Cartas desde Italia (inéditas en español) Clarice Lispector

Cartas desde Italia (inéditas en español) Clarice Lispector

Mauricio Matamoros Durán

 

Primera carta

Para Lúcio Cardoso

Nápoles, Italia, septiembre de 1944

Lúcio: es extraño escribir una carta desde tan lejos, parece como si estuviéramos obligados a decirnos grandes cosas. Sin embargo, no hay nada de extraordinario, a menos que, quizá, todo lo sea.

Aquí ocurre algo singular. Es una ciudad sucia, desorganizada, como si sólo fueran relevantes el mar, la gente y los objetos. Aunque la gente parece vivir el momento. Los colores están difuminados, pero no como si estuvieran cubiertos por un velo: se trata de colores reales. En este lugar, cada nueva construcción adquiere un aire brutal.

A veces me siento muy bien; otras, simplemente no veo nada, tampoco escucho nada. Leo en italiano porque no tengo otra alternativa. La palabra más bella de la lengua italiana es gioia [júbilo], aunque allegria también tiene un sonido encantador. Releí La puerta estrecha, de [André] Gide, pero, sobre todo, descubrí Las cartas de Katherine Mansfield. No puede haber vida más inmensa que la suya, y pienso en mí, que, trivialmente, estoy estancada. Ella es magnífica.

He pasado algunos días entre las nubes. Aquí, de vez en cuando adquiero cualidades delicadas, dirijo mi atención a las flores y los pájaros. Compraré un pájaro para después liberarlo de su jaula. Cuesta alrededor de 1,600 liras. También quiero un gato y un perro. Deseo millones de cosas. También me gustaría no vivir entre tanta gente. Tenemos un piso grande, como todos los del consulado, quienes son muy buenas personas; pero nunca sentí la necesidad de rodearme de gente bien. De todos modos, por el momento, no hay nada más que hacer.

Mi libro se llamará La lámpara. Está terminado, salvo por el hecho de que falta lo que no puedo decir. También tenía la sensación de que estaba culminado cuando salí de Brasil; antes no me lo parecía, del mismo modo que una madre ve a su hija crecida y afirma que, obviamente, todavía no se puede casar.

Pero ella tiene que casarse y yo tengo que permanecer sola, contemplando las flores y los pájaros, sin decir una palabra. A ver si deseas tomarte la molestia de buscarle marido en las ediciones de José Olympio. Si hay la menor reticencia por su parte, o si el dictamen se aplaza demasiado, entonces mi hermana Tania se encargará de encontrar algo más modesto y, posiblemente, a costa del autor, pero más rápido, porque tener un trabajo suspendido me fastidia; es como si me impidieran seguir adelante.

No me olvides completamente, Lúcio, no me consideres exiliada. La distancia, créeme, no significa nada. Escríbeme, cuéntame cosas, sobre todo, dime lo que quieras. Iba a decir: “O no escribas nada para conservar tu libertad.” Pero no, exijo al menos una palabra, aunque sea fría y breve.

Te beso mucho,

Tu Clarise

Llueve y hace frío. Son las diez de la mañana de un jueves. Mi habitación es independiente de las demás y reina el desorden. Esta habitación da al mar. El Mediterráneo es azul, intensamente azul. Fui a un concierto y escuché las Variaciones Sinfónicas de César Fr[anck]. En otro concierto escuché a Dvo?ák (¿de verdad?) y casi me duermo. Aquí dan ópera todos los días a las dos de la tarde… Estuve en el volcán Solfatara, pero me da pereza contártelo. Parece un lugar milagroso. Los museos están cerrados.

Segunda carta

Para Lúcio Cardoso

Nápoles, Italia, noviembre de 1944

Mi querido Lúcio, qué alegría recibir tu carta. Corta y apresurada, un tanto irritante, pero te agradezco las reflexiones. Me alegra recibir cualquier palabra tuya. Me disgustó un poco que no te gustara mi título, La lámpara. Lo que tú no aprecias –la pobreza– es precisamente lo que yo valoro. Nunca he podido convencerte de mi pobreza… por desgracia, cuanto más pobre me siento, más tiendo a adornarme. El día que llegue a una forma pobre –como soy después de todo–, en lugar de una carta recibirás una caja llena de polvo de Clarice. Quizá encuentres este título Mansfieldiano porque sabes que recientemente leí las cartas de Katherine. Pero no es así. Se pueden generar diferentes matices con las mismas palabras. Si entonces hubiera leído a Proust, evocaría una candelabro proustiano (¡Dios mío, iba a escribir prostituta!), una de esas pequeñas cosas a las que él da tanto sentido sin otorgarles el menor valor metafísico. Si hubiera escuchado a Chopin, mi lámpara de araña rememoraría la de un gran salón, con colgantes delicados y transparentes, temblando al compás de los pasos cadenciosos de señoritas enfermas y tristes. Pero, desafortunadamente, siempre llego al último, por lo que siempre me encuentro ante algo que ya existe. Esto me produce incomodidad.

