El triunfo de las Leyes de Reforma 1857 – 1860
Leyes de Reforma 1857 – 1860.
Diario de Querétaro
Amparo Gómez
ANTECEDENTES
No bastó obtener la independencia para formar una nación fraterna. Los nuevos gobiernos de México independiente enfrentaron serios problemas para dotar al país de un sistema político sólido y respetado. Se ensayó la monarquía constitucional, la república federal y la central; cuatro poderes en vez de tres; se promulgaron la Constitución Federal de 1824, la Constitución Centralista de 1836 -llamada Las Siete Leyes-, las Bases Orgánicas de 1843 y la Constitución Federal de 1857.
Nada parecía resolver la inestabilidad política, económica y social que aquejaba al país. Las provincias resentían el poder de la Ciudad de México; los federalistas enfrentaban a los centralistas; se presentaban planes por doquier que no cuajaban; se buscó organizar la hacienda pública y aclarar la relación Estado-Iglesia.
Centroamérica se separó en julio de 1823, sólo Chiapas quedó unida a México, y Texas se independizó en 1836. Hubo conatos separatistas en Jalisco, Zacatecas, Durango, Oaxaca, Puebla y Yucatán. Existían fricciones entre los ayuntamientos y los gobiernos estatales, y aparecieron nuevos grupos de poder como las logias masónicas yorkinas que, a partir de 1825, se enfrentaron a las ya existentes logias escocesas.
Todo ello hizo vulnerable a México frente a otras potencias. La primera, España, que no reconoció la Independencia sino hasta 1836.
Entre 1838 y 1839, una escuadra francesa bloqueó Veracruz y abrió fuego sobre el fuerte de San Juan de Ulúa. En esa ocasión Francia exigió el pago de 600 mil pesos como indemnización por las pérdidas que habían sufrido ciudadanos de esa nacionalidad durante las frecuentes revueltas y motines acaecidos en México desde 1821. En este conflicto, el general Antonio López de Santa Anna perdió la pierna izquierda al ser herido por un cañón francés y los mexicanos tuvieron que pagar el dinero reclamado, en cuya suma se incluía 60 mil pesos demandados por un pastelero francés de Tacubaya como compensación al destrozo de sus mercancías. De este suceso proviene el nombre que el pueblo dio al conflicto: «Guerra de los Pasteles».
El 22 de marzo de 1847, el general Winfield Scott y unos doce mil hombres sitiaron el puerto de Veracruz, las armas del ejército de Estados Unidos eran las mejores del mundo, por lo que la lucha fue desigual. Chapultepec fue defendido por unos mil hombres, incluyendo un medio centenar de cadetes del Colegio Militar. El día 13 de septiembre, a las 9:30 de la mañana, el general Nicolás Bravo capituló y de inmediato ondeó la bandera estadounidense en lo alto del cerro.
La ciudad de México cayó a pesar de que el pueblo luchó contra la artillería invasora por treinta y seis horas consecutivas. El ejército estadounidense izó su bandera en Palacio Nacional el 14 de septiembre. Como concesión de guerra -no por venta-, México tuvo que ceder la mitad de su territorio: Alta California, Arizona y Nuevo México, lo que sumió a la República en un abatimiento social.
La lucha contra el clero, debe aclararse, fue de carácter económico y social, no religioso: jamás los reformistas atacaron los dogmas, ya que casi todos eran practicantes de la religión católica; sin embargo, los jerarcas de la Iglesia, que veían amenazados sus intereses materiales, utilizaron la bandera religiosa para impedir que el gobierno civil conquistara la esencia misma de la soberanía.
La pugna con el ejército era de carácter político: se le señalaba como el responsable de todos los males que aquejaban a México; un ejemplo: el general Antonio López de Santa Anna, debido al desastre militar que significó para México la mutilación de su territorio.
Ante estas circunstancias surgió el partido conservador, proclamando la monarquía como la única fórmula de salvación, pues «la experiencia nos ha enseñado -decía José Maria Gutiérrez de Estrada- la imposibilidad de imponer las instituciones republicanas. Los Estados Unidos no pueden ser nuestro modelo, aunque hemos intentado que lo sean. Todo en México es monárquico».
