Algunas capillas laterales en La Catedral de México

CAPILLAS DE LA CATEDRAL DE MÉXICO

 

A parte de la capilla de los Reyes que estudiamos especialmente, se abren en la Catedral siete capillas a cada lado, formando las naves más bajas del templo . En dichas capillas se puede ver aún cómo eran los altares primitivos de la iglesia: grandes nichos con arco de medio punto y un frontón triangular cerrado sostenido por pilastras. A estos altares se les llama en las cuentas de la obra del año de 1585, «encasamentos.»

Con el tiempo, según el gusto de la época, se van modificando los altares y así tenemos en nuestras capillas, puede decirse, un muestrario de ellos. Algunas veces, sobre el mismo encasamento del siglo XVI se sobrepone un retablo barroco y aun churrigueresco. Diversas personas tomaron a su cargo el sostenimiento y culto de estas capillas y otras veces se les concedió a instituciones religiosas o a gremios: así, dos capillas pertenecieron a la famosa archicofradía del Santísimo Sacramento y Caridad; otra al gremio de los plateros bajo la advocación de San Eligio y una cuarta a los organistas y cantores de la iglesia.

 REJA ORIGINAL DE LA CAPILLA DE SAN FELIPE DE JESÚS.

 Difícil y laborioso, y no siempre muy importante, sería detallar la historia de cada capilla. Debemos pues contentarnos con indicar los datos fundamentales de ellas.

Cada capilla estaba cerrada por una rica reja de madera, tapincerán, de estilo barroco del siglo XVII y que, al parecer, hacía juego con la reja que cerraba el coro. Cada una de ellas costaba mil pesos, como veremos al tratar de la capilla de San Pedro, cuyo ornato fué costeado por ese prócer inigualado de nuestra Iglesia: el deán don Diego de Malpartida y Centeno.

En el siglo XVIII la reja del coro pareció pobre para un templo tan suntuoso y fué substituida por la actual magnífica reja, de metales ricos, hecha en Macao y obra de arte única en el mundo, como en otra parte estudiamos.

Con el advenimiento del arte neoclásico la Catedral sufre alteraciones inevitables: los retablos barrocos y churriguerescos son sustituidos por otros afiliados al nuevo estilo. Las capillas parecen oscuras y hay escritores de prestigio que claman contra las tinieblas que reinan en el templo.

Por tal razón hubo quien pensó «mejorar» el aspecto del templo sustituyendo las magníficas rejas de tapincerán por otras modestísimas de hierro y plomo, pero que permitían ver claramente en cada capilla. El benefactor, pues como tal fué considerado, se llamaba don Francisco Ontiveros; la sustitución se hizo en algunas capillas poco antes de 1874 y su munificencia llegó a tanto, que en un legado suyo ¡había dinero suficiente para cambiar todas las rejas! No sabemos si surgió alguna persona inteligente que comprendió la atrocidad que se estaba cometiendo, o fué la displicencia y dejadez con que se cubren las más ardientes iniciativas, una vez desaparecido su autor, lo que salvó las rejas que subsisten. Quien da tales noticias hace notar que se comprendía la riqueza del material y la exquisitez del trabajo en estas rejas venerables, pero que se trataba de que fuesen menos sombríos el templo y sus capillas. Como si esa penumbra, característica de todas las grandes catedrales, no fuese uno de sus mayores encantos: en ella vive el misterio, la imaginación se despierta y crea fantasías más bellas que la propia realidad.

CAPILLA DEL SANTO CRISTO O DE LAS RELIQUIAS 

CAPILLA DE LAS RELIQUIAS. UNO DE LOS ALTARES PRIMITIVOS AL QUE SE HA SUPERPUESTO UN RETABLO BARROCO.

 Es la primera capilla después de la sacristía en la nave del lado de la Epístola; su bóveda estaba cerrada ya en 1615. Su primer nombre se debe a un gran crucifijo de madera tallada que, según se dice regalo el emperador Carlos V a la iglesia de México, junto con otros cuatro a otros templos. Este Cristo ha recibido tradicionalmente el nombre de Cristo de los Conquistadores.

