PARA NO OLVIDAR
(III Y ÚLTIMA)
Hugo Gutierrez Vega
La Jornada Semanal
Esto es lo que quiero recalcar: se trata de un movimiento juvenil, limpio y, en algunos momentos, hasta ingenuo.
En ese instante de nuestra historia son los jóvenes los que encabezan la lucha por la vida civilizada, el imperio de la ley y la democracia verdadera.
Tanta limpieza de miras y tanta desbordada generosidad provocaron la reacción violenta de quienes los chilenos llaman, con impecable exactitud, “momios”. Por todo esto el ensayo de Armando Bartra tiene un título acertadísimo: “Tiempo de jóvenes.”
El libro de el Pino incluye una serie de profundas reflexiones socio-económicas de Julio Bolvinik; el punto de vista de un escritor comprometido, Emmanuel Carballo; la puntual reseña de lo acontecido escrita por Ignacio Carrillo Prieto; las observaciones sobre el vaivén entre la politización y la despolitización, de Daniel Cazés; la celebración de la limpieza de miras de los muchachos del ’68, de Santiago Flores; el análisis agudo, certero, impecable de Adolfo Gilly, inteligentemente titulado: “La ruptura de los bordes” (en él se hace patente el parteaguas constituido en nuestra historia por el ’68); la memoria viva de uno de los muchachos que, con madurez impecable, encabezó el movimiento. Me refiero a Pablo Gómez.
El testimonio de otro ejemplar protagonista, Gilberto Guevara Niebla. En su ensayo se estudia con precisión el carácter democrático del movimiento y sus repercusiones en la vida política del país. Un ensayo ingenioso e inteligente de Marcela Lagarde sobre el ’68 concebido como género; los discutibles comentarios de Margarita Martínez Fisher sobre la, en mi opinión errática y desigual, postura del PAN ante el conflicto; el trascendental ensayo de Monsiváis sobre la herencia en busca de herederos de un movimiento horriblemente decapitado y, más tarde, olvidado o, lo que es más grave, mediatizado.
En este resbaladizo terreno hay que advertir que, salvo algunas lamentables excepciones, los lideres del ’68 han mantenido sus ideales vivos y siguen luchando por la democracia, la igualdad y las libertades. Exigen y, con razón, que no se olviden los hechos, y que quienes no han recibido el castigo merecido lo reciban en nombre de la más elemental justicia.
Ahí está, vegetando en su lujosa casa, tal vez el más siniestro de los culpables de dos masacres, la de octubre y la de junio, el delincuente, el asesino serial Luis Echeverría.
Completan el libro un admirable ensayo de Montemayor que parte de la epopeya de Madera y profundiza en los antecedentes; una crónica de Horacio Radetich; otra, muy acertada y muy bien escrita, de ese luchador ejemplar que es Paco Ignacio Taibo II; un estudio sobre el papel de la prensa, de Juan Manuel Valero, y el reflexivo análisis de Sergio Zermeño sobre lo que permanece de aquel año augural y terrible en el que los ángeles dejaron sus alas en las bodegas del cielo y se convirtieron en muchachos que levantaron su voz sedienta de justicia en las calles de París, en las Universidades de Estados Unidos y en las calles de nuestra Ciudad de México.
El terrible golpeteo de las ametralladoras, el ruido ensordecedor de las tanquetas, el trote de los soldados con la bayoneta calada, la aceptación de la culpa aplaudida por un lamentable coro de turiferarios, la cárcel, el retroceso en materia de libertades administradas con astucia y el sacrificio de miles de muchachos nobles y valientemente serenos… es lo que queda del ’68. Es mucho lo que queda, es mucho lo que hicieron los muchachos. Aquí quiero recordar a los caídos y celebrar a los que siguen luchando.
Este libro y otros que dan testimonio de los hechos de un año trágico, son materia viva para alimentar la esperanza. Esos muchachos votaron con sangre por la libertad. Mucho les debe nuestra débil y de nuevo traicionada democracia. Sus actos constituyen un parteaguas. Sin los muchachos del ’68 todo sería negrura. Ellos iluminaron un momento de nuestra historia. No los olvidamos. Están, como dijera el doctor Mora, en el corazón de la patria.