Eliot: poeta del pasado y del presente
Javier Aranda Luna
La Jornada
Thomas Stearn, T. S. Eliot (1888-1965)
Cuando en 1988 se cumplió el centenario de T. S. Eliot, José Emilio Pacheco publicó en las páginas de La Jornada una primera versión de los “Cuatro cuartetos» y un año después la inconseguible edición de la Gaceta, publicada por el Fondo de Cultura Económica.
Edición por la que nunca le pagaron según comentó en su momento el propio José Emilio. A partir de entonces y para fortuna nuestra, Pacheco no abandonó el poema prácticamente hasta su muerte.
Esa primera versión de Los cuatro cuartetos fue la que conoció Octavio Paz. La misma de la que me dijo era la mejor traducción que conocía del poema en cualquier idioma.
Y vaya que Paz sabía lo que me decía, pues en una de las primeras traducciones francesas de los cuartetos había participado, según me dijo, André Gide y el propio Eliot.
A 50 años de la muerte de Eliot que se cumplieron el pasado 4 de enero, convendría publicar, me parece, esa traducción sobre uno de los más grandes poemas del siglo XX.
Sería un acto de justicia con el poeta anglosajón, con José Emilio Pacheco –gran poeta y estupendo traductor– and last but not least, con los lectores hispanohablantes.
No importa que la edición la haga una editorial pública o una privada. La sonoridad de los versos y el poder de las imágenes construidos por el poeta se deben encontrar en toda sala de lectura, en toda biblioteca pública.
Una de las últimas versiones o la última versión de José Emilio Pacheco sobre ese poema no sólo cumple con la forma poética usada por Eliot sino alcanza el propósito más profundo de su poesía: provocar con el lenguaje coloquial, la imaginación auditiva. La sonoridad es fondo y motivo de emoción.
En los Cuatro cuartetos Eliot logra lo que sólo los grandes poetas pueden alcanzar según él mismo: descubrir nuevas variantes de la sensibilidad que pueden ser apropiadas por los otros. Sensibilidad que enriquece al idioma.
La traducción de Los cuatro cuartetos según me refirió el propio José Emilio Pacheco en varias ocasiones, tendría un prólogo sobre el poema y sobre el poeta.
Mucho investigó Pacheco sobre la tradición religiosa que alimentó al poeta anglosajón. Le interesaba sobremanera su cultura anglicana. Creía como Cernuda, me parece, que la obra de Eliot estaba atravesada por el temperamento puritano. Tenía razón, el simbolismo cristiano desde una óptica de la Reforma emerge a lo largo de las sextinas que componen la obra. Ignoro si josé Emilio terminó ese prólogo. Estoy seguro que aunque no fuera así, la simple publicación del poema sería provechoso.
T.S. Eliot escribió los Cuatro cuartetos entre 1939 y 1942, en medio de la guerra. Por eso nos dice en el poema que hay otros sitios que son también el fin del mundo.
Leerlo ahora es, me parece, leer también nuestro mundo convulsionado por la violencia y leernos a nosotros mismos. Dice Eliot que
Toda oración y toda frase son un fin y un principio,
Todo poema un epitafio.
Y toda acción un paso al cadalso o la hoguera,
Un descenso por las fauces del mar
O hacia una piedra indescifrable.
Y allí es donde empezamos.
Y también apunta en el cuarteto de Little Gidding que
La comunicación
De los muertos posee lenguas de lumbre
Más allá del lenguaje de los vivos.
Sería magnífico recordar a Eliot en el espejo de tinta que nos dejó en sus versos de los Los cuatro cuartetos. Eliot es más que Cats, más que sus poemas de Old Possums’s Book of practical Cats, más que un musical en Broadway. Genial, claro, pero que no refleja al poeta que marcó con el rumor de sus versos al siglo XX y al que acabamos de empezar.