A Don Heberto Castillo me tocó entrevistarlo por cerca de tres horas en su curul de la cámara de diputados y la mayor impresión que me llevé fue que era un hombre demasiado culto einteligente y uno de los políticos más éticos que hemos tenido.
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En su primera semana de clases de primaria, allá en el pueblo de Ixhuatlán de Madero, Ver., donde nació en 1928, el niño Heberto Castillo Martínez se portó tan mal que el viernes, en la ceremonia de premiaciones y castigos, lo hicieron sentarse en la banca especial.
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Las primeras pruebas para la construcción el hotel de México las supervisó Castillo disfrazado, porque en esos días lo buscaban todas las corporaciones policiacas debido a su participación en el movimiento político de 1968.
Castillo pasó 2 años en la cárcel de Lecumberri. En ese lapso, pintó en los muros de su celda retratos y murales que ahora luce en su casa (compró los trozos de pared cuando remodelaron el viejo reclusorio); leyó centenares de libros y escribió varios volúmenes, y hasta reclutó a un puñado de adeptos, inclusive entre los miembros de una partida de presos drogados a quienes las autoridades instigaron en 1970 para que lo asesinaran.