Teresa de Calcuta y la Iglesia para el siglo XXI |
Escrito por Jorge E. Traslosheros | |
Domingo 19 de Octubre 2008 | |
OBRAS Y RAZONES Su beatificación es pieza clave para comprender parte del proyecto de Iglesia católica para el siglo XXI.
Por Jorge E. Traslosheros El domingo 19 de octubre del 2003 la madre Teresa de Calcuta fue beatificada en ceremonia encabezada por Juan Pablo II, en el contexto de la celebración de sus 25 años de pontificado. La amistad entre esa «pequeña mujer enamorada de Dios» y el Papa Grande era estrecha y, según sus biógrafos, ella fungió en más de una ocasión como consejera y embajadora del Papa. Entonces me pareció, dado el contexto en que sucedió, que su beatificación era pieza clave para comprender parte del proyecto de Iglesia católica para el siglo XXI. Debemos recordar que en aquellas celebraciones se publicó también el exhorto apostólico Pastores Gregis, producto de un sínodo mundial y que estuvo dirigido a los obispos de todo el orbe. En el documento se planteaban tres ejes de la acción para los sucesores de los apóstoles y, con ellos, para toda la Iglesia: uno, la esperanza como horizonte de acción permanente; dos, el ejemplo del Buen Pastor que acude siempre a su rebaño; y tres, el testimonio radical de seguimiento a Jesús desde la perspectiva de la opción preferencial por los pobres. Según el documento, estos ejes deberían ser parte de las motivaciones de la Iglesia para la construcción de un orden mundial fundado en la justicia, en la defensa radical de la vida humana y la apertura de la Iglesia al diálogo ecuménico, interreligioso y a la inculturación del Evangelio. La beata Teresa de Calcuta, a mi entender, encarnaba y encarna esta dimensión eclesiológica. En la homilía de la ceremonia de beatificación, Juan Pablo II resaltó ciertas cualidades de esta «pequeña mujer», sobre todo el que su vida se hubiera ordenado a servir a los a los más pobres entre los pobres, a los que ni siquiera tenían quién se acordara de ellos para morir, «en un itinerario de amor y de servicio que va contra toda lógica humana». El Papa señalaba cómo su opción preferencial por los pobres la llevó a una defensa radical de la vida humana a grado tal que, cuando recibió el premio Nobel de la paz en 1979, no tuvo empacho en decir: «si oís que alguna mujer no quiere tener a su hijo y desea abortar, intentad convencerla para que me traiga a ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios». Como suele suceder, las obras son más elocuentes que las palabras. Teresa de Calcuta sobresalió por su incondicional amor a cualquier ser humano, lo que la llevó a convertirse en vivo testimonio de la esperanza y en auténtica vanguardia del diálogo interreligioso, ecuménico y ejemplo de inculturación del Evangelio. Sin importar el origen religioso o social de quien a su caridad se acogía, siempre recibía una acción amorosa, en especial si de morir con dignidad se trataba. El milagro que fue motivo de la beatificación de Teresa de Calcuta es vivo testimonio: una mujer de religión hindú con cáncer terminal fue curada. Hasta donde tengo noticia, aquella mujer sigue practicando el hinduismo. Sin embargo, debemos aceptar que para mucha gente todo lo anterior pueda parecer algo secundario, acaso romántico, propio de una mujer bondadosa que, con sus prácticas «asistencialistas», daba un poco de consuelo a unos cuantos «pobres diablos» que nacieron, crecieron y murieron sin suerte, o bien que tejieron su mala suerte. Testimonio que poco tiene que ver frente a los grandes y serios problemas de la política internacional, de la globalización y la paz entre las naciones. Por mi parte, estoy convencido de que en eso radica precisamente su mayor aporte. Seamos creyentes o no, lo menos que podemos hacer es aceptar que la lógica existencial de Teresa de Calcuta implica ordenar la vida personal y social desde una lógica muy distinta a la «del mundo»; esto es que, desde la lógica de la esperanza, que es la de Dios, no habrá progreso, ni paz, ni un orden internacional justo a menos que se piense en el ser humano como un fin en sí mismo, poniendo en el centro su vida y su dignidad. Así, el mensaje de la beata Teresa para la Iglesia católica es muy claro: la forma de pensar el futuro, de incidir en la historia, es transformarse en servidores de la esperanza anunciada en el Evangelio y, la mejor forma de pensar el mundo y la sociedad es, precisamente, a partir de los excluidos, los desamparados, los pobres. El cómo llevarlo a cabo es asunto de múltiples opciones, de la diversidad de los carismas. Ahora, a cinco años de su elevación a los altares, el testimonio pertenece a esa «pobre mujer enamorada de Dios». |