En Charcas, de La Sierra Gorda en Guanajuato.

Charcas en día de plaza        

Fuimos a Charcas y comimos carnitas de res de rechupete. De veras de rechupete. De rechupete. 

  

   –Pásame la salsa. 

      Y unas frías bien muertas. 

     –Salud, por la que se va de viaje.  

     Ya estoy de viaje. El viaje es parte del viaje, de la cuna a la tumba, no hay más. Pero antes… 

     Día de plaza a reventar. Hermosa colmena humana.  

     Esto es México. Así somos. Esta es mi gente.  

     No me preguntes cómo, pero si lo veo y lo siento como ahorita aquí en Charcas a las once de la mañana en día de plaza, martes, sólo te digo: esto es México. Así somos. Este es mi país y esta es mi gente.   

     Un revoltijo sabroso (dulce y picoso) de colores, ruidos, olores, sabores y más chunches. Un saber estar con lo poco o mucho que se tiene. Compartiéndolo todo.

Dando y recibiendo, comprando y vendiendo y mirando, despreocupadamente.

Con la gratitud de estas vivos un día más.

Entregados a la suerte, sin recelo y con fe.

Abiertos al porvenir de la vida y la muerte.

Y mira los niños traviesos y nuestras guapas mujeres (así dure un ratito su increíble esplendor) y nuestros viejitos eternos y los perros y los mendigos y las moscas y los loquitos del pueblo.

Mucho sol y un poco de mugre. En comunidad fraterna. Pobres y ricos.

Una feria de alegrías y muéganos y otros churros. Con los rencores y los odios bien cubiertos. El calorcito en todo el cuerpo. El alma en paz.     

     Y los amigos y las amigas chilangas con cara de sol coloradas.

Y sus bromas y sus risotadas e ironías. Su desparpajo, sus gritos, ora güey, son chilangos. Salud, mi Ruiseñor y su hijo, Ime y su chancla, el Prieto y la China, y por supuesto el Mudo hablador. El amor es una rueda de doble atracción: se acerca por un lado y se aleja por el otro. Música, maestros, voces, guitarra y violín: 

     –Sentada en un hormiguero… En medio de un hormiguero, te voy a dejar sentada, a ver qué carita pones… ay, ay, ay. Puros piquetes de hormigas. 

     –Hoy vivo millonario y mañana mendigo. Mi dicha y mi dolor a nadie se lo digo. Por eso nadie sabe cuando estoy gozando, cuando estoy herido. Soy bohemio de afición.  

     –Tú sí escribes muy bonito, para ti soy libro abierto…  escribe en mí, te necesito… 

     Fue un día mágico. Caminamos en medio de la muchedumbre y fuimos parte del río humano. Nos sentamos en la misma banca donde un niño durmió 41 años atrás. Hernán, ¿lo conocen? Compramos dulces, cemitas, quiote. Huaraches. Un sombrero. Los puestos de fruta fresca ambulantes, artistas rodantes.  

     –Yo invito las jícamas.    

     Luego llovió un poco. Otra vez sol. Polvo. Fuimos a La Soledad. El pozo abandonado, la ventanita tapiada, la nopalera y sus tunas solares, los órganos como gendarmes impasibles, las paredes de adobe derrumbadas y en pie, dos tres gallinas picoteando la tierra árida, el silencio de la soledad, los huizaches secos.

Y de pronto los pasos afantasmados de don Luis y sus palabras antiguas. ¿No vive aquí un Pedro Páramo, don Luis? Ese hombre ya se murió, sólo vive su  sombra. 

     –Ah, ta güeno –dice Rugelio.  

     Un poco de sol y un viento helado.  

     Regresamos al pueblo grandote de paso. Miré el horizonte. Entre la iglesia blanca y los cerros azules, los verdes y los dorados brillantes, días de guardar, las jacarandas del jardín enlutadas de morado. Nubarrones de colores barridos por el aire frío. Rostros amables en la calle.  

     La luminosa luz de México vuelve transparente esta hora líquida. Bienestar. Calorcito en todo el cuerpo y paz en el alma.             Julio Figueroa 

Para Carlos Eugenio de la Isla 

Jueves y Viernes Santo.

Gto. México,

5-6 de abril 2007.  

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