un lenguaje personal hoy plenamente reconocible.
Actualmente se presenta su tercera muestra individual en la Casa Lamm, titulada Provincia Purgatorio, que reúne dieciséis obras realizadas a partir del confinamiento pandémico que lo motivó a mudarse a la ciudad de Querétaro, buscando un espacio de sosiego y libertad. Lo que vivió a través de este cambio fue una etapa de transición que asoció con el purgatorio (ávido lector de la Divina comedia de Dante), no como la antesala del paraíso, sino como la posibilidad de redención a partir de la luz de la esperanza y a través de la paciencia y la espera. En entrevista para La Jornada Semanal señala el artista: “¿Qué deduje de la relectura de la Divina comedia de Dante y en mayor medida del Purgatorio? Que la única salida a todo lo que se quiera representar artísticamente y que provenga de sentimiento y pensamiento, es la vía de la forma, el artificio. Como decía Juan García Ponce: estar a disposición de la ‘voluntad de la forma’.” Y es a través de la forma reinventada que Arreola nos muestra de una manera callada pero rotunda los estadios del alma que experimentó a lo largo de este complejo período que vivimos recientemente.
Las pinturas que integran Provincia Purgatorio revelan un vaivén entre la ruptura y la continuidad en su quehacer pictórico, hilvanadas por el sutil hilo de la indagación formal y el planteamiento del fondo. Agrega el autor: “Pienso que llegar a un punto de ruptura y continuidad simultáneas resulta siempre contradictorio; pero en mi caso así lo percibo y lo admito, y por lo mismo Provincia Purgatorio se me ha presentado a mí mismo como el proyecto con resultado de obras que más me ha interesado en mi quehacer. Y también, por qué no decirlo, el que mayor agotamiento me ha producido en mis búsquedas para no adjudicar por completo a un estado anímico personal la elaboración de estas piezas como motivo principal, sino sólo como un reactor, cuya potencia se hizo extensiva a preocupaciones tales como las de volver enteramente a la posibilidad expresiva abstracta o la de salir a la superficie en lo figurativo o neofigurativo de manera más visible en mirada consensual.”
Se palpa el estilo propio que ha ido definiendo al paso del tiempo, pero a la vez nos sorprende con innovaciones audaces que resultan de sus persistentes exploraciones estéticas en torno al cromatismo y el trazo gestual. Quizás lo que más llama la atención es la presencia de figuras humanas plenamente reconocibles y de alta expresividad que se alejan de las formas apenas insinuadas en sus obras anteriores. La figura humana aparece plenamente explícita –aunque en su mayoría desprovista de detalles realistas– que de alguna manera me remiten a los retratos de Jean Dubuffet que este mismo describió en un artículo titulado Cómo hacer un retrato: “Me gusta evitar en los sujetos que pinto todo aquello que es ocasional […] Si pinto el rostro de un hombre, basta con que mi pintura evoque acertadamente una cara humana, pero sin particularidades accidentales, que son vanas.” Las pinturas de Provincia Purgatorio y sus personajes nacen de una cuita humanista, quizás del miedo y de las incertidumbres por la falta de comunicación presencial con el “otro” que sacudieron nuestro ser a raíz de la pandemia l