A La Familia del Obispo Mario Gasperín

EL MONTE DE LA PASCUA

Queridas familias católicas: 

1. Los saludo a todos ustedes con afecto, les agradezco su presencia, su amor a la santa Iglesia y su compromiso con sus familias: santuarios de la vida, templos del amor cristiano, escuelas de humanidad y de esperanza para la Iglesia y para nuestra patria. Gracias a mis hermanos sacerdotes por su empeño en servirles en nombre de Cristo, nuestro Buen Pastor, que vino a darnos vida en abundancia. 

2. El tiempo de Cuaresma se compara con un camino, con una subida “al Monte de la Pascua”. Es un acompañar a Jesús en su subida a Jerusalén para sufrir su pasión y arrancarnos del poder del Maligno. Por eso, cada uno de los domingos de este saludable tiempo, la liturgia nos presenta a Jesús en un monte: En el monte de la Tentación, en el cual vence y derrota a Satanás; en el monte de la Transfiguración, donde se manifiesta glorioso, como el Hijo querido del Padre que por la cruz nos lleva a la luz; y ahora, en este tercer domingo, Jesús aparece como el verdadero Templo de Dios, edificado sobre el monte Sión. De allí sólo queda a un paso el monte Calvario. La liturgia nos invita a ir “de altura en altura” hasta ver a Dios en el monte de la Pascua. 

3. Todos estos montes fueron como prefigurados y anunciados en el monte Sinaí, donde Dios se manifiesta “misericordioso hasta la milésima generación para con aquellos que lo aman y cumplen sus mandamientos”. Él acaba, en efecto, de entregar el Decálogo a Moisés. Allí se manifiesta como un “Dios celoso”, que no admite dioses extraños, ni figuras idolátricas o invocaciones supersticiosas de su Nombre. Israel debe encontrar a Dios en su santa Palabra y descubrirlo en sus acciones maravillosas, como fue la liberación de la esclavitud y el paso por el Mar rojo. Nuestro Dios es un Dios que habla, no un ídolo mudo. ¡Hay que oírlo! Un Dios que actúa, que salva y que redime, no un ídolo inerte ¡Hay que seguirlo! Escuchar su voz y proclamar sus maravillas es nuestro deber. Enseñen, papás, a sus hijos los Mandamientos de la ley de Dios y apártenlos de los ídolos de la televisión y de las supersticiones de los embaucadores. Háganlos católicos ilustrados. 

4. En el monte Sión Jesús purifica y limpia el templo de “mercaderes y cambistas”; quiere que “la casa de su Padre” sea casa de oración, donde se rinda al Padre el culto verdadero, como dirá a la Samaritana, un culto “en espíritu y en verdad”. El culto cristiano no es para sacar ventajas negociando con Dios -Te doy para que Tú me des-, sino sencillamente para adorarlo. Lo demás, vendrá “por añadidura”. Papás, enseñen a sus hijos a adorar a Dios, no a regatear con Él.  

5. Esta acción de Jesús reviste, según san Juan, un significado simbólico y profético. En efecto, la gesto violento de Jesús en el lugar sagrado reviste una “provocación” a la autoridad religiosa de Jerusalén. Será tomada después, durante su proceso, como un cargo acusatorio que le llevará a la muerte. Por eso los discípulos recuerdan el salmo 69: “el celo de tu casa me devora”. Jesús será devorado, más que por la “jauría de mastines” que dice la profecía, por el “celo” de Dios, por el amor a su Padre y por el culto que el hombre debe rendirle a su Creador. Nos viene bien una cita del Papa: “El auténtico problema de este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con ese apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto” (Carta a los Obispos, Marzo 2009). El problema de México es que hemos querido o pretendido construir una nación sin la luz que viene de Dios. Los efectos destructivos están a la vista. Padres de familia, enseñen a sus hijos a rendir a Dios un culto verdadero. Sus hogares deben ser adoratorios del Dios verdadero y toda a vida un culto agradable a Dios.  

6. Pero la acción y la profecía que entraña este evangelio supera el significado del momento. “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?”, le preguntan los judíos; y Jesús responde: “Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días”. Mal lo entenderán sus adversarios; por eso el evangelista interpreta las palabras de Jesús: “Él hablaba del templo de su cuerpo”. Los discípulos lo comprenderán hasta después de la resurrección, cuado el Padre del cielo restaure el cuerpo glorioso de Jesús. Este acontecimiento es un anuncio más de su pasión y de su resurrección, una invitación a sus familias a celebrar la Pascua. 

7. Hermanas y hermanos: Esta es la sublime revelación de este evangelio: Jesús es el verdadero templo de Dios. El cuerpo físico de Cristo es el santuario donde habita la plenitud de la divinidad. El Cuerpo de Cristo es el lugar donde nosotros debemos adorar a Dios y rendir al Padre el culto en espíritu y en verdad. En Jesús, imagen del Dios invisible, Dios se hace visible y camina con nosotros. El cuerpo de Cristo traspasado por la lanza del soldado, es el templo de donde mana toda la gracia de la redención: el agua del Bautismo, el don del Espíritu santo de la Confirmación y la sangre de la santa Eucaristía.

8. El Cuerpo de Cristo, templo santo de Dios y morada del Espíritu santo, tiene muchos miembros. Nosotros, cada uno por la gracia del Bautismo y de la Confirmación, somos parte viva de este Cuerpo, somos uno de sus miembros. Somos piedras vivas del templo santo de Dios, dirá san Pedro, porque en nosotros mora el Espíritu Santo y recibimos la gracia santificadora de la Cabeza, que es Cristo. Toda la Iglesia es “Cuerpo místico”, misterioso pero real, de Cristo y cada uno de nosotros somos miembros vivos de ese Cuerpo santo. A Dios lo debemos adorar no sólo en el templo material, no sólo en el sagrario, sino también en nuestro propio cuerpo y en el del prójimo, “templos vivos del Espíritu santo” (San Pablo): en el seno de la madre, en el recién nacido, en el prójimo necesitado… 

9. Este Cuerpo Místico de Cristo se  llama la Iglesia y se realiza y vive plenamente en nuestra Iglesia católica, aunque todavía estemos esperando la realización plena de esas promesas. La Iglesia es la novia que se está preparando para la fiesta de bodas, la prometida que se convertirá en esposa, “sin mancha ni arruga”. Así está ya en la mente de Dios y se cumplirá. Ahora, todavía el pecado nos acecha y nos lastima, pero no debemos rendirnos ni desanimarlos; para ello la Iglesia nos ofrece la medicina y el remedio: Nos alimenta con el Cuerpo y sangre sacramentales de Cristo, nos ilumina con su Palabra, en especial con su Evangelio, nos perdona y restaura con la Penitencia, nos acompaña y dirige por medio de los Pastores, nos auxilia con su gracia y nos sostiene con la oración de todos los Santos, en especial de la Virgen santísima, en quienes brilla ya en plenitud toda la fuerza redentora de Cristo. Nos espera un destino glorioso, que se cumplirá: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”. Amén.

Mario De Gasperín Gasperín

VIII Obispo de Querétaro

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