Wislawa Szymborska, mujer retraída que aprecia su soledad, pasaba los recientes días en silencio y en el trabajo

La poesía del asombro

Entrevista inédita con Wislawa Szymborska

Dean Murphy

Szymborska, una mujer retraída de cabello cano que aprecia su soledad, pasaba los recientes días en silencio y en el trabajo de su último poema. “Todo iba según lo previsto”, dice, hasta el 3 de octubre, “cuando el mundo se me vino encima”. Fue ese día cuando la Academia Sueca de Estocolmo anunció que la relativamente desconocida poeta había ganado el Premio Nobel de Literatura de 1996.

El premio sorprendió a Szymborska y a la mayoría de los polacos, no porque la consideraran indigna sino porque su poesía aborda, sobre todo, temas universales, y no los asuntos políticos locales que han distinguido a los versos de Europa del Este desde la segunda guerra mundial. A diferencia del último poeta polaco que ganó este premio –Czeslaw Milosz, en 1980–, Szymborska no era una audaz disidente de la época comunista; tampoco coincidió la concesión del galardón con un acontecimiento fundamental en la historia de Polonia. Y, en contraste al supuesto escritor polaco favorito para la concesión del Nobel de este año, el poeta Zbigniew Herbert, quien produce metáforas cargadas de política, los versos de Szymborska son más admirados por su “dicción finamente cincelada”, como señaló la Academia Sueca.

Esto no quiere decir que Szymborska, entonces de setenta y tres años, haya escapado a las garras de la política durante sus cincuenta años de carrera literaria. De hecho, la política ha sido un telón de fondo inamovible en su obra desde el inicio. Varios de
sus primeros poemas celebraban el comunismo

–una época oscura de la que ahora reniega– y después pasó la mayor parte de su vida trabajando para publicaciones que la situaban firmemente en el campo anticomunista de los pensadores liberales. A principios de la década de los ochenta, bajo la ley marcial, publicó poemas bajo pseudónimo en impresiones clandestinas realizadas por polacos en el exilio.

Viuda y sin hijos, Szymborska desdeña las multitudes y las apariciones públicas, y se niega a ofrecer lecturas de sus poemas. Su principal contacto con el mundo exterior ha sido a través de una columna que escribe desde hace tiempo en un periódico, titulada “Lecturas no obligatorias”. Aunque la semana anterior, desde el misticismo de este refugio creativo tan apreciado para ella, habló abierta y entrañablemente sobre la obra de su vida y el peso de la fama repentina.

¿Por qué la privacidad es tan importante para usted?

–Porque de otro modo no podría escribir. No concibo a ningún escritor que no luche por su paz y su tranquilidad. Por desgracia, la poesía no surge en el ruido, tampoco entre las multitudes o en un autobús. Tiene que haber cuatro paredes y la certeza de que el teléfono no sonará. En eso consiste escribir.

Algunos de sus poemas son introspectivos, otros exponen extensas declaraciones políticas. ¿Escribe con una misión?

–No creo tener ninguna misión. En ocasiones siento una necesidad espiritual de decir algo más general sobre el mundo, y otras veces guardo el impulso de exponer alguna cosa personal. Suelo escribir para el lector solitario, aunque me gustaría tener muchos lectores. Hay algunos poetas que escriben para gente reunida en grandes salas, para que puedan vivir algo colectivamente. Yo prefiero que mi lector tome mi poema y adquiera una relación de tú a tú con él.

¿Su poesía es una expresión de vanidad?

–Si se refiere a que representa una forma de exhibicionismo, probablemente lo sea. Nunca lo he pensado seriamente, aunque relatar los propios sentimientos a desconocidos es un poco como vender el alma. Por otro lado, genera mucha felicidad. A todos nos suceden cosas tristes en la vida. A pesar de todo, cuando a un poeta le ocurren sucesos terriblemente espantosos, al menos puede describirlos. Hay otras personas que, en cierto modo, están condenadas a vivir esas mismas experiencias en el silencio.

Algunos críticos califican su poesía como distante y reservada, pero usted la considera privada y personal. ¿Puede ser ambas cosas?

–Cada uno de nosotros posee una naturaleza muy compleja y puede observar las cosas objetivamente, desde la distancia, y, al mismo tiempo, también es muy probable que tenga algo más personal que decir sobre ellas. Intento mirar el mundo –y a mí misma– desde puntos de vista muy diferenciados. Creo que muchos poetas tienen esta dualidad.

¿Por qué comenzó a escribir poesía?

–Simplemente ocurrió. Quizá influyó el ambiente en mi hogar. Éramos una familia de tipo intelectual, hablábamos mucho sobre libros. Leíamos bastante. Sobre todo mi padre. Empecé a escribir poesía a los cinco años. Si escribía un poema
–un poema infantil– que le gustaba a mi padre, se metía la mano en el bolsillo y me daba algo de dinero. No recuerdo exactamente cuánto, pero era mucho para mí.