Por ejemplo, Leyendo Poussière [probablemente de Rosamond Lehmann, publicada en 1927] me encontré con algo casi idéntico a lo que yo había escrito. Y ahora que leo a Proust, me choca encontrar la misma expresión que utilicé en La lámpara, con el mismo sentido y las mismas palabras. No es una expresión admirable, pero incluso en lo ordinario es casi imposible no hacerse eco de los demás. En cualquier caso, no importa. Lo relevante, como tú me has dicho reiteradamente, es trabajar. Y eso es exactamente lo que no hice. Mi impaciencia a veces llega a perjudicarme.

Es por ello que no he podido apreciar plenamente Italia, ni ningún otro lugar. Advierto algo entre el mundo y yo, como si mis ojos estuvieran cubiertos por una película blanca. Me duele terriblemente tener que admitir que ese velo es precisamente mi deseo de trabajar y ver más allá. El otro día reflexionaba tristemente acerca de lo poderosa que es la tortura de la mediocridad… Lamento profundamente la idea de ser tan débil. Me encantaría poder trabajar sin detenerme. Pero no tengo fuerzas, las cosas me vienen al azar… y, además, tengo tan poca confianza en mí misma, con mi miedo a escribir con demasiada facilidad en la punta de la pluma, que al final no consigo hacer nada. ¿Quieres darme un poco de valor, Lúcio? No es que me lo haya ganado, pero, como todo el mundo, merezco tener los pies en el suelo.

Buscaba crear una historia rica en cada circunstancia, pero eso asfixiaba a mi personaje. Creo que mi sufrimiento proviene de querer poseer cada momento.

Aquí las calles están llenas de niños, sobre todo los callejones. Sentimos cierta vergüenza al caminar entre ellos (en los callejones todo el mundo vive en el exterior, incluso cocinan allí): niños que gatean, niños que ya parecen adultos, sucios, la mayoría –aparentemente sanos– sentados en el suelo. Ha hecho mucho frío, incluso cayó algo de nieve. Las laderas del Vesubio están blancas.

Te abraza fuerte,

Tu Clarice

Tercera carta

Para Lúcio Cardoso

Nápoles, Italia, 7 de febrero de 1945

Querido amigo, ¡qué placer recibir tu libro! […] Leí inmediatamente la primera página, no podía esperar: tanta curiosidad, tanta alegría. Estoy muy feliz. Leeré, leeré, leeré, leeré, leeré… El otro día me levanté debilitada por un resfriado y volví a la cama después de desayunar. Entonces encontré la ocasión propicia para leer los poemas de Emily Brontë. Qué comprendida me siento, Lúcio, si me permites decirlo. Hace tanto tiempo que no leía poesía que me hiciera sentir como si hubiera subido al cielo, al aire puro. Me dieron ganas de llorar; pero por suerte no lo hice, porque, cuando lloro, al final me consuelo demasiado fácil, y no quiero encontrar consuelo en ti, ni en mí misma. ¿Soy una ridícula?

Durante una semana la temperatura se mantuvo en torno a un grado bajo cero. Al cabo de unos días, pensando que hacía buen tiempo, salí a la terraza. Seguía haciendo frío –y así será hasta marzo–, pero corría una brisa cálida y perfumada, como la que se siente después del invierno por las hojas que cayeron a principios de otoño y quedaron en el suelo. Respiré tanto que Dios me castigó y al día siguiente tuve que encerrarme en la cama y leer a Emily Brontë… Como ves, las cosas van a lo grande en Italia.

Estoy intentando escribir algo que me parece tan difícil que tengo que contenerme para no desesperarme. Se trata de algo que nunca será comprendido, aunque no importa.

Lúcio, ¿Adonias Filho es el editor de Ocidente [en realidad lo era de la editora A Noite]? ¿No le gustaría publicar mi libro, La lámpara? Porque me muero de ganas de que lo publique José Olympio. Además, ya sé que José Olympio no querrá publicarlo después de leerlo. Si Adonías lo leyera y lo quisiera, si Adonías prometiera publicarlo a corto plazo, si a Adonías le pareciera interesante, sobre todo, si la editorial de Adonías… ¡Ocidente! me lo confirma y te enviaré una carta de acuerdo con tu respuesta. ¿Entendido? Lúcio, escríbeme, no seas perezoso.

