La Compañía de Jesús…

La Compañía de Jesús, en latín: Societas Iesu. o  S. J. 

A los miembros de esta Orden se les llamó, casi desde sus inicios, «jesuitas».

El nombre se empezó a utilizar en Alemania, como le hizo notar Pieter Kanijs (primer jesuita alemán y futuro San Pedro Canisio) a San Ignacio alrededor de 1550, y luego se extendió al resto de Europa.

Ignacio de Loyola leyó durante su convalecencia en 1521 muchos libros piadosos, entre ellos la Vida de Cristo del cartujo Ludolfo de Sajonia (fallecido en 1378), que había sido traducido del latín al castellano por el franciscano fray Ambrosio Montesino (Alcalá de Henares, 1502). Ignacio de Loyola llegó a un capítulo que dice así:

¡Jesús, Jesús, cuánto dice un nombre! Este nombre de Cristo es nombre de gracia; mas este nombre de Jesús es nombre de gloria. Por la gracia del bautismo se toma el nombre de cristiano y de la misma manera en la gloria celestial serán llamados los santos, jesuitas, que quiere decir salvados por la virtud del Salvador.

Sin embargo, el término «jesuita», que en su variante peyorativa data de 15441552 para referirse a un uso excesivo o una apropiación del nombre de Jesús, a veces con fines no muy rectos, nunca fue usado por Ignacio.

Las Constituciones de la SJ (1554) hablan de «los de la Compañía», y la Santa Sede, hasta los años 70, siempre habló de «los religiosos de la Compañía de Jesús».

El apelativo «jesuita» les fue aplicado inicialmente a los miembros de la Compañía de modo despectivo, pero con el paso del tiempo fue incorporado benignamente por los miembros y amigos de la Compañía.

En Inglaterra solía aludirse a la Compañía como «la Sociedad», debido a su mismo nombre (Societas Iesu).

El lema que usan los jesuitas es «Ad maiorem Dei gloriam», también conocido por su abreviatura AMDG. En latín significa literalmente: «A la mayor gloria de Dios».

Las siglas IHS, tradicional monograma de la palabra Jesús (también simplemente IH, como XP lo es de Cristo) fue adoptado en su sello por Ignacio de Loyola, con lo que devino en símbolo de la Compañía.   

Origen de la Compañía

En septiembre de 1529, Ignacio de Loyola, un noble vasco que combatió en las guerras contra Francia y Navarra defendiendo la causa de Carlos I, había optado por dedicarse a “servir a las almas”.

Decidido a estudiar para cumplir mejor su propósito, se incorpora al Colegio de Santa Bárbara —dependiente de la Universidad de París— y comparte cuarto con el saboyano Pedro Fabro y el navarro Francisco Javier.

Los tres se convirtieron en amigos inseparables. Ignacio realizaba entre sus condiscípulos una discreta actividad evangelizadora, sobre todo dando Ejercicios espirituales, un método ascético desarrollado por él mismo.

En 1533 llegaron a París Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla y Simão Rodrigues, que se unieron al grupo de Ignacio.

El 15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción de la Virgen, los siete se dirigieron a la capilla de los Mártires, en la colina de Montmartre, donde pronunciaron sus votos y nació la Compañía de Jesús como un grupo de amigos con un ideal común.

El 27 de septiembre de 1540, el Papa Pablo III reconoció la orden y firmó la bula de confirmación conocida por sus primeras palabras: Regimini militantis ecclesiae.

Después de los votos de Montmartre se incorporaron al núcleo inicial tres jóvenes franceses, «reclutados» por Fabro: Claude Jay, Jean Codure y Paschase Broët.

Los diez se encontraron en Venecia y peregrinaron y misionaron el norte de Italia a la espera de embarcarse hacia Jerusalén, pero la guerra entre Venecia y el Imperio Otomano lo impidió.

A partir de la aprobación papal comenzó un proceso de expansión numérica y de misiones encomendadas: fundación de Colegios, reforma de monasterios, participación en el Concilio de Trento, diálogo con los protestantes…

Los primeros compañeros se dispersaron: Rodríguez fue a Portugal, Javier a Oriente, Fabro recorrió media Europa predicando y dando ejercicios espirituales

Entre 1540 y 1550 se unieron a la Orden notables personajes para su posterior desarrollo: Jerónimo Nadal, Francisco de Borja, duque de Gandía, Pedro Canisio, notable teólogo, y Juan de Polanco, secretario de Ignacio.

En 1556, cuando murió el fundador, eran 1000 compañeros. El segundo General fue Diego Laínez. 

Las expulsiones y la supresión de la Compañía

Los gobiernos ilustrados de la Europa del siglo XVIII se propusieron acabar con la Compañía de Jesús por su defensa incondicional del Papado, su actividad intelectual y los enemigos que se habían ganado (jansenistas, filósofos, e incluso ciertos clérigos en Roma).

