Juan Soriano y Juan José Arreola, un recuerdo

Juan Soriano y Juan José Arreola 

Quería yo recuperar la memoria de su juventud y pensar artístico. Keller 

El artista plástico Juan Soriano (1920-2006) concebía la amistad como una relación franca y sincera entre personas de distinta nacionalidad o cultura. 

Durante su etapa de juventud, deseaba conocer el estudio del arte y la literatura y, en sus últimos años de vida, conservaba el espíritu libre de su pensar y sentir. 

Conocí a Arreola cuando él regresó de París, a donde lo llevó el actor Louis Jouvet, pero él no soportó la angustia de estar solo durante ese largo viaje. Tenía muchas obsesiones. Siempre se quejaba y se sentía mal. Por lo regular lo acompañaba uno de sus hermanos, creo que era Rafael.

Juan José era mi vecino y me visitaba en mi departamento de uno de los edificios de Melchor Ocampo; su hermano, como guarura, lo esperaba afuera.

Su esposa Sara era muy simpática, que le hacía muchas bromas, y él se ponía muy dramático.

Era conflictivo Juan José. Armaba grandes chismes e inventaba de más.

Entre las causas por las cuales se terminó el proyecto teatral de pva fueron algunas historias ridículas del rector entonces de la unam.

Dijo que una pieza de Valle-Inclán, que queríamos montar, iba en contra de la moral de la Universidad. Además era muy fantasioso y susceptible, pensaba que no se le daba el valor que se merecía en México.

Pero en realidad, él perdía más tiempo haciendo pequeñas representaciones en cualquier lugar. Y uno esperaba más cosas de él como escritor. Yo le ilustré un unicornio para su primer libro Varia invención.

Muy seguido nos veíamos en Guadalajara, luego lo veía por la televisión, en donde hacía papeles muy tristes como maestro y declamador. No se daba cuenta de que estaba ante un público que no era el suyo.

No le entendía nadie lo que él hablaba de literatura francesa. Yo frecuentemente le regalaba cosas y pronto él las perdía. No cuidaba nada. Le daba todo lo mismo.

Tenía la angustia de quererse morir ya. Hacía como que se asfixiaba. “¡Ayúdenme a desvestir!”, nos decía en una ocasión estando en Guadalajara, a mí y a su hermano.

Y él estaba vendado como una momia en medio de un calor de la fregada. Además, Arreola era muy adicto al vino.

No hubo forma en que se apoyara para desarrollar su talento, le faltaba compromiso consigo mismo.

Tenía una fuerte inspiración, pero la disciplina es más importante.

Escribió poquísimo.

Todo se le fue en hablar.

Arreola no era una persona abierta para decir las cosas sinceramente.

Su conflicto con Octavio Paz en pva era de todos los días.

La amistad entre hombres se conserva de lo que uno dice o piensa.

Si alguien hizo algo en contra del amigo, pues se pide una disculpa, humanamente. Pero con Arreola no se podía hablar, porque todo era inventado, no sabía uno a qué atenerse. No era capaz de dirigir pva ; sólo lo era para escribir, viajar y representar una obra con éxito. Era como un bufón antiguo y tenía el don de hablar directamente al público.

Él hubiera sido un gran actor. Pero para ser lo que uno quiere. periodista, pintor, cantante… se necesita una dedicación tremenda.

Podemos tener un golpe de suerte, pero eso no dura.

 “Siempre que viajamos a otro país –decía el pintor jalisciense–, conocemos a un amigo con el cual se comparten diversas culturas. Debe respetarse la libertad de cada quien. Querer transformar a los amigos es una reproducción de nuestras manías. La presencia de una persona es valiosa porque es diferente a nosotros.”  

Al referirse a sus compañeros más cercanos, Soriano comentaba:  

“Diego de Mesa, español refugiado en México, me aportó muchas ideas y tradiciones de España, país que yo sólo conocía por libros y no por gente cercana.  

Comentaba realmente las lecturas que él realizaba del Quijote y de la literatura española en medio de las comidas familiares y entre amigos”.  

“A través de él pude conocer Polonia y a muchos polacos que visitaban mi casa: pianistas y mujeres muy guapas; gente muy distinta a quien podía entender.  

Entonces me interesaba por otro país, por otras costumbres. Enrique Krauze es de descendencia polaca.  

Cuando él supo en una ocasión que yo iba a viajar a Polonia, me pidió de favor que fuera al pueblo donde nació su padre y que hiciera unos dibujos para la entonces revista Vuelta. Los hice y se los llevé”.

Antonio Alatorre y yo fuimos muy amigos, pero la vida nos volvió a separar.

El se divorció de Margit Frenk y se puso a estudiar el idioma español, fuertemente. Ha llegado a ser un intelectual de primera.

Javier Galindo Ulloa

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