Juan Melchor Bosco Ochienna; Don Bosco

Don Bosco:

Juan Melchor Bosco Ochienna

Nuestro fundador nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi, Castelnuovo d’Asti, sus padres fueron Francisco Bosco (1780-1817) y Margarita Occhiena (1788-1856). Su padre murió de pulmonía cuando él tenía dos años. Fue educado por su madre en el trabajo cotidiano y la fe, tenía dos hermanos Antonio el de mayor edad y José el menor, Antonio disentía con él casi en todo, el otro era su amigo de juegos.
Hijo de campesinos pasó sus primeros años trabajando como pastor de ovejas en el campo, recibió su primera educación del sacerdote de su parroquia don Calasso de quien guardaría recuerdos como su segundo padre, él falleció dejando en Bosco una enseñanza clara de la fe que se hace caridad manifiesta.
Su afán por aprender fue aumentando a medida que crecía, pero la pobreza de su familia le obligó a abandonar la escuela. A los nueve años intuyó a través de un sueño que debía dedicarse a la educación de la juventud. Siendo todavía un muchacho comienza a entretener a sus coetáneos con juegos que alternaba con el trabajo, la oración y la instrucción religiosa. A los dieciséis años (en 1835) entró en el seminario.
Siendo sacerdote (1841) eligió como programa de vida: «Dame las almas llévate lo demás». Se trasladó a Turín, donde con fervor se dedicó a su trabajo. Realizaba muchas visitas a las cárceles de la ciudad, y viendo la situación en la que vivían muchos niños que habitaban en la zona, decidió dedicar su vida al rescate de los jóvenes marginados. Inició su apostolado entre los jóvenes más pobres fundando el Oratorio y poniéndolo bajo la protección de San Francisco de Sales. Con su estilo educativo y su acción pastoral, basadas en la razón, la religión y la amabilidad (Sistema preventivo) conducía con amabilidad a los adolescentes y jóvenes a la reflexión, al encuentro con Cristo y con los hermanos, a la educación de la fe y a su celebración en los sacramentos, al compromiso apostólico, civil y profesional.
Dueño de una infatigable actividad y eficacia de su acción apostólica fue constante en su «unión con Dios» y poseía una confianza ilimitada en Mª Auxiliadora que sentía como inspiradora y sostén de toda su obra.
A sus hijos salesianos les dejó en herencia una forma de vida religiosa sencilla, pero sólidamente fundada en las virtudes cristianas, la contemplación en la acción y sintetizadas en el binomio «trabajo y templanza» y su pedagogía de Sistema Preventivo. Buscó los mejores colaboradores de su obra entre sus jóvenes, dando origen a la Sociedad de San Francisco de Sales.

Imagen de San Juan Bosco en la Basílica de San Pedro en Roma
Con trabajadores laicos, hombres y mujeres, creó a los Cooperadores Salesianos para apoyar y sostener la obra de la educación de la juventud, anticipando así nuevas formas de apostolado en la Iglesia. Se encontró con Dios el 31 de enero de 1888 a los 72 años de edad. Les sucedería como rector mayor Don Migue Rúa quien le acompañó hasta el día de su partida.

Se festeja su día el 31 de enero. Es venerado en todos los países del mundo salesiano. Es el patrón de los Jóvenes, del Cine, de los magos e ilusionistas, de los talleres y de las escuelas de artesanos (F.P.), de la Buena Prensa y de los periodistas. En el centenario de su muerte, el 31 de enero de 1888, San Juan Pablo II lo declaró y proclamó Padre y Maestro de la Juventud. Su cuerpo descansa en la Basílica de Mª Auxiliadora en Turín, el lugar de peregrinación salesiano, fue beatificado el 2 de Junio de 1929 y canonizado el 1° de Abril de 1934.

«Su fe concreta y existencial fue la base de esa síntesis que lo hizo vivir constantemente en una profunda unión con Dios e hizo de él un verdadero contemplativo en la oración. Fe… que lo llevó a descubrir a Dios en la realidad cotidiana y lo movió a un constante esfuerzo por liberar, mediante el trabajo, todas las realidades mezcladas frecuentemente con el pecado» (CG 20, 534). La sorprendente capacidad creativa de Don Bosco, concretizada en obras, escritos, familias religiosas, era la consecuencia de creer contra toda esperanza, «como si viera al Invisible» (Const. 21), «tocando el cielo con la mano» (E. Ceria).

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