Sus amigos dicen que tiene un gran sentido del humor, el cual muchas veces se ve reflejado en su poesía. ¿Qué relevancia tiene el humor en su obra?

–No quiero presumir aquí, pero me parece que tengo cierto talento cuando se trata de la amistad. Por supuesto, me refiero a ser amiga de personas muy particulares. Creo que la amistad, desde el principio, significa que no sólo nos vamos a preocupar juntos sino que también nos vamos a reír acompañándonos.

¿Se interesa por incorporar esta alegría a su poesía?

–Es algo natural. No lo hago intencionadamente. Sin embargo, en ocasiones escribo poemas sólo para hacer reír a los demás. Por ejemplo, escribo cartas con limericks [poema de una sola estrofa, de cinco versos, que busca lo absurdo y lo garcioso], bajo la forma inglesa, que me gustan mucho, y mis amigos me responden también con limericks.

Usted valora mucho el buen humor, pero también escribe poesía muy melancólica. ¿Cuál le atrae más?

–Ambas cosas son fácilmente conciliables. No se puede tener un sentimiento único hacia el mundo. Al vivir esta aventura que yo llamo vida, a veces se piensa en ella con desesperación y en otras con una sensación de encanto. Existen momentos en los que la motivación de la poesía es el asombro ante las cosas. De niña nunca me sorprendía nada; ahora me sorprendo de todo. Cada vez que observo una cosa pequeña, ya sea una hoja o una flor, siempre me pregunto: “¿Cómo existe algo así? ¿Qué es esto?” También hay otra motivación: la curiosidad. Siento curiosidad por la gente, sus sentimientos, lo que viven, su destino, por lo que significa esta vida. De modo que el asombro, la curiosidad y la tristeza constituyen un todo para mí.

Algunos de sus poemas son pesimistas sobre la situación del mundo. Usted no tuvo hijos. ¿Cree que el futuro se vislumbra demasiado sombrío para los niños?

–En realidad, lo que me gustaría saber es cuántas personas había en el mundo cuando nací y cuántas existen actualmente. Sospecho que el número se ha duplicado. Esto es algo que me preocupa mucho. Un pequeño ejemplo: nací en una pequeño poblado cerca de Poznan y allí había un gran lago. Los vecinos iban a pescar, podían tomar una lancha y navegar. Ahora este lago parece diminuto. Crecen malas hierbas en él. Pronto se secará. Y si piensas en cuántos lagos de este tipo se secan en el mundo –y que siempre hay más y más personas en el mundo–, entonces comienzas a tener pensamientos que no son muy optimistas. Hay algunos individuos que dicen: “Que nazca más gente, porque la Tierra puede sostenernos a todos.” No estoy de acuerdo. Todos sabemos cuántos seres mueren de desnutrición y de enfermedades que ya deberían estar erradicadas. No puedo hablar de estas cosas con sentido del humor.

Usted posee una sensibilidad notable para la observación. ¿De dónde procede?

–No podría preguntarle a un pintor por qué pinta de esta manera y no de otra. Tampoco podría preguntarle a un compositor cómo es que su música cobra vida de repente. Sé que no podrían explicarlo. Yo tampoco. Quizá nací con ello. Pero claro, luego hay que trabajarlo un poco.

¿Cómo escribe sus poemas? ¿En la computadora?

–Jamás escribo en una computadora. Necesito tener una conexión directa entre mi cabeza y mi mano. No soy una persona moderna. Tachoneo lo que escribo. Soy muy anticuada: escribo con una pluma.

La Academia Sueca señaló que el volumen de obra es más bien modesto. ¿Por qué escribe tan poco?

–En ocasiones dejo lo que estoy haciendo y comienzo con algo nuevo. A veces pienso en un par de poemas a la vez. Dicen que he escrito unos doscientos poemas. En realidad, he escrito mucho más que eso. Escribo más de lo que publico. También tengo un cesto de basura. Si escribo algo por la noche y lo leo al día siguiente, es muy probable que termine en el cesto de la basura. Y a veces no.

¿Animaría hoy a los jóvenes a escribir poesía?

–Cada uno de nosotros tiene que tomar ese riesgo por sí mismo. En un momento determinado de tu vida, cuando sales de la infancia, entras en este mundo de riesgos y responsabilidades personales, y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Escribes poemas y después ves qué ocurre con ellos. Tienes que tomar en cuenta que pueden ser muy malos y la gente los rechazará.
O puede que logren notoriedad l

Traducción de Roberto Bernal.

Autora de títulos como Paisaje con grano de arena, Dos puntos, Aquí y Lecturas no obligatorias, en la siguiente entrevista, inédita en español, la poeta habla de su obra con la misma sencillez y precisión que caracterizan las imágenes que emanan de sus versos.

Esta entrada fue publicada en Mundo.