De Tlacotalpan las jaranas

De Tlacotalpan las jaranas

Aban Flores Morán y Mariana Favila Vázquez

Crónica del famoso festival de Tlacotalpan, el Tlalocan, el paraíso de Tlaloc, en el que la fiesta, con sus múltiples actividades, alcanza con el poder de las jaranas del son jarocho el grado de ciclo vital y regenerativo. Los autores, Aban Flores, miembro del CEPE de la UNAM, y Mariana Favila del CIESAS-CDMX, afirman: “El son jarocho realiza una proeza aún mayor: disuelve las marcadas jerarquías sociales presentes durante el día. En este ambiente todas las personas, independientemente de su origen o estatus, se reúnen para tocar, cantar y zapatear en armonía.”

 

El cauce del río Papaloapan lleva hasta Tlacotalpan, Veracruz, un lugar donde el tiempo se suspende y renueva con las festividades anuales de la Virgen de la Candelaria, que se celebran en los últimos días de enero hasta los primeros de febrero. Desde tiempos inmemoriales, las festividades han sido un testimonio de la eterna danza entre el día y la noche, cuyo antagonismo moldea incansablemente al mundo. En Tlacotalpan, durante el día, el espíritu festivo se apodera del pueblo. Entre los primeros eventos se llevan a cabo cabalgatas con jinetes jarochos montando elegantes caballos, seguidos por rancheros en animales igualmente imponentes. Al final, la gente del pueblo se une a la cabalgata, recorriendo las calles con entusiasmo.

En la segunda jornada, Tlacotalpan se viste de rojo y blanco, mientras que sombreros y botas vaqueras se convierten en el atuendo característico de los participantes, anunciando las festividades taurinas. Un espacio dentro de la Explanada de los Jarochos se transforma en el corral donde
se liberan los toros, inyectando una dosis de adrenalina al evento. A pesar de su popularidad, no todos disfrutan de este espectáculo. Quienes se oponen a este maltrato encuentran otras opciones en talleres culturales y presentaciones de libros organizadas en distintos espacios.

El punto álgido de las festividades llega en el tercer día, con la celebración en honor a la Virgen de la Candelaria. La jornada comienza con “Las mañanitas”, cantadas para despertar a la Virgen. Durante el día se realiza una emotiva procesión en la que la imagen sagrada es llevada desde su santuario a través de las calles hasta llegar a una embarcación, que la espera pacientemente para iniciar su peregrinación por el agua.

En el pasado la embarcación era una modesta balsa, similar a las que surcaban el río. En la actualidad se ha transformado en una impresionante plataforma donde la Virgen navega acompañada de autoridades religiosas y civiles. Una multitud de embarcaciones más pequeñas la sigue: algunas resuenan con vivas y cánticos, otras se sumergen en oraciones, mientras que en algunas se escucha el son jarocho.

A medida que la Virgen avanza por el río, se hace evidente una clara división social y económica en el pueblo. Hacia el sur se despliega la opulencia, con grandes casas, yates y motos acuáticas. En contraste, hacia el norte se observa una realidad más austera, con modestas viviendas y un acceso limitado a los servicios básicos.

No obstante, la devoción hacia la Virgen, heredera de Chalchiuhtlicue, la diosa prehispánica de la fertilidad y el agua, une a la comunidad más allá de las diferencias económicas. Las plegarias por la prosperidad varían según la región: en el sur se busca el éxito empresarial y la salud de los toros; en el norte se pide la bendición de las cosechas, el bienestar del ganado y la vitalidad del río.

Cuando el sol comienza a ponerse, pintando el cielo con tonalidades que presagian el crepúsculo, concluye la procesión de la Virgen, los toros y la cabalgata. Es entonces cuando las jaranas despiertan de su sueño para dar inicio al fandango.

Tlacotalpan, un Tlalocan junto al río

Desde tiempos remotos, la creencia en el Tlalocan, el paraíso de Tlaloc, señor de la lluvia y la fertilidad, ha cautivado la imaginación colectiva. Se considera al Tlalocan como un reino de abundancia, donde el alimento es copioso y sus habitantes disfrutan de un eterno regocijo. Dependiendo de la región, los seres que habitan este lugar reciben diversos nombres: aluxes en la península de Yucatán, ahuaques o tlaloques en el centro de México, y chaneques en Veracruz.

Honorio Robledo cuenta que estos últimos celebran sus propias festividades llenas de música y alegría. Poseen instrumentos únicos ocultos en sus colas, con los que capturan el viento para transformarlo en melodías y éstas se liberan en el aire, viajando sin rumbo hasta llegar a los músicos, quienes se dejan inspirar por ellas y las convierten en los motivos del son jarocho. Esta narrativa recuerda la idea prehispánica de los artistas como personas capaces de establecer un diálogo con su corazón, morada de los dioses. Eran los encargados de descifrar y transmitir el lenguaje divino a través de su voz, sus manos o sus gestos, para así revelarlo a las personas.

