Tierra, costumbre y tradición: San Salvador Atenco sin aviones

Tierra, costumbre y tradición: San Salvador Atenco sin aviones

Entrevista con Trinidad Ramírez

Mario Bravo

Junto a hombres y mujeres integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), enfrentó a la maquinaria gubernamental para evitar la expropiación de sus tierras de cultivo, allí en donde las élites políticas y económicas planearon la construcción de un megaaeropuerto a principios del siglo XXI mexicano. El campesinado en resistencia detuvo el avance del proyecto aeroportuario en Texcoco; años después, el leviatán estatal cobró una altísima factura: fuerzas policíacas arremetieron brutalmente en contra de los pobladores de Atenco al amanecer del 4 de mayo de 2006. Ignacio Del Valle, marido de nuestra entrevistada, fue detenido y sentenciado a pasar el resto de su vida en prisión.

Ella, ante el cielo que se le desmoronó sin ningún manual de instrucciones para restituirlo en su sitio, quedó sola en casa. Allí, cada mañana antes de salir por la puerta, hablaba en voz alta a las ausencias de sus hijos César y Ulises, de su hija América y del propio Ignacio. Por encarcelamiento o clandestinidad forzada, sus lugares estaban vacíos en la mesa familiar. Trinidad lucharía para volver a sentarse junto a ellos.

Resistencia y revolución

El pueblo añuu habita en la cuenca del Lago de Maracaibo, ubicado en Venezuela. En esa comunidad acuñaron la palabra Eirare para definir al lugar desde donde ven, sienten y comprenden al mundo. Migrando el concepto hacia San Salvador Atenco en el Estado de México, preguntémonos cómo surgió la identidad de aquel campesinado que evitó el vuelo de los pájaros de metal sobre su territorio.

–Ni nosotros ni la rebelión de Atenco nacimos en 2001. Nuestros antepasados ya venían luchando por la tierra. El abuelo de Nacho [Ignacio Del Valle] estuvo en la Revolución mexicana y esa sangre guerrera que traemos, pues ya es de herencia. Lo que cambia son las formas, pero nuestro corazón está ahí en la lucha contra tanta injusticia que existe. Gracias a la unidad, la organización y la claridad del pueblo, pudimos salir adelante y tirar un decreto expropiatorio.

Los abuelos y los padres de ustedes, además de pelear por la tenencia de la tierra, ¿tuvieron más experiencias políticas en algún otro momento?

–No tanto, más bien lo que les forjó fue integrarse a la Revolución. Allí aprendieron que había injusticias: ¡debían defender la tierra! Un tío de Nacho, Odilón Del Valle Rosas, fue comisariado de Atenco. Él repartió la tierra, eso fue en el año en que Lázaro Cárdenas estuvo como presidente también con esa idea.

La memoria desde los alimentos

En su juventud, ¿cómo fue estar en ese entramado mayoritariamente campesino, pero también en una relación directa con el Lago de Texcoco y la actividad de pescar?

–Tuve una infancia hermosa. Recuerdo mi niñez y para mí fue muy bonita porque había armonía en la casa. Aunque siempre hubo problemas de carencias, allí había otra cosa: mucha armonía y unidad. Los alimentos que mi madre preparaba me llegan en este momento a mi olfato.

¿Cuáles?

–Hacía tortillas y preparaba mucha verdura. Eso era hermoso. Nos llevaban al río porque mi mamá iba a lavar; después de eso nos mandaban a juntar leña para calentar la comida. Era muy bonito. Recuerdo esa cocina donde siempre había humo porque mi mamá hacía tortillas o cocía frijoles en su cazuela. A veces, algún guisado. Llegábamos de la escuela y mi mamá ya estaba haciendo tortillas y tenía salsa preparada… tejoloteada.

“¡Los Reyes Magos vienen toda la semana!”

Trini habla con La Jornada Semanal en la calle República de Cuba, afuera del café La Resistencia, en Ciudad de Mexico. Quienes arriban al lugar y le reconocen su larga lucha a favor de diversas causas sociales, seguramente asumen que ante este reportero ella reflexiona sobre temas políticos. No es así, pues charlamos de aspectos más importantes, como las ilusiones que nos habitan en la infancia, por ejemplo, la noche previa a un seis de enero:

–Te imaginas que los Reyes Magos están, que ahí van caminando… ¡Los esperábamos y ponía mi zapato en la ventana! Ya era el otro día y no llegaban… Nos decían los adultos: “¡Los Reyes Magos vienen toda la semana!” Era algo que nos ilusionaba a pesar de que, a veces, no llegaba nada. Yo decía: “Bueno, quizás me porté mal…” [Risas.] Siempre lo he dicho: no recuerdo mi infancia con lamentaciones o tristezas.

