Tendrá Querétaro sacerdotes a la altura del Padre Solalinde?

El padre Solalinde

Su tarea no es fácil. Sufre, como muchos, escasez de recursos para realizar su labor.
Manuel Gómez Granados

Hoy es difícil encontrar buenas noticias. Las posibilidades de encontrar motivos de esperanza son pocas, sea en México o en el mundo. Sin embargo, hay quienes nos sorprenden con la valentía de sus empeños y con la capacidad que tienen para generar esperanza.

Es el caso del padre Alejandro Solalinde, de Ixtepec, Oaxaca, quien ha ganado notoriedad por su valiente defensa de los emigrantes, que va más allá de una defensa de ocasión o por motivos políticos o una defensa simplemente verbal. Es un trabajo que desarrolla por fidelidad al Evangelio y como parte de los esfuerzos de la Iglesia para dar voz a quienes no la tienen, para dar de comer al hambriento y para hospedar, aunque sea temporalmente, a quienes no tienen techo.

Su tarea no es fácil. Sufre, como muchos, escasez de recursos para realizar su labor. Se enfrenta a las rigideces de las leyes mexicanas, que dificultan su trabajo y hacen que frecuentemente se le haya tratado a él mismo como a un criminal. Se enfrenta, además, a poderosos cárteles del tráfico de personas y de drogas. Unos y otros desean mantener las cosas como están, encarecer el uso del territorio mexicano como ruta de acceso a EU y, por ello, ven en el sacerdote de Ixtepec a un enemigo.

México, a pesar de tener a más de 10% de su población fuera de sus fronteras, es en buena medida una sociedad xenofóbica, racista, insolidaria, que desconfía del extranjero y ve a los emigrantes con recelo y desconfianza, ¿y quién educa para la solidaridad?, ¿la escuela?, ¿la iglesia?, ¿la familia?

La defensa de los migrantes se enfrenta a un muro de intolerancia e insensibilidad que nos indispone a reconocernos como hermanos de quienes, por la razón que sea, pasan frente a nuestra casa para buscar una mejor vida para ellos o sus hijos. Decía Ortega y Gasset que odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia y así ocurre con los presidentes municipales mexicanos que, como sus pares en Estados Unidos, culpan a los emigrantes de sus errores, de su incapacidad para atender los problemas que afectan a sus comunidades y desatan contra ellos campañas de odio, verdaderas cacerías humanas.
Afortunadamente —dentro y fuera de México— existen instituciones, grupos y personas que, sabedores del trabajo desarrollado por Solalinde y otras personas, permitieron poner el tema del trato a los emigrantes en el centro del debate político en nuestro país.

Ayudó que, a finales de 2010, fueran secuestrados varias decenas de emigrantes centro y sudamericanos al pasar por Oaxaca. El gobierno mexicano en un primer momento negó estos hechos, mientras que organismos globales como Amnistía Internacional convocaron a proteger a los migrantes. Solalinde no cejó en su empeño y logró detonar una serie de acciones: Una caravana de protesta y luego una serie de encuentros con personajes clave de la política nacional, incluidos diputados federales, quienes reconocieron la necesidad de corregir las injusticias que afectan a los emigrantes, así como un primer reconocimiento de la Secretaría de Gobernación del trabajo que realiza Solalinde y otras organizaciones a favor de los emigrantes. Incluso, la Alta Comisionada de la ONU, Navi Pillay, solicitó al gobierno mexicano que intervenga más eficazmente en el tema.

El padre Solalinde ofrece un ejemplo diáfano de lo que debemos hacer para darle contenido cierto, valiente y consistente al llamado a ser solidarios, a hacer vida el Evangelio como actitud cotidiana; en pocas palabras, a ser más humanos precisamente por ser cristianos.

*Analista

manuelggranados@gmail.com

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