Pierde el embajador
Gustavo Iruegas batalla contra el cáncer, pero deja un gran legado
24 de octubre del 2008
Como diplomático, el embajador Gustavo Iruegas hizo escuela entre jóvenes del servicio exterior en torno a los principios de la soberanía, la autodeterminación y la solución pacífica de los conflictos. Fue, desde el gobierno de José López Portillo hasta los primeros años del foxismo, uno de los principales enlaces entre el gobierno de La Habana y el de México. Como negociador en conflictos armados, participó en las iniciativas más trascendentes de la política exterior del país: Grupo Contadora, acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala, entre otros.
Al enfrentar un proceso semejante en su propio país, como jefe de la comisión gubernamental en la negociación con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en San Andrés Larráinzar, en 1995, se impuso su visión institucional y no alcanzó a hacer contacto con los reclamos indígenas y la naturaleza de la sublevación en Chiapas.
Como funcionario clave en la Secretaría de Relaciones Exteriores, estuvo a cargo de la embajada mexicana en Managua luego de la ruptura de relaciones con el gobierno del dictador Anastasio Somoza. Fue artífice y asesor en gran número de conferencias internacionales y reuniones cumbre que, como la Iberoamericana en Guadalaja en 1990, afianzaron el liderazgo de México en el teatro de las relaciones globales. Como funcionario del área consular, contribuyó a sentar las bases de la actual estructura de la cancillería mexicana en la protección de mexicanos en el extranjero.
Gustavo Iruegas fue accionista fundador de este diario en 1984. Como estudiante, fue el primer civil en cursar la maestría en administración militar para la seguridad nacional por el Colegio de la Defensa Nacional.
Cuando estaba en el punto más alto de su trayectoria diplomática, el gobierno de Vicente Fox lo dio de baja como subsecretario para América Latina de la cancillería. La alineación del gobierno panista con Estados Unidos, iniciada con el ex canciller Jorge Castañeda, culminaba con el proceso de Luis Ernesto Derbez de llevar la relación de México con Cuba a la antesala de la ruptura. Así, se decidió que Iruegas, el decano de mayor nivel en la institución, no tenía “el perfil requerido” para conducir las relaciones con el subhemisferio.
Iruegas adelantó su jubilación y puso fin a una carrera diplomática de 38 años. Entró a la docencia como profesor de relaciones internacionales en la Universidad Nacional Autónoma de México –su alma máter– y en la Universidad Iberoamericana. Se incorporó a la plantilla de colaboradores de La Jornada. En ese periodo también escribió un libro de investigación sobre sus raíces familiares en su estado de origen, La complicidad de Coahuila.
A partir de las controvertidas elecciones de 2006, decidió cancelar una regla de oro personal que hizo valer a lo largo de su vida como diplomático: no militar políticamente. Se incorporó al movimiento lopezobradorista, donde fue designado secretario de Relaciones Exteriores en el equipo del “gobierno legítimo”. Sus últimas actividades estuvieron volcadas a la batalla por evitar la aprobación de la iniciativa calderonista para privatizar la industria petrolera.
Un cáncer fulminante le ganó la carrera. Ayer, al principiar la tarde en La Habana, murió en el Centro de Investigaciones Médicas Quirúrgicas. Su esposa, Susana Iruegas, estaba a su lado.
La Secretaría de Relaciones Exteriores emitió anoche un comunicado para expresar sus condolencias por la muerte de Iruegas, a quien le reconoció una larga y destacada trayectoria en la diplomacia mexicana.
En la cancillería se desempeñó como subsecretario para América Latina y el Caribe, oficial mayor, director general de Organismos y Mecanismos Regionales Americanos, director general del Sistema para las Naciones Unidas y director general de Protección, entre otros cargos. En el exterior fue embajador de México en Uruguay, Noruega y Jamaica, así como cónsul general en San Diego, Estados Unidos.
Asimismo, desempeñó labores diplomáticas en las embajadas en El Salvador, Nicaragua, Brasil y Cuba.
Le sobreviven sus hijos Amuán e Itznik, y su nieta Valentina.