Los Yoremes

Los respetadores del respeto: Yoremes 

“Sabemos que un día todas las palabras se van a juntar, y ante tanta cochinada de tanta ley impuesta se impondrá la historia que habremos de expresar”.

 

“Respetadores del respeto, nómadas pero no errantes porque caminaban su territorio, “no a tontas y locas por el mundo”

La cruz de Cohuirimpo está intacta, no se apolilló ni se pudrió porque quienes la clavaron tuvieron un respeto, un cuidado, y quemaron las raíces y el tronco para que con sus cenizas  ya no le subiera nada a la cruz, y ahí sigue.

El Consejo de Ancianos de la tribu de Cohuirimpo (los sabios de la región), está empeñado en defender la profundidad de la memoria, de lo que los yoremes llaman respeto, y respeto por el respeto — “la cualidad más noble de cualquiera de los que andamos aquí en la tierra”, por eso se dicen yoremes.

Y se quejan con una sola voz (que son muchas) de que ésos que se dicen gobernadores tradicionales sean allegados al poder, “personas que se convirtieron en debilidad porque nomás acarician las mentiras, títeres manejados que acatan la disposición y la condición (cuerdas con las que los niveles de gobierno del país nos tienen bien amarrados).

Para el caso ese gobierno es la forma más acabada del crimen organizado, un séquito de gente que nomás viene a zumbar el carro, doblar el codo y abultar su bolsillo”. 

En cambio nosotros, afirma el Consejo, “aquí no tenemos de’sos gobernadores, aquí somos puros intérpretes de la naturaleza. Queremos ser sencillos, anivelados, es decir que no queremos estar ni abajo ni arriba pero sí honrar sobre todo lo que consideramos el cumplimiento de nuestro deber. No estamos cuidando una moneda, estamos cuidando la memoria de nuestros antepasados que están bajo tierra. Nuestros procedimientos vienen de la gente que tenemos enterrada, y su palabra vive desde siempre, y se dijo en las lumbradas y en las escuetas ramadas del desierto y las barrancas”.

Don Alfredo Osuna, vocero del Consejo, insiste: “Desde el fondo del tiempo, cada palabra es como la hoja, unificada, y va formando un árbol, un sombreado, una ramada, a lo que es la familia de nuestra raza. Esa ramada es la sombra de toda una tribu, y esa sombra es la verdad: actos que forjaron los antiguos, tan importantes como la tierra, y que la disposición quisiera erradicar”. 

Es una rebeldía muy conmovedora la de estos yoremes, yoremías (respetadores del respeto, nómadas pero no errantes porque caminaban su territorio, “no a tontas y locas por el mundo”), porque arrinconados en una modernidad que supuso haberlos borrado, ellos siguen insistiendo en reivindicar que la autonomía empieza por unificar el pensamiento propio, es decir, quitarle lo fragmentado y fragmentario (“porque primero te toca preparar lo propio para luego pasar a preparar la tierra”). Para ellos la palabra es otro modo del territorio, sus nociones y concepciones deben sonar primero en yoreme aunque luego traduzcan, porque sienten que así las palabras se igualan con las estrellas. Su empeño primordial es hacer lo debido, encarnar la justicia. Por eso buscan ahora trabajar con otros pueblos porque “el avariento, el embustero, el altanero, según él entró al país a sembrar leyes pero nomás nos engañó con sus papeles embarrados porque éstas conservan o reservan lo que le conviene a sus intereses”. E insisten: “debemos encontrarnos entre quienes pensamos parecido e ir intercambiando experiencias.

Sabemos que un día todas las palabras se van a juntar, y ante tanta cochinada de tanta ley impuesta se impondrá la historia que habremos de expresar”.

Ramón Vera Herrera,

Navojoa, Sonora.

John Berger, De A para X

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