REVOLUCIÓN DE AYUTLA
La pugna ideológica que prevaleció en nuestro país a lo largo de todos estos años constituye el antecedente inmediato de la guerra civil que inició con la Revolución de Ayutla, que enarboló como bandera el desconocimiento del general Antonio López de Santa Anna como presidente de la República. Este plan fue secundado inmediatamente por el general Juan Álvarez. Después de librar numerosas luchas militares sin conseguir derrotar a sus enemigos, Santa Anna abandonó el país el 9 de agosto de 1855; en Veracruz se embarcó hacia el extranjero.
Con la victoria de la Revolución de Ayutla parecía que la nación al fin alcanzaba la paz y entraba a la senda del progreso, y más aun cuando corrió la noticia de que el general Álvarez renunciaba a la Presidencia de la República y dejaba en su lugar al general Ignacio Comonfort como presidente sustituo, quien dos años despuès prestò juramento como presidente constitucional.
CONSTITUCIÓN DE 1857
El 5 de febrero de 1857, según lo previsto en el Plan de Ayutla, el general Comonfort promulgó la nueva constitución política que debía regir en el país. En sus artículos se declaraba, entre otras cosas, la abolición de la esclavitud, la libertad de enseñanza, la de cultos, la de trabajo y la de expresión de ideas, y además se desconocían los títulos de nobleza y se hacían desaparecer los fueros militar y eclesiástico.
Abrazaron la causa los hombres más notables del grupo liberal e hicieron posible el sostenimiento de la Carta Magna: Benito Juárez, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Luis de la Rosa, Ezequiel Montes, José María Lafragua, Manuel Doblado, Ponciano Arriaga, Francisco Zarco, José María Mata, Antonio de la Fuente, Ignacio L. Vallarta, Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Porfirio Dìaz, León Guzmán, Jesús González Ortega, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada e Ignacio Zaragoza, entre otros.
El descontento de los conservadores, que no se hizo esperar, obligó al presidente Comonfort a desconocer la vigencia de la nueva Constitución; el 16 de diciembre de ese mismo año, la Brigada «Zuloaga» proclamó el llamado «Plan de Tacubaya», por el que se pedía dejara de regir la citada Constitución y que el presidente Comonfort convocara a un Congreso general extraordinario a fin de elaborar una nueva Carta Magna que garantizara los verdaderos intereses de la nación. En los días que siguieron desconocieron a Comonfort como presidente de la República y nombraron en su lugar al general Félix Zuloaga, quien prometía salvar a la patria y conservar la religión, la unidad del Ejército y las garantías de los mexicanos.
Ante el golpe de Estado a Ignacio Comonfort, Juárez encabeza la lucha a partir del 11 de enero de 1858. Su primer acto fue abandonar la capital y dirigirse a Guanajuato, a donde llegó ocho días más tarde, donde la noticia circulò asì: «Ha llegado a èsta un indio llamado Juàrez, que se dice Presidente de la Repùblica»; ahí organizó su gabinete: Relaciones, Melchor Ocampo; Gobernación, Santos Degollado; Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, Manuel Ruiz; Hacienda, Guillermo Prieto, y Fomento, León Guzmán.
A continuación lanzó un manifiesto a la nación para hacer saber a sus habitantes que, por estar desempeñando el cargo de presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, se hacía cargo de la primera magistratura del país de acuerdo con la ley.
Como Guanajuato no ofrecía la suficiente seguridad para el gobierno republicano, al mes siguiente toda la familia enferma -así se le llamaba por su lastimoso estado político- se dirigió a Guadalajara, donde permaneció muy poco tiempo y después se trasladó a Manzanillo, Colima, donde se embarcaron en un largo viaje marítimo con dirección a Panamá, de Panamá a Cuba, de Cuba a Nueva Orleáns y de Nueva Orleáns a Veracruz, ¿por què Veracruz?, bueno porque además de ofrecer un refugio seguro tenía ventajas estratégicas: baluarte liberal, controlaba los ingresos de las aduanas, dominaba el acceso a la capital del lado de la costa y las comunicaciones con el exterior.
Antes de salir del país, Juárez designó a su secretario de Gobernación, Santos Degollado, general en jefe de las fuerzas liberales y delegó en él facultades omnímodas en todos los ramos de la administración. Asimismo nombró como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México ante el gobierno de los Estados Unidos a José María Mata.