“No se podía hablar de ciertas cosas”

“Ser la única mujer entre seis hermanos, eso no fue tan agradable porque, como mujer y chamaca, siempre deseaba tener confianza en alguien”, comparte Trinidad al evocar sus experiencias como una mujer joven en un ambiente rural. “No había alguien en quién confiar porque, en ese entonces, las mamás no nos daban esa apertura. No se podía hablar de ciertas cosas.” Y añade:

–Los papás no tenían la costumbre de hablar, por ejemplo, de cosas que uno vivía como mujer o de otros temas. Cuando fui adolescente y andaba con el novio, pues siempre deseaba en quién confiar y preguntar cosas, pero no había alguien…

El lugar de las vivencias

¿Cómo podría definir al hombre y a la mujer de Atenco?

–La tierra, sus costumbres y tradiciones. Eso es lo que nos da identidad: ir al campo a sembrar la tierra, labrar y cosechar. ¡Aquí están mis raíces y este lugar de las vivencias no podría cambiarlo por nada!

“Aunque muchas cosas desaparecieron: cómo se cocina o cómo nos tratábamos. Se daba mucho el saludo a la gente. Encontrabas a cualquier persona y la saludabas. Antes había fiestas donde no sólo compartíamos en familia, sino también con los vecinos. Se hacían dentro de las casas, apretaditos, y ahora es en la calle con grupos musicales muy costosos. Todo eso ha cambiado.”

Tejido social con grietas

Esta forma de compartir los alimentos, de celebrar entre familias y con los vecinos, de respeto y costumbres, ¿cómo influyó a la hora de conformar el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra en Atenco?

–Nos unimos y formamos una sola familia. Resulta que quienes sólo nos saludábamos, pues nos unimos más; aunque también hubo quienes asumieron la defensa de que sí se construyera ahí el aeropuerto. Esto nos vino a cambiar. Nos dividió. Hasta el momento no se ha logrado la unidad.

“El gobierno, así como rompió el tejido social, debiera ser quien hiciera la reconstrucción; sin embargo, nosotros estamos haciendo esa tarea. ¡No podemos vivir así! No quiero que mi nieto crezca en un ambiente de venganza e indiferencia hacia los demás.

Luchar con alegría

Cuando el gobierno de Vicente Fox intentó despojarlos de su territorio, ¿de dónde les vino a ustedes eso de salir a la calle con machete en mano y sus distintivos paliacates amarrados al cuello?

–Mira, al otro día del Decreto Expropiatorio [21 de octubre de 2001], sentimos que nos habían quitado la vida. ¡Nos vimos tan desprotegidos y tan huérfanos! Por eso salimos al centro del pueblo, ahí nos juntamos y empezamos a preguntarnos cómo íbamos a defender la tierra. Ahí se hicieron las asambleas colectivas y definimos hacer una primera marcha. Primero fuimos hacia la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; después, caminamos a la ciudad y tomamos el machete, el cual no es sino un símbolo de la defensa por la tierra, así como el paliacate: ¡lo concebimos como un símbolo y no para lastimar a alguien!

Recuerdo la marcha hacia la Suprema Corte de Justicia [junio de 2010] para exigir la libertad de los doce presos políticos del Frente de Pueblos: bullicio y jolgorio aun en los momentos más difíciles. ¿Eso proviene del carnaval que también es una tradición en Atenco?

–Siempre dijimos que, a pesar de estar presos los compañeros, la lucha debía ser con alegría. No podíamos vencernos. Eso hubiera sido una desesperanza para ellos. Bailábamos “El tambor de la alegría”.

¿Se resiste como se vive?

–Sí. La resistencia consistía en amar tu pueblo, tu tierra, a los tuyos y a tu familia. El pensar que parte de tu pueblo se iba a desaparecer con ese proyecto.

Mutar el dolor en fuerza

Tras la brutal represión del Estado mexicano en contra del FPDT en mayo de 2006, Trinidad se vio obligada a no claudicar: sus hijos Ulises y América vivían en la clandestinidad, mientras su otro hijo, César, así como su compañero Ignacio, sobrevivían en una cárcel de máxima seguridad.

¿De dónde sacaba fuerzas para combatir
y resistir?

–Yo digo que del amor a nuestros seres queridos, de ahí sale la fuerza. Yo llegaba a la casa y decía: “Ya vine, Nacho, ya vine hijos… no sé si lo que hoy hice ayudará a la libertad, pero lo hice con toda
mi alma.” Ahí daba rienda suelta a mi llanto. A pesar de saber que esa casa estaba sola, cuando salía les decía: “Ya me voy a luchar porque ustedes van a regresar. Esa mesa, nuevamente, se va a llenar con ustedes.” La mesa estaba vacía, ¡pero mi corazón estaba con tanto amor! El dolor también se convierte en fuerza.”

Trinidad Ramírez, ¿hacia dónde dirige su amor?

–El amor a la vida, a quien tiene hambre y sed, a quien no tiene dónde cobijarse. A la mujer que violan…

¿Eso en dónde lo aprendió?

–En la lucha y en el seno familiar. Este amor se fortalece más cuando sales de tu casa y te das cuenta de que existe mucha injusticia, miseria y autoritarismo. Ahí es cuando dices: ¡Ni modo que me quede quieta!

Finalmente, ¿el amor es lo único que podemos oponer a la miseria y la injusticia del mundo?

–Y la acción. El amor no es suficiente si no hay acción. l

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