La lucha indígena, es una lucha por la vida

Tatic Samuel: jCanan lum e Iglesia autóctona

Juan Trujillo Limones

La Jornada
“Recuerdo cuando en el conflicto del 94 los rancheros, para hostigar, cercaron la casa de don Sam, pero ahí él se puso en ayuno muchos días por la paz. No tenía miedo, las comunidades estaban llenas de soldados”, comentó Pepe, diácono tzotzil de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas al recordar al obispo Samuel Ruiz, fallecido el pasado 24 de enero.

 

El cuerpo de don Sam, así conocido entre sus colaboradores tzotziles, ha sido sepultado en la catedral de esa ciudad. Una vez más, miles de indígenas bajaron de las montañas de las cuatro direcciones para despedirse del pastor comprometido con la liberación de los pobres. Después de casi 40 años de trabajo a su lado, el pasado martes Pepe y su esposa Tere, frente al féretro, hicieron su último rezo y ofrenda a su querido don Sam.

La historia del Tatic, “nuestro padre” (en tzotzil), no sólo está vinculada a la religión cristiana o a la política, sino profundamente a la cultura y lengua de los pueblos mayenses con los que convivió por 51 años. Hace un año se conmemoró ese largo caminar por cañadas, valles y selvas de Chiapas.

Don Sam no sólo fue un defensor de los indígenas, sino también un aprendiz de éstos. La radical “opción preferencial por los pobres” implicó vivir, comer, sentir, luchar y soñar como ellos.

Se trata de un proceso social en el que desde la jerarquía se desarrolla una actitud humilde de respeto para no imponer la prédica y servir. Prueba de ello fue la cabal inculturación del cristianismo en la vida campesina que, en el contacto no sólo con la situación social, sino también con el mundo y la cosmovisión indígena produjo una transformación única y original. La simbiosis surgida de los entramados comunitarios mayas y la religión modificó radicalmente la cultura y las estructuras sociales. En ese encuentro y proceso, la prédica también sufre una mutación en la que surge un cristianismo popular, liberador y más auténtico de aquel que les fue impuesto en el siglo XVI.

El Tatic tuvo indudablemente mayor contacto con comunidades tzotziles y tzeltales. En estas últimas, el religioso no sólo logró conocer la lengua y la cultura, sino que de éstas aprendió también la sabiduría del servicio a la comunidad. Un valor tan profundo en la vida de los indígenas.

Ese servicio que don Sam encontró como un poder para fortalecer el lekil kuxlejal, “nuestro bien común”, en lengua tzeltal, es lo que con el paso del tiempo y la permanencia de su compromiso incondicional lo llevó a merecer, en el año 2000, el reconocimiento del jCanan Lum, es decir, “protector o guía”. Éste, un título de honor que contiene una fuerte autoridad espiritual para las comunidades alrededor a Amatenango. Por haber compartido ese poder en forma de servicio, en la ceremonia con los 13 ancianos, se le entregó tal honor espiritual que estos días ha congregado a miles en torno a su cuerpo.

A modo de los frailes Bartolomé de Las Casas y Pedro Lorenzo de la Nada, que en el siglo XVI pisaron las mismas tierras, ese es el camino que andan no sólo los que son protectores del indio, sino también sus humildes alumnos. Eso que no llega con sólo la formación religiosa o intelectual, sino por el compromiso de dar la vida por miles de seres humanos en miles de comunidades.

El 7 de febrero de 1980, el Tatic visitó a los tojolabales de Las Margaritas. El pasado 25 de enero, también catequistas de la región lo despidieron, su presencia se encuentra en la memoria colectiva. El tojolabal Artemio recuerda: “Pues él sí lo decía la verdad, anda diciendo, no se separen, estén unidos, porque Diosito es lo que quiere. Dios está con nosotros, no con los ricos, pero nosotros, ustedes tienen la luz buena y en medio de ustedes está Dios. Por eso yo nunca me voy a dejar con ellos, lo que me voy a dejar si me matan que me maten por ustedes (decía el Tatic). Llegaba antes en nuestra región. Yo les digo la verdad, hay que aclarar, decir lo que es cierto, denunciar lo que es malo. Va a venir un trabajo que lo que Dios nos va a exigir (…)”.

Ese martes, el féretro permitió observar el rostro del pastor por última vez. El tojolabal Rufino exclamó sobre su trabajo: “Ahí entra a visitar, hasta la montaña, aunque sea hay lodo, aunque sea que está lloviendo. Entra de por sí, hay mucha fuerza, el gordito (risas) trabajó bien. Pero ahorita el obispo que entró, nunca hemos visto la cara. No llega a la comunidad”.

En una reunión reciente del pueblo creyente, don Samuel, como obispo emérito, expresó que la línea diocesana seguiría con los principios del Concilio Vaticano II, además de fortalecer la Iglesia autóctona. Esta última es un largo proceso cultural sembrado en el mundo indígena hace muchas décadas. En aquel tiempo con la presión de los indígenas, el obispo supo que era imprescindible contar con diáconos, por lo que en 1981 llevó a cabo la primera ordenación. Para 1993, había 7 mil 822 catequistas, 422 candidatos al diaconado de 2 mil 608 comunidades. Poco después, había ya 311 diáconos permanentes.

En el presente, esa semilla ha florecido en las comunidades con sus ceremonias y ritos y se refleja hacia fuera, en sus autoridades comunitarias: espirituales, civiles, ejidales y militares. Esto, junto a la relación directa con la tierra, da forma a la autonomía. Se trata de la religiosidad ancestral y ese cristianismo popular que, en la montaña, cuevas y cañadas goza de espacios alejados de las jerarquías y del poder del capital. Esta es la fuerza de los indios en resistencia y de la que el Tatic forma parte. Impulsar el sacerdocio indígena, con esposa e hijos, es un tema polémico, pero es sólo uno de los pasos de ese camino.

Los mayas y la pastoral del Tatic han luchado por despertar la fuerza y enseñanza de los ancestros para México y el mundo. Se trata de la lucha por la vida de miles de indígenas que se devela como un camino de dignidad. Es el modo ancestral de la vida en libertad que, como ejemplo, es el aliento que es preciso sembrar, defender y cosechar.

 

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