El primer país en expulsarlos fue Portugal. El ministro Carvalho, marqués de Pombal, fue su principal adversario; encerró en el calabozo a 180 jesuitas en Lisboa y expulsó al resto.

En 1763, Luis XV de Francia los acusó de malversación de fondos debido a la quiebra del P. Antoine Lavalette en Martinica. El Parlamento de París condenó las Constituciones y el Rey decretó la disolución de la Orden en sus dominios.

Más tarde, los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la corona española a través de la Pragmática Sanción de 1767 dictada por Carlos III el 2 de abril de 1767 y cuyo dictamen fue obra de Pedro Rodríguez de Campomanes (futuro conde de Campomanes), regalista y por entonces Fiscal del Consejo de Castilla.

Al mismo tiempo, se decretaba la incautación del valioso patrimonio que la Compañía de Jesús tenía en estos reinos, haciendas, edificios, bibliotecas, aunque no se encontró el supuesto «tesoro» en efectivo que se esperaba.

Los hijos de San Ignacio tuvieron que dejar el trabajo que realizaban en sus obras educativas, lo que supuso un duro golpe para la formación de la juventud en la América Hispana y sus misiones entre indígenas, como las famosas Reducciones guaraníes.

La supresión de los jesuitas fue llevada a cabo en 1773, cuando el Papa Clemente XIV enfrentó fuertes presiones de los reyes de Francia, España, Portugal y de las dos Sicilias quienes, por distintas razones, le exigían la desaparición de la Compañía.

El Papa cedió y mediante el breve Dominus ac Redemptor suprimió la Compañía de Jesús.

Los jesuitas se convirtieron al clero secular y los escolares y hermanos coadjutores quedaron libres de sus votos.

El Padre General, Lorenzo Ricci, y su Consejo de Asistentes fueron apresados y encerrados en el Castillo Sant’Angelo (Roma) sin juicio alguno.

Sin embargo, en Rusia, Polonia, Prusia e Inglaterra el edicto de supresión no fue observado por los monarcas.

Muchos jesuitas de toda Europa aceptaron la oferta de refugio hecha por la zarina Catalina la Grande, quien esperaba continuar así, con el apoyo intelectual de la Compañía, la obra de modernización iniciada por Pedro el Grande.

En 1789 —el mismo año en que la Constitución de Estados Unidos entró en vigor y en el que se inició la Revolución Francesa— fue fundada por ex jesuitas la universidad católica más antigua de Estados Unidos, la Universidad de Georgetown, en Washington D.C.; posteriormente la universidad sería integrada a la Compañía. 

Restauración y nuevas expulsiones 

Mártires jesuitas de Elicura, Chile, según la obra de otro jesuita, Alonso de Ovalle.

Cuarenta años después, en medio de los efectos causados por la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas y las guerras de independencia de los territorios americanos del imperio español, el Papa Pío VIII decidió restaurar a la Compañía.

De hecho, los jesuitas habían sobrevivido en Rusia —unos cuantos centenares— protegidos por la zarina Catalina II.

La restauración universal era vista como una posible respuesta a las presiones generadas por quienes eran vistos en ese entonces como los enemigos de la Iglesia, especialmente la masonería, condenada por el catolicismo.

De 1814 hasta el Concilio Vaticano II de 1960, la SJ es asociada con corrientes conservadoras y elitistas.

 

La Orden es identificada con un incondicional apoyo hacia la autoridad del Papa.

Poco tiempo después de la restauración, el Zar expulsa a los jesuitas de Rusia.

Los Generales (Fortis, Roothaan y Beckx) vuelven a instalarse en Roma después de un paréntesis de 40 años y durante el siglo XIX sufre las revoluciones políticas y tiene que afrontar numerosos ataques.

Acaba siendo nuevamente expulsada de Portugal, Italia, Francia, España, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Alemania, etc.

El resurgimiento italiano, es decir, la unificación de la península bajo la égida de la Casa de Saboya, acarreó complicaciones al Papado y a la Compañía. El conde de Cavour, primer ministro del Rey Víctor Manuel, era francamente liberal y, por ende, anticlerical.

En 1870 surge la «cuestión romana» cuando los ejércitos piamonteses ocupan Roma y el Papa se declara prisionero en el Vaticano. La situación política posterior en Italia, obligó al Padre General Luis Martín a abandonar Roma y a gobernar desde Fiésole.

A pesar de estas expulsiones y conflictos, el número de jesuitas va ascendiendo lentamente. Cuando los jesuitas alemanes fueron expulsados por Otto von Bismarck, cientos de ellos se trasladaron a Norteamérica y colaboraron en la evangelización del interior de los Estados Unidos.

Los Jesuitas.

Es una orden religiosa de la Iglesia Católica Romana fundada por San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y otros ocho compañeros en 1534, en París.

Con cerca de 20.000 miembros, sacerdotes, estudiantes y hermanos, es la mayor orden religiosa masculina de esa Iglesia hoy en día.

