Las armas del S. XVl, fueron objeto privilegiado de su época, para delicia de plateros, esmaltadores y damasquinadores.

El yelmo… de oro
José Cueli
En el trabajo de F. Tomás y Estruch acerca de la orfebrería y su importancia en la composición y la redacción del Quijote, ahora toca el lugar a las armas, que fueron objeto privilegiado de la época, para delicia de plateros, esmaltadores y damasquinadores.

De todos es conocido el aprecio de don Quijote por la famosa bacia, que para el ilustre hidalgo no era otra cosa que el yelmo de Mambrino, equiparándola con el casco que labró Vulcano para el dios de las guerras.

Según Tomás y Estruch, de dagas y puñales, en general de tipo morisco, se ocupa especialmente la orfebrería, enriqueciéndolas con piedras preciosas, perlas cinceladas y esmaltes de exquisita factura, según vemos en la curiosa doncella disfrazada de caballero que lleva al gobernador Sancho sus corchetes.

Las vainas también estaban dotadas de similares decorados, o bien se recubrían de bordados y monturas de gemas y ricos aljófares. Igual esplendor mostraban los riquísimos faldellines de tabí de oro que usaban las nobles jóvenes vestidas de zagalas.

Y aquí una cita embustera de Sancho acerca de Dulcinea y sus doncellas: todas, un ascua de oro, todas mazorcas de perlas, todas diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de 10 altos. Estos altos, según el escritor citado, muchas veces dados, por el bordado, como complemento, con variedad de puntos, recamos y aplicaciones, moda que se prolonga hasta el siglo XVIII.

Finalmente, la joyería indumentaria se usaba también para complemento de lazos de sayas, jubones, coletos, ligas, calzado, sombreros o chambergos; en agujetas cabillos o herretes de los mismos, o sueltos, y en largas agujas para los tocados de señora.

Una de esas agujas, agrega Tomás y Estruch, sería la que, según la dama doña Rodríguez, al pedir enderezo de entuertos y protección para su hija a don Quijote, una de dichas agujas sería la que introdujo por los lomos a su marido la respetable señora que con gran autoridad llevaba aquél a la grupa de su caballo que entonces, dice la dama, no se usaban coches ni sillas, como ahora dicen que se usan, y las señoras iban a las ancas de los caballos de sus escuderos.

Esto es lo que precisamente demanda Sanchica al travieso paje, para ir al encuentro de su padre, el gobernador baratario. Era la usanza que hacían los grandes de España, con las madrinas del siglo XVI en los bautizos reales; costumbre que introduce Hernán Cortés en la Ciudad de México posteriormente a la Conquista (episodio traumático que siglos después no se elabora y se sigue repitiendo entre conquistadores y conquistados), cuando, según la historia, regresando de otra conquista peligrosa, durante la cual, según Tomás y Estruch, hubo empeño de hacerle pasar por muerto, quiso premiar la lealtad heroica de Juana Marsilla, azotada públicamente por traidores al intempestivo conquistador.

(El Quijote torero, editorial La Jornada.)

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