El cine como ensayo

Cinexcusas

Luis Tovar

Hay una paradoja: con ser muchas las aproximaciones, lo mismo escritas que audiovisuales, a esa suerte de interregno en donde el cine y el ensayo pueden cohabitar y, de hecho, en casos específicos lo hacen hasta confundir sus lindes; con ser abundantes los intentos, pero no en la pantalla sino en el papel o sucedáneos, es decir no con imágenes sino con la palabra, por definir cuándo lo experimental en la cinematografía vale como ensayo –o tal vez viceversa–; con todo y no ser pocos, en resumen, lo parecen cuando se miran desde la perspectiva de su verdadero alcance, la mayor parte de las veces magro quizá en función del propósito planteado, ora particular respecto de equis filme, ora meramente teórico y pensado para explicar lo obvio, por ejemplo, que la literatura y la cinematografía se entrelazan de manera indisoluble, que sus vasos comunicantes son de ida y vuelta; que, desde sus orígenes, la segunda ha tenido en la primera uno de sus alimentos primordiales…

No son éstos, por fortuna –y por mayor ventura ningún otro parecido–, los defectos del volumen titulado El cine como ensayo, entre lo literario y lo fílmico (ENAC/UNAM, 2023), el rico y denso ensayo escrito por Adriana Bellamy, recientemente publicado por la Escuela Nacional de Estudios Cinematográficos en la colección Letras fílmicas –de la que forma parte sustancial ese otro cuerpo ensayístico/cinematográfico insoslayable, el de Jorge Ayala Blanco. Asimismo catedrática en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma UNAM, lo mismo que en la ENAC, Bellamy sabe bien de lo que habla cuando ensaya acerca del ensayo cinematográfico o, de acuerdo con el título, El cine como ensayo. A mayor abundamiento, la autora tiene larga trayectoria editorial lo mismo en publicaciones periódicas de corte cultural que en otras especializadas en cine, lo mismo en solitario que
en coautoría.

El meollo del ensayo

El capítulo III del libro bien podría ser considerado como medular, en tanto ahí se incluyen los textos bellamyanos basados en Sin sol, de Chris Marker; Imágenes del mundo y la inscripción de la guerra, de Harun Faroki, así como Los cosechadores y yo, de Agnès Varda, en otras palabras, tres ejemplos concretos en los que la autora pone el práctica la tesis de fondo que sustenta al libro entero: mencionadas sin un orden particular, la idea de que el filmensayo –si vale el neologismo– es casi tan antiguo como el cine mismo si se toman en cuenta elementos inherentes a la expresión cinematográfica, y no necesariamente la documental como podría pensarse a la ligera, sino también a la que catalogada como “experimental” y, por supuesto, a los subgéneros e híbridos que –bien mirado, bien mirados– se resisten a la catalogación… exactamente como sucede con los tres filmes elegidos por Bellamy. Otra idea, aún más profunda, que las hechuras mismas de los filmensayos son al mismo tiempo la herramienta y la materialización de un modo de pensar; que el punto de vista, necesariamente subjetivo, determina en gran medida las relaciones dialógico/dialécticas entre imagen y palabra, y que en ese sentido el filmensayo no es menos –y tiene posibilidades reales de ser más– que los ensayos hechos exclusivamente con palabras.

Podría considerarse, se decía, el antedicho capítulo tercero como el medular, pero lo cierto es que tanto el cuerpo teórico que lo antecede –la definición de “ensayo”, sus orígenes y perspectivas, su genealogía, el foto-ensayo…–, como el capítulo IV, en el que Bellamy postula lo que pareciera ser el verdadero meollo de su libro –el ensayo fílmico visto en tanto pieza de arte lo mismo que de pensamiento reflexivo–, podrían ser considerados como el meollo del ensayo, valga la cacofonía. Para más completud, después de sus insoslayables conclusiones, que se dejan en suspenso para que el lector acuda a ellas en persona, la autora incluye índices filmográfico y onomástico necesarísimos para quien quiera abundar en la materia.

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