En Tlacotalpan, la música del son crea un puente entre lo terrenal y lo divino. Para lograrlo cuenta con maestros rituales cuya destreza va más allá del simple acto de entonar canciones; sus manos otorgan vida a los instrumentos. Entre estos especialistas se encuentran figuras como Mono Blanco, cuya agrupación ha sido fundamental en la revitalización de esta música, otorgándole nueva vida a un arte que estaba al borde del olvido. De igual manera, Son de Madera ha desempeñado un papel crucial en este renacimiento, mientras que Los Cojolites, a través de su canto y música, generan una energía palpable que se propaga con fuerza por todo Tlacotalpan, alcanzando rincones lejanos del mundo.

Además de las figuras consagradas en la escena del son jarocho, existen numerosos grupos de jóvenes como Púrpura de Cascabel, Jarocho Barrio, Flor de Uvero, Colectivo Carretoneros, Manguito con Chile, entre otros (y una disculpa por no mencionar a todos), que desempeñan un papel crucial en mantener viva esta tradición. Incluso, gracias a la dedicación de Julio Corro, los niños aprenden desde pequeños en el Centro Cultural El Retiro a construir sus propios instrumentos, tocarlos, cantar y bailar zapateando. Esto asegura que el son jarocho no sólo permanezca vivo, sino que además tenga un futuro prometedor.

Sin embargo, a pesar de este vibrante panorama cultural, existe una preocupación persistente: la falta de apoyo gubernamental. Los artistas y grupos, sin importar su fama o trayectoria internacional, deben autofinanciar sus presentaciones en Tlacotalpan, cubriendo gastos de hospedaje, transporte y alimentación por sus propios medios. Esta situación se extiende a la infraestructura; por ejemplo, el escenario para el Encuentro de Jaraneros de este año fue prestado por un grupo musical, y una manta promocional nunca llegó. Mientras tanto, el escenario principal, destinado a diyéis y otros grupos, tiene pantallas y una producción de mayor envergadura. Esta discrepancia explica el malestar y la frustración constantes entre los jaraneros, quienes luchan no sólo por preservar y difundir su arte, sino también por obtener el reconocimiento y apoyo que merecen.

“Y que nos enchanecamos…”

La fiesta del fandango

Por todo lo anterior el fandango, el ritual más importante de estas celebraciones, se lleva a cabo en la periferia del pueblo, alejado de la influencia gubernamental y su posible instrumentalización política. En este espacio, al caer la noche, las tarimas se disponen en las calles, rodeadas por bancas para los espectadores. Al frente, los músicos llegan uno tras otro con sus instrumentos a cuestas. La reunión comienza con una sola jarana, que rápidamente se multiplica a diez, luego a treinta, hasta que el número de instrumentos es imposible de contar.

Desde el frente del ensamble suenan las primeras notas y pronto una sinfonía de instrumentos se une en armonía. Un grupo de personas empieza a zapatear enérgicamente sobre las tarimas, marcando el inicio del ritual. En este momento, el fandango se convierte en un rito colectivo de identidad, resistencia y comunidad.

El fandango logra que los presentes sean parte de un fenómeno único: “el enchanecarse”, es decir, perder la noción del tiempo, lo que provoca que los minutos, horas, días e incluso años pierdan su significado. Esta conexión también crea una brecha entre nuestro mundo y lo divino, permitiendo que las fuerzas naturales fluyan libremente y revitalicen la tierra mediante el son jarocho.

No obstante, el manejo de estas fuerzas sobrenaturales conlleva riesgos. Francisco García Ranz cuenta que Arcadio Hidalgo, una figura emblemática del son jarocho y profundo conocedor de sus rituales, expresaba su reticencia a interpretar el Buscapiés ya que creía que tenía el poder de invocar al diablo. Narraba cómo, al tocarlo,
un bailarín de habilidad inigualable subía a la tarima, y aquellos que observaban con atención descubrían que tenía una pata de gallo en lugar de un pie. La única manera de disipar esta presencia maligna era a través de sones dedicados a los santos.

Ante esta creencia, los espectadores no tienen más opción que observar con atención a algunos bailarines cuyos pasos hacen vibrar la tarima, curiosos por descubrir si, ocultas entre la bota y el dobladillo del pantalón o por debajo de la falda, se asoman las insólitas patas de gallo.

El son jarocho realiza una proeza aún mayor: disuelve las marcadas jerarquías sociales presentes durante el día. En este ambiente todas las personas, independientemente de su origen o estatus, se reúnen para tocar, cantar y zapatear en armonía, sin que nadie ostente mayor autoridad que otro. La armonía y la hermandad dejan pensando que el mundo sería mejor si fuera un gran fandango.

Las primeras luces del alba empiezan a despuntar. Las jaranas, cansadas de cantar toda la noche, comienzan a guardar silencio; es hora de dormir y dar paso a las fiestas de día, a los caballos, a los toros, a la jerarquía… Sin embargo, el propósito se ha cumplido: la fertilidad se ha esparcido por la tierra, permitiendo que el ciclo de la vida continúe. Pero queda la pregunta en el aire, ¿será suficiente?

La festividad en Tlacotalpan concluye, obligando a sus participantes a reintegrarse a la rutina diaria, al ajetreo, los embotellamientos y las discordias habituales. No obstante, la promesa de un nuevo año brinda esperanza: una vez más, día y noche se entrelazarán en las fiestas de la Candelaria en Tlacotalpan, el tiempo se suspenderá y el fandango dará inicio.

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