Escrito por Juan Carlos Moreno Romo | |
Domingo 28 de Diciembre 2008 | |
AL MARGEN…
La vida de una persona a veces se puede perder por una nada que la lleva al precipicio como a una bola de nieve que, partiendo de algo pequeño, va creciendo y creciendo conforme baja por la pendiente. Por Juan Carlos Moreno Romo Todos cometemos errores y algunos de ellos pueden ser muy graves y hasta trágicos. Hay cosas que, cuando caemos en la cuenta de lo que de verdad significan, o de sus consecuencias, querríamos no haberlas hecho nunca. «Es que yo no quería hacer tal o tal cosa», se suele decir ante los efectos impensados de nuestras acciones, o precisamente «yo no pensé…». Y esto, en mayor o menor medida, o más o menos gravemente, nos pasa a todos, pero a todos todos. «Si no hubiera aceptado esa tarjeta de crédito, y si no hubiera hecho tales y tales compras, hoy no tendría esa deuda que tengo y que me agobia». «Si no hubiese salido en coche ese día en el que me sentía tan mal, no me hubiesen fallado los reflejos y no habría provocado tal o cual accidente». «Si no hubiese querido quedar bien haciendo aquella broma, o diciendo aquella frase, no habría lastimado a tal persona, ni me habría enemistado con ella». «Si no les hubiese hecho caso a mis amigos, no habría empezado a tomar, o a fumar, o a drogarme». Y etc. La vida de una persona a veces se puede perder por una nada que la lleva al precipicio como a una bola de nieve que, partiendo de algo pequeño, va creciendo y creciendo conforme baja por la pendiente. Si Edipo no hubiese sido tan arrogante, y si en aquel banquete ese invitado que se sintió humillado por él no le hubiese dicho, movido por su necesidad de revancha, que «Edipo el renombrado» en realidad no era más que un anónimo hijo adoptado… Si Enrique VIII no hubiese tenido todo el poder que puso al servicio de su concupiscencia; si Paolo y Francesca no hubiesen leído juntos la historia de Sir Lancelot; si a Meursault ese día de playa no le hubiese irritado tanto el sol, y no hubiese traído un revolver en la mano… Hay una película más o menos mala, cuyo nombre no diré para no inducir a nadie a perder su tiempo buscándola (o viéndola, peor aún), que juega con la hipótesis narrativa de un hombre que, por alguno de esos super poderes de los que tanto gustan nuestros vecinos del norte en sus fantasías, puede volver a los momentos críticos de su vida a corregir sus peores fallas que, encima, desde su perspectiva, son más bien las de los demás. La idea no es desde luego nada nueva, y en la tal película es tratada de una manera relativamente superficial, pero creo que vale la pena servirse de ese pretexto para decir algo que no lo es. El protagonista, como quien escribe un artículo o una novela, va corrigiendo esto o lo otro, y en cada caso desencadena, al borrar las primeras desgracias, otras que a veces son incluso peores, hasta que al final la película tiene que terminar y da con la que al autor le pareció la menos mala de las correcciones, que dicho sea de paso implica su pequeña dosis de autosacrificio. Es curioso cómo en estas producciones, que en muchos sentidos se quieren postcristianas, quedan algunos restos, superficiales por supuesto, de cristianismo. Al proponernos esa solución increíble, el autor de esa película en el fondo nos está diciendo, acaso, que realmente no cree que podamos sustraernos a la fatalidad, tal y como al parecer lo pensaban, precisamente, esos autores paganos que carecían de las luces que a nosotros nos da nuestra religión. El cristianismo nos enseña, en cambio, que con la gracia de Dios y con su perdón reparador (nuestra verdadera máquina del tiempo) nosotros siempre somos más fuertes que el supuesto hado o destino, o que esa causalidad inmanente y cerrada, y supuestamente invencible, que nos iría lastrando con esas pesadas cadenas cuyos eslabones son cada uno de nuestros pecados, y que no necesitamos viajar en el tiempo para poder, en cada instante de nuestras vidas, recomenzar de verdad, y levantarnos si nos hemos caído, y volver a intentarlo, mientras tengamos vida. |