Chimuelo’: los autorretratos de Héctor García
José María Espinasa
El proyecto conmemorativo por el centenario de Héctor García ha permitido al aficionado a la fotografía, en las más de diez exposiciones en distintos recintos de Ciudad de México, apreciar un espectro muy amplio de su abanico temático y una diversidad de miradas. El extraordinario fotógrafo de prensa, que marcó el medio siglo XX final, tiene una enorme abundancia –se habla de más de cien mil negativos– de registros. Si bien se ha dado ya como concepto globalizador el de fotógrafo de la urbe, hay mil y un registros más: el político, el social, el de la noche, el del día, el de la calle, el de los niños, el del espectáculo, el de los aparadores y, del que me quiero ocupar en esta cita y más tangencial, el arquetipo que se ha impuesto. Hoy, que la tecnología ha impuesto el género de la selfie, deriva del autorretrato, al que agrega la circunstancia y la intención efímera del “yo estuve/estoy aquí”, el autorretrato fotográfico es una enigmática paradoja.
Héctor García se autorretrató en muchas ocasiones y aunque no la trasluce podemos sospechar una cierta egolatría tamizada por el ejercicio lúdico, pero hoy deberíamos volvernos a preguntar qué significa el sufijo “auto” en esa expresión. Si en la pintura tradicional el espejo (y después de su invención, la propia fotografía) facilita y explica y hace posible el autorretrato, en la foto ¿quién está detrás de la cámara si el autor está delante? Esta pregunta puede parecer retórica, más al hablar de un fotógrafo para el cual el concepto de “obra” le viene de fuera, pero es pertinente hacerla, pues precisamente cuestiona el concepto de arte desde el oficio de fotorreportero. El autorretrato permite a la vez reconocerse como el mismo y como otro, pero en la fotografía el sujeto fotografiado está a la vez delante y detrás de la cámara. Hay varias maneras de responder a esto. Una de ellas es plantearse ese concepto de puesta en escena en la fotografía, por ejemplo, en la de estudio, (casi) ausente en el fotoperiodismo. Hay que plantearse la idea de composición de manera distinta.
Se trata de ese diálogo entre el azar y la necesidad en la foto de prensa. El mundo está ocurriendo delante del ojo y de la lente en camino a asimilarse uno con el otro. Hay en la mayoría de los autorretratos de Héctor un contenido lúdico, juguetón, que le viene de esa mencionada pinta: yo estoy aquí, o más bien estuve y ya no estoy, pero queda el aquí de mi presencia. La foto es un haber estado que permanece como estar, un estar siendo heideggeriano. Así, la cámara, que es una extensión o una prótesis del ojo, pide prestada una mirada y se la apropia, para no devolverla, a quien obtura la cámara incluso si soy yo mismo (de allí la fascinación de la selfie). Conocerse y reconocerse como hechos distintos y diferenciados. Para un fotógrafo de prensa el autorretrato es una ironía: él da noticia, no puede “ser la noticia” Y quiere verse fotografiar fotografiando. Basta de trabalenguas.
Para Héctor García la cámara forma parte de su rostro, más que ojo es nariz, con la que huele la imagen. Y sí, se ve a sí mismo como ve a la ciudad. Y lo hace con humor para evitar la solemnidad, tentación frecuente del autorretrato. Por eso la partícula “auto” en la expresión “autorretrato” se relativiza: ya no tiene tanto que ver con el yo autor como con el “él” autor. Se vuelve una transposición de la propuesta de Rimbaud: “yo es otro”. Se trata de una doble desposesión. Una exomirada, diría un biólogo contemporáneo. Diríamos que el rostro de Héctor García sin cámara es un rostro doblemente chimuelo. Esta palabra, un mexicanismo, suena muy propia para calificar a nuestro fotógrafo pata de perro. Entre la ciudad y el rostro hay un nexo profundo: toda urbe es chimuela. Esa condición de fotógrafo de la ciudad tan subrayada por los críticos. Héctor García es un fotógrafo flaneur en el sentido baudeleriano. Una de las características de las curadurías de la mayoría de la muestras presentadas en el homenaje, subrayadamente la de las Rejas de Chapultepec, es su condición narrativa, secuencial, casi cinematográfica. La foto también cuenta historias –como sabía ese género hoy en desuso de la fotonovela– y tiene los rasgos de un rostro colectivo, y entre ellos el de Héctor García. Por eso la conciencia de la cámara que lo mira, que es y no es la mirada de mirarse a sí mismo.
El aficionado a la lente tiene la oportunidad de visitar la exposición de Héctor García en Los Pinos, el Museo de Ciudad de México, el Centro de la Imagen, El Estanquillo, las Rejas de Chapultepec, el Museo Nacional de Arte, la Fundación Héctor García y varias galerías privadas. Un verdadero banquete en un homenaje más que merecido.