Aporofobia: el desprecio hacia los pobres
José Rivera Guadarrama
La pobreza es una situación que molesta a quienes la sufrimos y a quienes la observan. Es un asunto que incomoda a las sociedades, a los países, a las naciones, sobre todo porque es reflejo de su incapacidad por resolver estos asuntos prioritarios. Además, respecto de estos sectores desprotegidos hay otro asunto más complejo. Es un estigma que tiene que ver con el trato hacia los pobres, definido por la filósofa Adela Cortina, como aporofobia, concepto que se refiere al rechazo, a la aversión, al temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado.
Adela Cortina indica que la aporofobia tiene un claro componente de discriminación y prejuicio clasista, pero que hay elementos más profundos. Por un lado, el rechazo al pobre, al peor situado, es el desprecio hacia a una persona desclasada; por otra parte, no se trata sólo de diferencias económicas, sino más bien de un claro rechazo hacia el que se encuentra en una situación general de vulnerabilidad.
En su análisis, Cortina sostiene que el origen de esta patología social se encuentra en la expectativa de reciprocidad, ya que vivimos en sociedades contractualistas, en donde la cooperación está basada en el principio del intercambio. Por lo tanto, las sociedades actuales se rigen por determinadas normas de reciprocidad indirecta, fundamentadas en la idea de que el juego de dar y recibir resulta beneficioso para el grupo y para los individuos que lo componen. Entonces, a quienes no pueden ofrecer nada bueno, quienes no tienen nada a cambio que dar, se les desprecia, se les aísla. Son rechazados. Hay, además, actitudes colectivas respecto a los pobres. Para algunos, es perceptible una determinada desolación moral al ver en esta franja de la población la manifestación directa de la pobreza, la incultura y la irresponsabilidad. Para otros, hay aspectos de mala conciencia para quienes viven en el límite de la supervivencia, a quienes se mantiene en condiciones humanas insoportables. Por lo tanto, el pobre, el marginado, el vulnerable, no participa en ese juego del intercambio porque no parece que tenga nada bueno que ofrecer a cambio, ni siquiera de manera indirecta.
En su libro Aporofobia, el rechazo al pobre: un desafío para la democracia (2017), Adela Cortina sostiene que para poder hablar de una realidad hay que ponerle nombre para poder reconocerla, para saber de su existencia, para de esta manera poder analizarla y tomar una posición. Pone de relieve, además, que el sentimiento generalizado hacia este sector no es por cuestiones de xenofobia, de racismo o de cualquiera otra forma, ya que no se trata de un rechazo al extranjero por ser extranjero. En este caso, para analizarlo de manera detenida, basta observar con qué satisfacción son bien recibidos los turistas, el magnate inversor u otros sectores provenientes de distintas regiones del mundo. A ellos se les brinda otro trato, más cordial, más humano. En contraste, a los pobres, sean nacionales o extranjeros, se les trata con fobia. Son personas que no pueden ofrecer nada a cambio, que vienen a remover nuestra rutina y nuestra comodidad, que llaman a nuestra puerta pidiendo algún tipo ayuda.
Esta es la actitud que la autora llama aporofobia (del griego áporos), rechazo al pobre, al desamparado, al que en definitiva no tiene nada que ofrecer, tal vez sólo problemas. Es una figura que no cabe en una sociedad economicista, en la que priman los contratos del dar y recibir, el intercambio mercantilizado (más allá de las relaciones económicas o financieras), de manera que quien no entra en estos mecanismos no es bien recibido.
Cortina aclara que no es un rechazo exclusivo del refugiado, ya que también son víctimas los “sin hogar” de nuestra sociedad. A lo largo del libro la autora analiza los orígenes de este sentimiento de aversión, en su opinión fundamentados no sólo en factores sociales o históricos, sino también biológicos y evolutivos, arraigados en nuestras estructuras neurales. El problema no es de raza, de etnia, tampoco de extranjería. El problema es de pobreza. “Y lo más sensible en este caso es que hay muchos racistas y xenófobos, pero aporófobos, somos casi todos”, asegura Adela Cortina.
El pobre, el áporos, el que molesta, es incluso el de nuestra propia familia, “porque se vive al pariente pobre como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en el de los negocios”.