Biblioteca fantasma
Evelina Gil
La de Anónimo Hernández, como toda autobiografía que se precie de genuina, está surcada de instantes emocionantes y trágicos… aunque se trate de la vida de un niño de siete años, uno que considero legítimo comparar con Mozart pues, a tan temprana edad, ya tiene claro que es un escritor, por mucho que los adultos intervengan para desviarlo de su meta. Ahora bien: no se trata, como el lector habrá intuido ya, de un niño común y corriente, sino de uno nacido en los tempranos sesenta del siglo pasado: el muy anhelado hijo varón de una pareja con doce hijas mujeres. Nacido muerto, para mayores señas… si bien más tarde revivido, aunque su tez conservará un tono verdoso y habrá de desarrollarse a duras penas.
Anónimo Hernández (Nitro Press, 2023) es la primera novela del reconocido y muy querido editor independiente Mauricio Bares (México, 1963), que se publica casi veinte años después de haber resultado semifinalista del Concurso Internacional Herralde de Novela. En 2009, bajo el seudónimo del personaje que nos ocupa, Bares publicó con éxito Apuntes de un escritor malo que agotó ediciones en México, Chile y España. Anónimo es un niño increíblemente despierto que desde bebé advierte que representa una gran decepción y carga para sus padres que, como en una lotería, apostaron todo por él. Al menos sus guapas hermanas lo reciben como a un juguete que las saca de su monotonía y, conforme transcurre el tiempo, habrán de convertirse, sin ellas proponérselo, en sus maestras de vida. A fin de cuentas, el amor maternal asomará la cabeza y la madre del pequeño Anónimo inicia ese Vía crucis tan conocido por quienes han sido bendecidas con lo que la sociedad eufemísticamente denomina “angelito”… pero que, a la hora de la verdad, es rechazado en todas partes como un demonio. Ninguna escuela acepta a este niño raro, “especial”, y hay que probar otras alternativas: seminario o ejército. Entra en juego el elemento fantástico; la experiencia picaresca de un niño de kínder en estos entornos sórdidos; niño de cinco años que, a fin de cuentas, y por encima de su engañoso aspecto, es un genio en ciernes.
Tras una serie de hilarantes desventuras, Anónimo no sólo logra ingresar a una escuela “normal”, sino que, gracias a un discurso público contra la educación, salpicado de términos demasiado elevados para ser interpretados a cabalidad por la mayoría del personal docente, termina siendo promovido a sexto grado por un profesor “progre” quien, de paso, le hará entender lo importantes que son los escritores. Aquí empezarán las verdaderas penurias del muy maduro chiquillo que conocerá los sinsabores y claroscuros de la amistad y del amor, así como una serie de circunstancias que parecieran inasibles a la comprensión de un niño tan pequeño… uno, claro, que no haya leído a Dostoievski: la miseria, el abandono y la muerte. Aunque sin abandonar del todo el tono socarrón, Bares consigue partirnos el alma (y algo más) en el justo meollo de esta historia donde nuestro joven héroe flirtea seriamente con un Werther equipado con el sentido del humor necesario para no acabar con su vida.
Hacia el final se acentúa el tono picaresco y se vuelve más densa la circunstancia de este niño que toma cursos de literatura
por correspondencia –aunque su genio supera con creces el de sus invisibles y convencionales profesores– e incursiona, sin saberlo (aunque no inocentemente, la inocencia ha quedado atrás), en los bajos fondos del hampa callejera. Abandonado por su padre, huérfano de madre y con doce hermanas muy ocupadas en realizarse como adultas, Anónimo se ha ejercitado lo suficiente para sobrellevar la soledad y abrirse camino en la vida con sus propias armas que, esperemos, sean las mejores. Anónimo Hernández es una novela entrañable, con un protagonista y narrador imposible de olvidar, así como personajes que podríamos denominar “secundarios” pero alcanzan, como el propio protagonista, un encantador rango quijotesco.