Los jesuitas, que así se conoce a los miembros de esta congregación religiosa, trabajan por la evangelización del mundo, en defensa de la fe y la promoción de la justicia, en permanente diálogo cultural e interreligioso.

La finalidad de esta Compañía es «la perfección cristiana, propia y ajena, para gloria y servicio de Dios».

La formación en la Compañía de Jesús es una etapa que dura entre 10 y 12 años y que empieza con el noviciado (dos años) y continúa con un proceso de formación intelectual sólida que incluye estudios de Humanidades, Filosofía y Teología.

Además, los jesuitas en formación realizan tres años de «prácticas» (período de magisterio, regency en inglés) en colegios o en otros ámbitos (trabajo parroquial, social, medios de comunicación, etc).

El estudio a fondo de idiomas, disciplinas sagradas y profanas, antes o después de su ordenación sacerdotal, ha hecho de los miembros de la SJ, durante casi cinco siglos, los líderes intelectuales del catolicismo. 

San Ignacio de Loyola, el fundador, quiso que sus miembros estuviesen siempre preparados para ser enviados, con la mayor celeridad, allí donde fueran requeridos por la Misión de la Iglesia y allá donde el Papa los necesitara.

De ahí que los jesuitas profesen los tres votos normales de la vida religiosa (obediencia, pobreza y castidad) y, aparte, algunos jesuitas emiten un cuarto voto de obediencia al Papa, «perinde ac cadaver» («disciplinado como un cadáver», en palabras de Ignacio) en lo que se refiere a las misiones específicas a las que éste los pueda destinar.

 

La Formula Instituti o Fórmula del Instituto, aprobada por Paulo III en 1540 y confirmada por Julio III en 1550, su documento fundamental, dice: «Militar para Dios bajo la bandera de la cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra». 

Es por ello que hoy los jesuitas se encuentran en los campos más diversos de nuestro mundo, adaptándose a las nuevas necesidades de la sociedad y a los retos que estas plantean.

Todas estas acciones las desarrolla a través del trabajo de los jesuitas y de miles de laicos que comparten su misma espiritualidad.

Así la Compañía trabaja en la acción social, la Educación, el ámbito intelectual, el servicio a parroquias y comunidades cristianas, los medios de comunicación social y todo ello cimentado en la llamada «espiritualidad» ignaciana. 

 

La Compañía de Jesús ha sido una organización que ha vivido entre la alabanza y la crítica, siempre en la polémica.

Su lealtad incondicional al Papa los ha colocado en más de un conflicto: con la Inglaterra isabelina, frente al absolutismo español y del Rey Sol, con la Alemania de Bismarck, de donde fueron expulsados (durante el Kulturkampf) y con los gobiernos liberales de diversos países en América y Europa, que también los persiguieron.

Asimismo los regímenes comunistas de Europa Oriental y de China limitaron ampliamente su actividad a partir de 1945. 

 

La Compañía de Jesús desarrolló una actividad decisiva durante la Contrarreforma, sobre todo en los años inmediatamente posteriores al Concilio de Trento; reconquistaron para el catolicismo regiones protestantes como Baviera en el sur de Alemania y los actuales estados de Renania del Norte-Westfalia, Renania-Palatinado y Sarre en dicho país; el oeste de Polonia, Hungría, Austria, Bélgica y el sur de Holanda. Su presencia en la educación occidental y en las misiones en Asia, África y América ha sido muy activa.

Ha contado entre sus filas a una larga serie de santos, teólogos, científicos, artistas y humanistas: San Francisco Javier, San Luis Gonzaga, Matteo Ricci, Francisco Suárez, Luis de Molina, Christopher Clavius, San Pedro Claver, Eusebio Kino, Karl Rahner, Teilhard de Chardin, Bernard Lonergan, Carlo Maria Martini, Ignacio Ellacuría, San Alberto Hurtado, etc.

Capítulos notables de su historia han sido el origen y desarrollo de sus célebres Colegios y Universidades en Europa, la actividad misionera en la India, China y Japón, las reducciones del Paraguay, la exploración y evangelización del Canadá, del Mississippi y del Marañón, los conflictos teológicos con los protestantes y los jansenistas, su confrontación con la Ilustración, su supresión (1773) y su restauración (1814).

En 1965 llegaron a su máxima expansión numérica: 36.000 jesuitas en más de un centenar de unidades administrativas, provincias y misiones.

Entre 1965 y 2008 los Generales fueron Pedro Arrupe, español, 1965-1983 y Peter Hans Kolvenbach, holandés, 1983-2008, año en que presentó su renuncia por motivos de edad.

El 7 de enero de 2008 comenzó la XXXV Congregación General, para elegir nuevo General y legislar sobre aspectos de la misión y carisma de la Orden.

El 19 de enero fue electo, en el segundo escrutinio, como trigésimo General de la Orden el Padre Adolfo Nicolás, español, perteneciente a la Asistencia de Europa Oriental y Oceanía que, como Arrupe, ha sido Superior Provincial de Japón.

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