La capilla se destinó para conservar el gran número de reliquias que poseía y posee la Catedral. En el retablo principal se organizaron nichos con pequeñas puertas en que se encontraban, en relicarios magníficos, restos de santos y santas que habían sido obtenidos para el templo metropolitano de México. Por eso se llama también Capilla de las Reliquias. Los pequeños cuadros que cubren cada una de las puertas de los nichos están firmados en 1698 por Juan de Herrera, a quien equivocadamente llaman Couto y todos los autores que le han seguido «El Divino.»

Esta designación se aplicó a Alonso López de Herrera, que floreció a principios del siglo XVII y la tuvo bien merecida; Juan de Herrera florece a fines de la misma centuria y su trabajo es acreedor únicamente al dictado de «estimable.»

 

 

La lista de las reliquias conservadas en esta capilla es muy copiosa. Las más importantes son: un gran trozo del Lígnum Crucis que es parte del que el Papa había donado a fray Diego Salamanca para el convento de San Agustín en 1573 y que él generosamente compartió con la Catedral; «los cuerpos de San Primitivo, Santa Hilaria, otro regalado por el señor Posada en una urna, cubierto con cera y vestido lujosamente. Gran parte de los cuerpos de San Anastasio, San Gelasio y San Vito; dos cráneos de las once mil vírgenes.» Aparte de lo anterior, numerosas reliquias de santos.

Muchas de estas preseas se encontraban en relicarios que constituían verdaderas alhajas de orfebrería, los cuales en tiempo de la desamortización fueron retirados de la capilla para ser vendidos, en tanto que las reliquias se conservaron en forma más modesta.

EL CRISTO DE LOS CONQUISTADORES.

«SAGRADA FAMILIA» EN MARFIL. TESORO DE LA CATEDRAL DE MÉXICO.

 Verdaderas reliquias para México, aunque de personas no canonizadas, que se conservan en dicha capilla, son los restos de los venerables varones Gregorio López y Juan González. El primero, bien conocido en los anales de nuestra historia, pero cuyo enigma no ha podido ser aún aclarado, aparece como uno de los personajes más importantes de nuestro siglo XVI. Se supone que estaba emparentado con Felipe II, cosa presumible dado el respeto y consideraciones de que siempre gozó en la Nueva España. Procuró siempre hacer vida eremítica; en un principio, en el hospital que había fundado Bernardino Alvarez, en Oaxtepec. Allí no hizo únicamente vida contemplativa, sino que desarrolló todas sus facultades científicas y escribió un tratado de medicina, estudiando las virtudes curativas de las plantas en aquel maravilloso vergel. Más tarde se trasladó al hospital que había fundado en Santa Fe, el no menos ilustre varón don Vasco de Quiroga. Allí pasó el resto de sus días y se le iban a consultar, por encumbrados personajes del virreinato, los más difíciles problemas del gobierno de la Colonia.

Su fiel amigo y biógrafo, el bachiller Francisco Losa, trajo sus restos al convento de Santa Teresa la antigua, de donde había sido nombrado capellán en 1616. El arzobispo don Juan Pérez de la Serna los trasladó a la Catedral vieja y en tiempo del señor Manso y Zúñiga fueron enterrados en esta capilla. El doctor Juan González fué capellán del primer obispo y arzobispo, señor Zumárraga; más tarde tuvo la plaza de racionero en la Catedral. Pero sentía un incontenible afán por la vida contemplativa y solitaria, a que se añadía una inclinación especial hacia los indios, por lo cual se retiró a la ermita de la Visitación que más tarde fué convento de dominicanos, llamado Nuestra Señora de la Piedad, de donde asistía al coro catedralicio haciendo el recorrido a pie diariamente. Más tarde renunció a su cargo y se retiró por completo a su vida de ermitaño. Para hacerla todavía más intensa, se trasladó al pequeño pueblo de Santa Isabel Tola, cerca del santuario de Guadalupe. Murió en México el 5 de enero de 1590, cuando cumplía noventa años de edad. Su cadáver fué sepultado en la catedral vieja y más tarde sus restos trasladados a esta capilla.