Te abrazo de nuevo,

Tu Clarice

Cuarta carta

Para Tania Lispector Kaufmann

Berna, Suiza, 6 de enero de 1948

Mi florecita,

Recibí tu carta del extraño Bucsky, fechada el 30 de diciembre. Hermanita mía, cómo me siento contenta por algunas de tus frases. No digas, sin embargo, que “he descubierto que aún queda mucho de vivo en mí”. ¡Pues no, querida! ¡Estás completamente viva! Sólo que has llevado una vida irracional, una vida que no se te parece. Tania, no creas que una persona posee tanta fuerza como para poder llevar una vida y seguir siendo ella misma. Incluso eliminar los propios defectos puede resultar peligroso: nunca se sabe qué defecto sostiene todo nuestro edificio. No sé cómo explicarte, querida hermana, mi alma. Pero lo que quiero decir es que somos muy valiosas y sólo hasta cierto punto podemos desistir de nosotras mismas y entregarnos a otros y a las circunstancias. Después de que has perdido el respeto para contigo y tus propias necesidades, entonces te sientes como un trapo. Me gustaría mucho, muchísimo, estar contigo y hablar y contarte mis experiencias y las de los demás. Vislumbrarías que hay ocasiones en que el primer deber es conseguir algo para ti. Ni siquiera quiero contarte cómo estoy ahora, porque me parece inútil.

Sólo quería platicarte, para ponerte al tanto, de mi nuevo carácter –o de la ausencia de carácter– un mes antes de mi llegada a Brasil. Aunque espero que en el barco o el avión que nos lleve de vuelta me transforme instantáneamente en lo que era, y tal vez ni siquiera sea necesario decírtelo. Querida, en casi cuatro años me he transformado mucho. Desde el momento en que me resigné, perdí toda vivacidad y todo interés por las cosas. ¿Te has dado cuenta de cómo un toro castrado se convierte en un buey? Así fue para mí… por dura que sea la comparación… Para adaptarme a lo inadecuado, para superar mis aversiones y mis sueños, tuve que cortarme las garras: amputé la fuerza que había en mí y que podría haber hecho daño a los demás y a mí misma. Y así corté también mi fuerza. Confío en que nunca me verás tan sumisa, porque es casi repulsivo. Espero que, en el barco que nos lleve de vuelta, la mera idea de volver a verte y retomar un poco de mi vida anterior –que no fue maravillosa, pero fue una vida– me transforme por completo. Mariazinha, la mujer de Milton, hace unos días se armó de valor –como ella misma admitió– y me preguntó: “Estás muy diferente, ¿verdad?” Confesó que le había parecido ardiente y vibrante y que, al verme de nuevo, se dijo: “Esta calma excesiva es una simulación o ha cambiado tanto que parece casi irreconocible.” Otra persona dijo que me muevo con el agotamiento de una mujer de cincuenta años. Todo esto no lo vas a ver ni escuchar, si Dios quiere. Ni siquiera necesitaba decírtelo, por ahora… Pero no pude evitar mostrarte lo que puede ocurrirle a una persona que hizo pactos con todo el mundo y olvidó que debe ser respetado el núcleo vital de cada uno. Hermanita mía, escucha mi consejo, escucha mi petición: respétate a ti misma más de lo que respetas a otros, respeta tus necesidades, respeta incluso lo que hay de malo en ti. Por el amor de Dios, no quieras hacer de ti una persona perfecta, no imites a un ser ideal, cópiate a ti misma: esa es la única manera de vivir. Tengo tanto miedo de que te pase lo que a mí, ya que somos parecidas. Juro por Dios que, si existe el cielo, una persona que sacrificó por cobardía, será castigada y enviada al infierno. Quién sabe si una vida indiferente no será castigada por su propia tibieza. Toma para ti lo que te pertenece, y lo que te pertenece es todo lo que exige tu vida. Esto parece una moral amoral. Aunque lo realmente inmoral es haber desistido de una misma. Espero por Dios que me creas. Deseo de verdad que me observes y seas testigo de mi vida en el anonimato, porque el mero hecho de conocer tu presencia me transformaría y me daría alegría y vitalidad. Para ti será una lección. Para que atestigües lo que puede ocurrir cuando te has reconciliado con la tranquilidad del alma. Ten el valor de transformarte, querida, de hacer lo que desees: salir el fin de semana o lo que sea. Escríbeme sin preocuparte de decir cosas neutras, porque ¿cómo podríamos hacernos algún bien sin este mínimo de sinceridad?

Que el Año Nuevo te traiga felicidad, querida. Te doy un abrazo muy afectuoso, con el enorme cariño de tu hermana

Clarice

Traducción de Roberto Bernal.

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