El Museo de Antropología e Historia

El Museo de Antropología

e Historia a revisión 

Dulce Ma. López 

 

La Jornada Semanal  

Desorientados por siglos de lógica colonial, los mexicanos esperamos hasta que llegaron los viajeros estadunidenses y europeos del siglo xix interesados en nuestro legado prehispánico, para sentirnos autorizados a construir un museo dónde conservarlo. Así fue como en 1825 se creó el Museo Nacional Mexicano, con una colección variopinta que incluía desde objetos que hoy están en museos como el de Geología e Historia Natural, hasta los del Museo de Antropología.  

Considerado ejemplar entre los museos de su tipo, el Museo de Antropología actual es cuestionado por contribuir a una idea de nación con fuertes cargas discriminatorias. Un museo que muestra un arte que no es arte, sino pura antropología… y qué tipo de antropología. Luis Alberto de la Garza , catedrático de la Facultad de Ciencias Políticas de la unam , opina: “El Museo de Antropología es para mí un gran museo, pero sigue siendo un museo que no expone arte prehispánico. Además, me ha parecido siempre una postura un poco esquizofrénica tratar de mostrar las raíces de lo nuestro de esta manera, pues el museo mismo se encarga de separar estas ‘antigüedades mexicanas’ como algo que pertenece y al mismo tiempo no pertenece a nuestra cultura. Cuando el doctor Justino Fernández escribió su libro sobre la Coatlicue , trataba de encontrar la parte estética del arte prehispánico que no había sido considerada justamente como algo estético, pero hasta ahora con los objetos pertenecientes a las culturas prehispánicas no es cuestión de historia del arte, sino de antropología. Así que, a pesar de toda esa discusión, y a pesar de todo lo que se ha hecho para recuperar el arte prehispánico, el museo sigue siendo visto como un museo antropológico y no como un museo artístico, aunque muchas de sus pretensiones sean de recuperación del arte prehispánico.”  

Lo que ahí se muestra es una miscelánea de objetos: “En la parte de la tradición prehispánica habría que hacer una diferencia entre lo que se consideran objetos artísticos y aquellos que son efectivamente más antropológicos, es decir que se refieren a las formas de vida, a los utensilios, etcétera, porque el museo tiene de todo: desde las grandes esculturas hasta los molcajetes.”  

A estas alturas, después de que perdimos nuestros propios referentes estéticos: “Si uno pone a la Venus de Milo y a la Coatlicue, pues la gente dirá: No, la Venus de Milo sí es una belleza, sí es una escultura perfecta, la Coatlicue es un monstruo, una cosa espantosa, porque estamos usando el parámetro estético de la Venus de Milo para aplicarlo a la Coatlicue, y eso es lo que a mí me sigue pareciendo un absurdo.”   

Qué decir del primer piso, el que aloja las salas llamadas etnográficas, donde lo que encontramos es la pobreza de los pueblos originarios como si fuera parte connatural de su cultura y ni una explicación del porqué de su actual situación: “Esto sucede porque en el fondo está la cuestión típica del mexican curious. Es decir, la pobreza es bonita, la pobreza es turística, la pobreza es folclórica, porque justamente se presenta como una curiosidad. Y al tratar la cuestión de la autenticidad de esas culturas de esta manera, están al mismo tiempo alejándolas de nosotros. Es decir, cualquier mexicano urbano al ver las salas etnográficas lo primero que siente es alejamiento, porque no se identifica con esa situación. Y el que está más o menos en esa situación cuando ve eso dirá: yo no soy objeto de circo, de exhibición, entonces el resultado es el contrario del que se está teóricamente buscando. Nos educan con la idea de la ciudadanía igualitaria, de que todos somos parte del mismo país, etcétera, pero el museo mismo se encargan de hacer la diferencia, de decirnos: son otras culturas.”  

Un museo antropológico debería incluir el análisis de los mecanismos de criollos y mestizos para crear tal situación, así que, o sacamos a los indios de ahí o nos metemos todos: “Un poco burlándome, decía yo, no hay una sala donde se muestre a los chilangos con su pasta de dientes, esa cosa rarita, o con sus platos de cerámica italiana, es decir, en su aculturación. La diferencia se da a partir de la propia instalación museográfica.”  

Entrevistado en un recorrido por las salas etnográficas, el etnohistoriador mexicatl Zósimo Hernández, señaló: “Es un museo estatizante, que muestra la grandiosidad prehispánica, y en el que, por ejemplo, de pronto, como si no hubiera pasado nada, se exhiben objetos para resaltar la religión católica, sin hablar de lo que ha significado y sigue significando en la historia de nuestros pueblos el sincretismo. ¿Por qué abrazan los indígenas el catolicismo? Este museo muestra el ‘éxito’ de la evangelización, de la castellanización. No dice que han sido estrategias de sobrevivencia, que como indígena tienes que ocultarte, tienes que mimetizarte en una cultura homogeneizante para más o menos seguir. Por otra parte, nuestras culturas aparecen de manera fragmentada y estática: las danzas como si estuvieran separadas de la religiosidad, de la economía, y esto es algo que no coincide con la realidad. Lo que yo quisiera ver es un continuo, y la explicación de por qué varios pueblos han desaparecido y otros están en vías de desaparecer. Hay preguntas y responsables, hablo de la política indigenista del Estado mexicano. Es en este sentido que debería ser educativo.”    Quizá no sea tan paradójico que en un país que cuenta con un museo que, aunque de manera espectacular y al parecer gloriosa, expone lo indígena de esa manera, los pueblos originarios tengan una situación tan desventajosa: “Cuando sales a la calle y ves a los niños que están limpiando parabrisas y vendiendo chicles, jamás se te ocurre que pueden ser indígenas, los indígenas que viste en el museo. ¿Y qué es lo que pasó ahí? Lo que no vemos es consecuencia de la educación que hemos recibido, la educación en la discriminación, que a lo más que llega es a la compasión: pobrecitos, así son, o así era mi abuela, pero yo ya no.”  

Precisamente el distanciamiento al que mueve su museografía es parte de la cultura nacional: mostrando “minorías nacionales” crea el efecto de minorización, los otros que yo no soy o los que ya no soy, porque quedaron en el pasado remoto gracias a mi progreso.  

“Se trata de asumir responsabilidades, de compartir liderazgos”, agrega Zósimo Hernández, así que estamos a la espera de una reformulación que no se puede dar sin la participación indígena, porque, ¿con qué criterios estéticos y epistémicos se podría realizar? ¿Sólo con los de quienes hemos sido educados bajo los de occidente?  

En su actual estado, nuestro querido Museo de Antropología resulta altamente desaconsejable para los escolares, hasta nuevo aviso

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