Conserva la capilla que estudiamos más obras de arte dignas de ser mencionadas: un gran cuadro de medio punto con una pintura que representa «La Crucifixión» y se encuentra firmado por Joseph Villegas, pintor muy estimable del siglo XVII. Una imagen de la Guadalupana firmada por José de Ibarra en 1737, en cuyo reverso aparece Juan Diego en el momento de desenvolver la tilma. El cuadro era propiedad de los Señores Torres y ostentaba su marco de plata. Joya de esta capilla es un pequeño relieve en marfil que representa una «Sagrada Familia» y se halla incrustado en un pequeño nicho cubierto por un cristal. Existen algunas otras pinturas de menor importancia artística pero dignas de ser estimadas como joyas que contribuyen a la riqueza del gran templo.

CAPILLA DE SAN PEDRO

Contigua a la capilla de las Reliquias y limitando el brazo del crucero del lado de la Epístola, se encuentra la capilla de San Pedro, cuya bóveda había sido concluida ya, igualmente, en 1615. El cuadro que adorna el retablo principal representa la crucifixión de San Pedro. Encuéntrase el santo con la cabeza hacia abajo y toda la pintura es de gran fuerza; seguramente se trata de una obra flamenca del siglo XVI. Los altares laterales están dedicados, uno a Jesús, María y José, y otro a Santa Teresa de Jesús. Con el tiempo, el primero se dedicó únicamente a San José.

Tuvo esta capilla muchos benefactores para su culto y adorno. Así sabemos por documentos del archivo catedralicio lo siguiente: «Los albercas de Juan Ruiz Aragonés impusieron mill pessos para que sus réditos de sinquenta pessos se gastasen en el aceite de la lámpara del altar de Jesús María y Joseph en la capilla de San Pedro de esta iglesia cathedral: los quarenta sinco pessos para el aceite hasta donde alcansare y los cinco para el cobrador.

CAPILLA DE SAN PEDRO.

CAPILLA DE SAN PEDRO. RETABLO LATERAL.

 Corre desde 23 de noviembre del año de 91; passsó la escriptura ante Martín del Río la qual está en la Contaduría. La finca en unas cassas vajas, vna tosinería en la esquina de Jesús María de María Rodríguez.

—Así missmo dotó el señor deán doctor don Diego de Malpartida Zenteno la lámpara de Nuestro Padre San Pedro con mill pessos de principal Impuestos en las trojes de Chalco y ha más de treinta años que cuida su Señoría dicha capilla y los altares de Nuestro Padre San Pedro, Nuestra Madre Santa Thereza. Se han costeado el de Nuestra Madre Santa Theresa todo a costa de dicho deán y la talla de nuestra Madre Santa Thereza con su diadema que todo con los lienzos montarla como mili quinientos pessos. El altar de Nuestro Padre San Pedro fué de parte de vn legado que dejó Francisco González Castañeda, parte de los bienes del señor arcediano don Iñigo de Fuentes y parte que dió el dicho señor deán.-Assí mismo costó la rexa mill pessos. —Assí mismo dió dicho señor deán la vedriera de nuestro Padre San Pedro y los frontales.

 —El altar de Jesús María y Joseph que está en dicha capilla todo se costeó de bienes del capitán Juan Ruiz de Aragonés. —Don Diego de Malpartida Zenteno, rúbrica.»

El anterior documento nos enseña, independientemente de los costos de diversas partes de ella y de los benefactores que los sufragaron, lo que costaba cada reja de tapincerán de las que cubrían los arcos de las capillas: mil pesos.

El magnífico señor don Diego de Malpartida y Zenteno, deán de la Catedral de cuya munificencia conservamos más de una prueba, como la preciosa capa pluvial, joya entre los ornamentos, fué enterrado en esta capilla de su devoción el 10 de agtoso de 1711, después de ochenta y tres años de vida activa y generosa.

Nunca faltaron benefactores a la expresada capilla pues ya muerto el generoso deán procuró también su culto y adorno el arcediano don Ignacio Ceballos, aunque su caridad ofuscaba a su inteligencia: mandó fundir tres lámparas de plata que pesaban cuatrocientos siete marcos, para hacerlas de estilo moderno.

