Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas para Gaza, escribe en Anatomía de un genocidio el objetivo de Israel y su gobierno es el asesinato masivo para destruir físicamente a los palestinos como grupo, bajo la doctrina de promover una limpieza étnica. Estamos en presencia de una gran crisis de humanidad, pero bajo el principio de la banalidad del mal, cuyo principio regulador es carecer de pensamiento y capacidad de juicio. ¿Y los israelíes que piensan? Salvo excepciones, como es de esperar, la mayoría comparte la visión gubernamental. No hay grandes manifestaciones, ni se rechaza la crueldad de sus soldados. Ellos quieren morir por Israel. Los palestinos no son seres humanos, Netanyahu los definió como monstruos. Enemigos de Israel a los cuales hay que exterminar. Destruirlos, quedarse con sus territorios. Mientras son considerados una amenaza, los israelíes confiarán en las políticas de exterminio. Sus libros de historia, sus relatos van en esa dirección.
Israel vive en los dominios de una propuesta totalitaria. Retomando a Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951), sus reflexiones calzan con los argumentos del sionismo a la hora de granjearse el consentimiento del pueblo israelí para llevar a cabo el genocidio contra el pueblo palestino. Así, la fuerza que posee la propaganda totalitaria de Netanyahu se centra en aislar a los israelíes del mundo real. De esta manera el “ideal de la dominación totalitaria son las personas para quienes ya no existen la distinción entre el hecho y la ficción […] y la distinción entre lo verdadero y lo falso, es decir, las normas del pensamiento” se han difuminado. Viven en una mentira permamente.
Al igual que los alemanes durante el tercer Reich estaban con su führer, y reclamaban para sí el control geopolítico y expansión de su territorio a partir de la anexión de Austria y ser una raza elegida para dominar el mundo, la fuerza del führer Netanyahu se fundamenta en el mismo criterio. Los israelíes han votado en las urnas a quienes hoy dirigen la política exterior. Sean ortodoxos, sionistas, cristianos o judíos, habitan un territorio, cuya colonización desde la instauración del Estado de Israel en 1948, favorecida por una comunidad internacional, ha estado precedida por la expulsión del pueblo palestino. Sus casas fueron quemadas, sus habitantes sufrieron la humillación negándoles sus derechos, siendo perseguidos y acusados de terroristas. Extranjeros en su propio territorio.
La Nakba, como se conoce la catástrofe palestina trajo consigo la expulsión, eufemísticamente, conocida como el desplazamiento de medio millón de palestinos. Durante 75 años, la propuesta totalitaria del Estado de Israel ha contado con la complicidad de la comunidad internacional, víctima de la banalidad del mal y el sentido de culpabilidad por el Holocausto nazi. Los israelíes se sienten cómodos y no protestan por los crímenes de lesa humanidad.
Lo hacen para reivindicar la liberación de los rehenes en manos de Hamas. Si para conseguirlo, es necesario asesinar a más 30 mil gazatíes, bombardear casas, violar mujeres, hacerles morir de hambre o impedir cualquier tipo de ayuda humanitaria, no se opondrán nunca. Viven reafirmado la muerte como estrategia de vida. Para los israelíes comunes, como para los alemanes del tercer Reich, no cabe pensar, ni cuestionar las decisiones de sus dirigentes. El führer siempre tiene razón. No nos llamemos a engaños, el sentido común de los israelíes es llevar un Netanyahu en su alma, de lo contrario, se hubiese levantado denunciando los crímenes de lesa humanidad contra el pueblo palestino y eso no ha sucedido. Tampoco aconteció en la Alemania nazi. Bienvenido el cuarto Reich, con Israel como avanzadilla.