Querétaro en Viernes Santo

 

 

 

Religiosidad y tradición en la Procesión del Silencio

Diario de Querétaro

Lorena Alcalá

El aire se llena del olor de la fiesta grande: a elotes asados y a pasteles de chilacayote, a empanadas de arroz con leche, a obleas, al piloncillo de los buñuelos, y de repente al penetrante sabor de los guajolotes de papa.

Algunas casas todavía guardan la tradición de decorar sus ventanas con papel crepé morado, y sus habitantes, desde temprano sacan sus sillas y banquitos para ver en primera fila y sin necesidad de un boleto, una de las tradiciones más importantes de la capital queretana, tan importante que atrae cada año a multitud de propios y extraños, de queretanos y extranjeros, sólo para presenciarla: la Procesión del Silencio.

Encapuchados y vestidos con túnicas de diferentes colores, cada uno representando a cierta cofradía, los penitentes salen del templo de La Cruz.

Descalzos, con cadenas amarradas al tobillo, tapados de pies a cabeza y cargando la mayoría, pesadas cruces de madera, caminan cabizbajos, unos murmurando rezos, los más agobiados por el peso de su penitencia.

El sonido del tambor es el único sonido que turba su caminar, coreado únicamente por el ruido de las cadenas.

Un hombre comenta al aire: Se me pone la piel chinita al verlos.

Así pasan, entre tanto, las cofradías de la Virgen de Soriano, de la Virgen de Guadalupe, de Nuestra Señora de la Soledad, del Sagrado Corazón de Jesús, de Nuestro Señor de la Piedad, de la Virgen de la Macarena -con todo y traje de luces a sus pies-, así como el Señor del Gran Poder, que levanta a su paso murmullos cordiales:

-Ahí va el padre Morales-, se oyen los murmullos de los queretanos, que reconocen al párroco de Santa Ana y ex vocero de la Diócesis, amigo de tantos años y de tantas procesiones.

También la imagen de Nuestra Señora de los Dolores levanta murmullos, pero éstos de pena, de comprensión y de dolor:

-¡Ay Madre Mía!- susurra una anciana de entre la multitud.

Monótono sigue el tambor, y el ruido de las cadenas. Los penitentes continúan su camino por las principales calles del Centro Histórico. La policía municipal abunda sobre el primer cuadro de la ciudad, hacen rondines de entre la gente. No cabe en las aceras ni un automóvil más. La mayoría de las placas de los coches estacionados cerca son de Querétaro, de repente una de Hidalgo o del Distrito Federal.

Los concurrentes van moviendo su ubicación en función del camino de la procesión. Con cada cambio aprovechan los comerciantes para vender paletas, aguas, obleas y elotes en carritos móviles. Confluye la religiosidad y la tradición.

¡Paso a los penitentes, con sus

cruces al hombro! ¡Paso!