El 29 de julio de 1764 el señor Rubio y Salinas, arzobispo de México, consagró los tres altares de la misma capilla y colocó en ellos varias reliquias: en el principal, las de los santos mártires Inocencio, Claro, Celestina y Perfecta; en otro, las de los santos Columbano, Justo, Victris y Aurea, y en el último, las de los santos Constancio, Orestes, Veneranda y Justina. Dispuso que cada año, visitando la capilla en la misma fecha y debidamente dispuestos los fieles, ganasen cuarenta días de indulgencia, gracia concedida por la Congregación de Ritos.

Reliquia no de santo, pero sí de las más venerables que pueden existir para los fieles de México y aun para aquellos mexicanos que no hayan alcanzado tal categoría, es el sepulcro que se encuentra en el muro del Evangelio de la capilla, a poco más de un metro de altura, cerca del arco de entrada: allí descansan los restos del benemérito fundador del arzobispado, don fray Juan de Zumárraga. La inscripción que cubre su losa dice así:

HIC IACENT OSSA ILLMI AC RMI. D. D. P. IOANNIS DE ZUMARRAGA, EPISCOPI PRIMI, ET ARCHIEPISCOPI HUIUS STAE METROPILIT. MEXICAN. ECCLESIAE. OBIIT ANNO MDXLVIII.

Se copia la inscripción sin desatar sus múltiples abreviaturas.

Aparte del gran cuadro que representa El martirio de San Pedro, se ven en su retablo otras pinturas en tabla relativas a la historia del esclarecido apóstol, todas anónimas. El retablo del lado del Evangelio está consagrado a Santa Teresa, como hemos dicho, y revela una amalgama entre los altares primitivos de la Catedral, que consisten simplemente en encasamentos limitados por pilastras y cubiertos por frontones triangulares, y una obra moderna que viene a incrustarse en el viejo retablo del siglo XVI. La arquitectura herreriana ha sido cubierta con decoraciones pintadas y sobre ella se sobreponen los tallados dorados de la época barroca. Cubriendo el muro se encuentran lienzos con pinturas al óleo que representan Escenas de la vida de Santa Teresa de Jesús, en una de las cuales se encuentra la firma: «Echave f.» Sin duda se trata de pintura de Baltasar de Echave y Rioja, el tercero del nombre, pues su estilo es muy semejante al de sus otras obras.

El altar del lado de la Epístola está consagrado a Jesús, María y José, como hemos dicho, y en la actualidad sólo tiene la advocación del santo Patriarca. Se halla adornado con pinturas que representan Escenas de la vida de Jesús, en una de las cuales se encuentra la firma de Aguilera, pintor colonial que floreció en la primera mitad del siglo XVIII.

En tiempos anteriores se conservaban en esta capilla los santos óleos en tibores de China, riquísimos, guardados en un armario. Ahora los santos óleos se guardan en la capilla de San Felipe, en vasijas más modernas, y los tibores chinos se exhiben en el tesoro de la Catedral como algunas de sus joyas mas valiosas.

CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ANTIGUA

MARTÍNEZ MONTAÑÉZ  «EL SANTO NIÑO CAUTIVO».

 Es la primera capilla contigua al brazo del crucero de lado de la epístola. Su bóveda fué cerrada entre 1653 y 1660. Su advocación se debe a una imagen bizantina, que existe en la catedral de Sevilla y que se llama Nuestra Señora de la Antigua. Una fiel copia fué traída a la Nueva España por un mercader espadero llamado José Rodríguez quien, visitando la catedral hispalense, se prendó de la imagen y deseó obtener una copia para la Metropolitana de la Nueva España. En un principio fué colocada en algún altar del templo, pero los sirvientes de la Catedral, principalmente los músicos, encabezados por el primer organista, maestro de la capilla, licenciado Fabián Pérez, procuraron fomentar su culto y al fin lograron obtener para la imagen esta capilla, que parece haber sido concluida antes de la fecha indicada, pues se dice que en 1651 se hallaba ya instalada la imagen. Esto es posible, si se atiende a que el anterior período de construcción de la iglesia va de 1642 a 1648. Fundaron los devotos una Hermandad con el título de la Concordia, para venerar a esta imagen. No sabemos ni cuándo ni quien hizo la copia de tal pintura, pero, estudiándola de cerca, a pesar del cristal que impide su inspección, parece que ha sido restaurada en tiempos posteriores.