A su llegada al puerto de Veracruz Juárez se encontró con Ignacio de la Llave, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga y otros destacados radicales. Desde ahí dio a conocer un manifiesto a la nación, a través del ministro de Melchor Ocampo: «Queda instalado el Gobierno General en esta ciudad y ya ha comenzado a recibir las más plausibles noticias respecto de las operaciones militares que en diversas partes del territorio se han efectuado… Todo anuncia el próximo triunfo de los principios consignados en el Código Fundamental y no está lejana la época de paz, que de a la Patria la verdadera felicidad».
La lucha militar se dio, en un principio, entre el ejército conservador -encabezado por Félix Zuloaga primero y por Miguel Miramón después- y el ejército republicano, encabezado por Juárez. Ambos buscaron apoyo económico y reconocimiento de su gobierno del vecino paìs del norte, quien por cierto al principio se vio indeciso entre Juárez y Zuloaga. Al final darà su apoyo al gobierno establecido en Veracruz porque èste aceptò sus condiciones. La ayuda comienza en junio de 1858, con el empréstito de dos millones de pesos con hipoteca de los Bienes del Clero; otro más de $500.000 pesos en los siguientes terminos: «en pago de dichos $500.000, el Gobierno dará $750.000, entregando $25.000 cada mes por la Aduana Marítima de Veracruz, hasta el completo pago, que quedara concluìdo en 30 meses. En garantía de este pago… el Gobierno hipoteca… los terrenos de propiedad nacional que se encuentren en los Estados de Tamaulipas y Sonora, o en el Territorio de la Baja California, a elección de los mismos prestamistas», despues doblegarán al gobierno liberal con la joya de la corona que venían buscando: el trànsito por el Istmo de Tehuantepec.
Robert McLane, representante del gobierno estadounidense, reconoció la administración de Juárez el 6 de abril de 1859, quien al entregarle sus credenciales le dijo: «Señor Presidente… Confìo en que la administraciòn de V.E. en los asuntos pùblicos de su Patria sea distinguida por la perfecciòn y la consolidaciòn de aquellos grandes principios de libertad constitucional que forman los elementos fundamentales de la verdadera libertad y que distinguen las Repùblicas de Mèxico y de los Estados Unidos de la mayor parte de los grandes Estados e Imperios del hermisferio oriental», gracias al Tratado McLane-Ocampo, a través del cual México «cede a los Estados Unidos de Norteamérica en perpetuidad, el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec, de uno a otro mar…»; afortunadamente, este tratado fue rechazado por el Senado de aquel país.
El gobierno conservador, con Félix Zuloaga a la cabeza, consiguió un préstamo de España a través del Tratado Mon-Almonte, que se firmò en Parìs el 26 de septiembre de 1859, en plena guerra de Reforma. De acuerdo con este tratado, México quedaba obligado a perseguir y castigar a los culpables de los asesinatos de los ciudadanos españoles.
Como el dinero era insuficiente, Leonardo Márquez irrumpió en la legación británica, rompió los sellos de los bonos convencionales y se apoderó de 600 mil pesos. Con este acto el gobierno conservador perdió el apoyo diplomático internacional.
El gobierno de Miramón obtuvo otro préstamo de 15 millones de pesos con el 6% anual con el banquero suizo Juan B. Jecker, respaldado por súbditos franceses. De este préstamo Miramón recibió $723,000.00 en efectivo, $468,000.00 en equipo y vestuario militar, y $14,378.700.00 en bonos de la deuda interior.
BATALLAS ENTRE LIBERALES Y CONSERVADORES
En la batalla de Salamanca, efectuada el 10 de marzo de 1858, el general Luis G. Osollo, al frente de 5400 hombres del ejército conservador, logró infligir el primer descalabro al ejército de la «coalición», que estaba encabezada por el general Parrodi. Después de ese arrollador triunfo conservador vino un largo lapso de equilibrio, con triunfos de una y otra parte, que se prolongó por poco más de dos años (de abril de 1858 a junio de 1860). Durante ese periodo se libraron importantes acciones militares en el centro, occidente y oriente del país.
Finalmente, en la zona oriental del país, el general Miguel Miramón intentó, tres veces, tomar por la fuerza de las armas el puerto de Veracruz, para arrojar de allí a Juárez; no obstante, los tres intentos se frustraron: el primero por el pronunciamiento en el pueblo de Ayotla, del general Miguel María Echegaray el 20 de diciembre de 1858; el segundo por el ataque de las tropas liberales a la ciudad de México en abril de 1859 y el tercero debido al llamado incidente de Antón Lizardo ocurrido la noche del 6 de marzo. A petición del gobierno juarista, los buques estadounidenses Indianola y Wave junto con la corbeta de guerra Saratoga, todos al mando del comandante Turner, atacaron y aprehendieron en Antón Lizardo a los barcos Miramón y Marqués de la Habana, naves que el general Miramón había comprado para asediar Veracruz por el frente del mar.
LEYES DE REFORMA
El 12 de julio de 1859 se expide el decreto conocido como Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos y de separciòn de la Iglesia y del Estado; el 23 de julio, el decreto conocido como Ley de Matrimonio Civil; y el 31 de julio, el decreto de Secularizaciòn de Cementerios y Camposantos, el 11 de agosto, el decreto conocido como Ley de Dìas Festivos y, un año mas tarde, el 4 de diciembre de 1860, el decreto conocido como Libertad de Cultos.
Los sectores reaccionarios sintieron lesionados sus intereses por la nueva legislación y la guerra civil se exacerbó. Aunque el episcopado formuló una protesta desconociendo todo derecho del gobierno liberal para decretar afectaciones a los bienes del clero, las Leyes de Reforma afirmaron el ánimo combativo de los liberales y su confianza en la victoria final, gracias al reconocimiento que obtuvieron del gobierno norteamericano.
La etapa final de la Guerra de Reforma, que se desarrolló del 15 de junio al 22 de diciembre de 1860, se caracterizó por las continuas victorias liberales hasta consumar la derrota final y disolución del ejército conservador con la victoria de la Batalla de Calpulalpan, que tuvo lugar el 22 de diciembre de 1860. El general González Ortega -con las divisiones de San Luis Potosí, Zacatecas, Jalisco y Morelia, Guanajuato y una brigada de Guadalajara, que sumaban cerca de 20 mil hombres al mando de los generales Ignacio Zaragoza, Epitacio Huerta, Leandro Valle, Florencio Antillón, Pedro Ogazón y otros- derrotó a Miguel Miramón, Comandante en Jefe del Ejército Conservador. Miramón abandonó el país y se dirigió a Europa.
– Segùn el historiador Roeder- «Las primeras noticias de la victoria llegaron a Veracruz, cuando el presidente asistìa a una funciòn de gala en el teatro. Se cantaba I Puritani, la òpera beliniana era un triunfo del empresario, la sala rebosaba de melòmanos, y la presencia del Presidente, muy aficionado al teatro, pero poco al espectàculo personal, diò un brillo particular a la concurrencia. De repente, el drama pasò de las tablas al palco presidencial. Un correo corriò las cortinas del palco, el Presidente se puso de piè, la orquesta enmudeciò y en el silencio se dejò oir la voz de Juàrez leyendo el parte que participaba la terminaciòn de la guerra. Como un solo hombre el pùblico se levantò ante el hombre que hizo posible aquel parte, y en la penumbra, Juàrez triunfò a su vez, la funciòn terminò con aclamaciones al Presidente y a (Jesùs) Gonzàlez Ortega, la orquesta tocò diana, los artistas entonaron la Marsellesa, el pùblico saliò cantando victoria y la vocinglerìa se difundiò por la plaza despertando a los mismos muertos»
Concluida la Guerra de Reforma, el gobierno de Juárez regresó a la capital el 11 de marzo de 1861, precisamente en el tercer aniversario de su fuga de la capital. Juárez recorrió en su coche las calles de la ciudad e instaló su gobierno en Palacio Nacional. Una de las primeras medidas que adoptó fue expulsar del país al arzobispo Lázaro de la Garza, a los obispos Clemente de Jesús Munguía, Joaquín Madrid, Pedro Espinosa y Pedro Barajas Díaz, así como al embajador de España, Joaquín Francisco Pacheco, y al nuncio apostólico Luis Clementi.