 Aun así revela esa espiritualidad, ese hieratismo de las imágenes bizantinas sobre un fondo cintilante de oro que simula un tapiz o una cortina, la figura se yergue en amplios pliegues en una actitud de serenidad y de reposo que conmueven. Realmente nos traslada a la primera época del cristianismo, cuando empezaron a ser pintadas imágenes después de la furia iconoclasta, por otra parte justificada, de los primeros cristianos. Buenas obras de arte se conservan en esta capilla, aparte de la imagen de Nuestra Señora, a pesar de que sus altares han sido rehechos según el llamado gusto neoclásico, para lo cual seguramente fueron destruidos valiosos retablos barrocos o churriguerescos. Conservamos, además, noticia de otra imagen de la misma advocación, de plata, que pertenecía a la congregación de que hablamos después y que encontramos descrita así en el inventario de 1743: «La imagen de nuestra Sra. de la Antigua, que será de media vara, poco más de alto con su peana con dos tornillos que hacen una pieza. Con su niño en brazos todo de encarnación como así mismo el rostro (y) manos de la Sma. Virgen, que todo como está, de plata blanca y sin quintar pesó noventa y ocho marcos cuatro onzas. Asimismo tiene dicha Soberana imagen otra peana grande, de cerca de una cuarta de alto, media vara en cuadro, con sus ocho cartelas de plata lisa, su alma de madera, que, como está pesó diez y nueve marcos dos onzas y media, que ambas partidas componen la de cuarenta y siete marcos, seis onzas y media.» Perteneció a su congregación y se encontraba en el tesoro de la Catedral para su resguardo.

 «EL SANTO NIÑO CAUTIVO» (SIN VESTIDURA DE TELA).

 Debe haber sido preciosa esta imagen, toda de plata labraba, con el niño, el rostro y manos de la Virgen te color natural, acaso conseguido con esmalte.

La obra de arte más valiosa que se encuentra en ella es la pequeña escultura llamada el Santo Niño Cautivo. Se trata de una escultura española del estilo que floreció en la península por los años de 1620 a 1630, que puede ser atribuida a Martínez Montañez. Su nombre lo debe a que realmente estuvo en Argel con su dueño don Francisco Sandoval de Zapata, que había sido nombrado para una prebenda de racionero en la Catedral de México y que fué apresado por los piratas berberiscos en 1622 y conducido a Africa en calidad de cautivo. Enterado el Cabildo de México de estos hechos, quiso rescatar a su prebendado pagando por ello dos mil pesos. Desgraciadamente el rescate llegó tarde, el justo varón había fallecido y sólo pudieron rescatarse sus restos junto con la imagen del Santo Niño. En recuerdo de su cautiverio tiene esposas en sus manos y en la peana un compendio del relato de su cautiverio y del de su dueño. Como la imagen llegó a México en 1629, año en que fué enterrado el doctor Sandoval en la iglesia de San Agustín, no se sabe dónde se haya colocado entonces. Más tarde estuvo en el altar de los Reyes y después en el altar de San José, junto a la sacristía, de donde pasó a esta capilla.

El altar del lado de la Epístola se halla dedicado a San Cayetano y además ostenta una imagen de San Nicolás Tolentino, en tanto que el del Evangelio ha sido consagrado a San Juan Nepomuceno y en él se encuentra una imagen de San Buenaventura. Bastantes obras pictóricas adornan esta capilla: una Crucifixión firmada en 1756 por Cabrera; un San José de Juan Rodríguez Juárez (1724) y un San Juan Evangelista de José Ibarra, (1740), que regaló don Juan José Toscano y Aguirre, el primero en 1742 y el segundo en 1749. Dos cuadros de Nicolás Rodríguez Juárez cuando ya era clérigo presbítero: un Nacimiento y una Presentación en el Templo.

En esta capilla tenía sus juntas y celebraba sus ceremonias una congregación llamada de Nuestra Señora de la Antigua, formada por los padres capellanes, los coristas e infantes de la Catedral, que hacían los funerales y guardaban los aniversarios de sus compañeros fallecidos que eran enterrados en ella. Poseía, como hemos visto, otra imagen de la misma advocación trabajada en plata.

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