La Jornada Semanal
En ‘Esta bruma insensata’, la más reciente novela de Enrique Vila-Matas, el escritor español recurre al vínculo entre dos hermanos para desmantelar la contraposición entre la fe en la escritura y su rechazo. En opinión de buen número de críticos literarios, ‘Esta bruma insensata’, aparecida en 2019 bajo el sello editorial Seix Barral, es uno de los libros más inquietantes y sobresalientes del también autor de ‘Dublinesca’.
“Las casas, cuya altura se perdía en la bruma,/ parecían los dos muelles de un río crecido”, una imagen propia de Meryon. Otra parecida en Brecht.
Walter Benjamin, Libro de los Pasajes
Los diferentes artífices de
la obra aparecen envueltos en la bruma…
Juan Goytisolo, Ensayos escogidos
Pues bien, entonces, así atraen ellos, los torbellinos desde la bruma de mi alma, ellos, que vienen a mí, trayendo la antigua magia.
Ezra Pound, Primeros poemas (1908-1920)
Me parece ahora que el paisaje esencial es bruma…
Bernardo Soares, Libro del desasosiego
La hermandad y la realidad-bruma
La hermandad en Esta bruma insensata,
la más reciente novela de Enrique Vila-Matas,
uno de sus libros capitales, implica un incesante juego de contrapuntos sobre la literatura y los distintos modos de percibirla. La felicidad no es un estado inmutable, tampoco lo es la desdicha. Ocurre lo mismo con la literatura. Los hermanos Schneider, protagonistas del libro, significan dos formas de entender la creación literaria. Simon Schneider trabaja para su hermano Rainer, un autor de gran éxito que se oculta en Nueva York desde hace años y que se hace llamar Gran Bros. Desde un recinto al borde de un acantilado cerca de Cadaqués, Simon cumple con las labores de un hokusai –un distribuidor de citas para otros escritores. Entre los autores para los que trabaja podría encontrarse Thomas Pynchon (Glen Cove, Nueva York, 1937). El 27 de octubre de 2017 Simon Schneider Reus se bloqueó “cuando intentaba recordar una frase sobre el infinito”. Entonces comienza su itinerario.
El dictum de los que dicen que un escritor lo absorbe todo y que no hay uno solo de ellos que no esté influido por algún otro, invita a la creatividad. “Esta bruma insensata en la que se agitan sombras, ¿cómo podría esclarecerla?”, se pregunta Raymond Queneau –miembro de la Société Mathématique de France, del Collège de Pataphysique y de la Académie Goncourt, cofundador de OuLiPo (Ouvroir de littérature potentielle: Taller de literatura potencial) y director de la Encyclopédie de la Pléiade– en el epígrafe elegido por Vila-Matas. Quienes sobreviven en una bruma insensata se ven obligados a la búsqueda del tesoro, a la escritura, bajo pena de desesperarse, recuerda el neurólogo francés Boris Cyrulnik en Un merveilleux malheur. Afirma que los poseedores de sombras están obligados a hacer literatura en la que “la felicidad íntima se codea
con la desgracia”.
Como Raymond Queneau, Enrique Vila-Matas –Chevalier de l’Ordre National de la Légion d’Honneur– estremece los cimientos más profundos de las convenciones literarias. Ambos resultan figuras insustituibles.
Recuerdo que Bernardo Soares, ayudante de tenedor de libros de contabilidad en la ciudad de Lisboa, autor ficticio del Libro del desasosiego, escribió: “Todo se funde y permanece, bien que huyendo, una realidad-bruma en la que mi certeza zozobra y mi comprenderme […] se duerme…”
Una dicotomía
Los hermanos simbolizan visiones contrapuestas de la literatura. A la vez, cada uno está inmerso en una lucha interna. Constituyen una dicotomía: la tensión entre la fe en la escritura y el rechazo a ésta. Simon Schneider siente angustia: “Vuelvo al punto de partida de lo que quiero contar, a esa zozobra que sentí, rozando la tragedia, aquella tarde de octubre de hace unos años cuando me pareció que podían haber regresado, encima agravados, mis tropiezos de lector. Pero cuando creí entender que podía ser un problema pasajero y que de la frase que estaba copiando y en la que me había estancado podía acabar surgiendo un gran momento epifánico –una gran revelación que tal vez se hallaba oculta en la propia frase que necesitaba completar–, recuperé algo la alegría. Y tanto fue así que hasta recobré fuerzas para ir preparándome para caminar hasta el cercano pueblo de Cadaqués a buscar –me decía yo– la frase perdida.”
Continúa sobre Rainer Schneider Reus: “como cuando dijo que se había ya cansado de vivir
una completa impostura la escritura, ya que el arte no era nada, aunque había que reconocer que sólo teníamos el arte. O como cuando dijo que odiaba ya para siempre ese embuste de como mínimo cien páginas que agradaba tanto al mercado y que llevaba el nombre de novela y que siempre era algo artificial, planeado e inevitablemente trucado que exigía acontecimientos, acción al menos de vez en cuando, hechos generalmente arbitrarios, todo tipo de señoras saliendo de casa con banderas españolas a las doce de la mañana y mil obstáculos más que hacían que la novela tuviera que saltarse muchos momentos de reflexión y fuera perdiendo, por el camino, el potencial de la prosa sin aditivos. […] O como cuando dijo que no escribir más iba a significar que al final no escribiría la historia de su duda permanente entre el desprecio y la consiguiente renuncia a la escritura, o la fe injustificada en ella y la consiguiente alegría; la alegría, en definitiva, por poder seguir y así acabar entregándose, aunque fuera de un modo suicida o desesperado, a su pasión por ascender a una idea de infinito y escribir desde ella”.
Vila-Matas evoca a Verlaine y a Rimbaud: “De la obra de Gran Bros podría decirse, salvando todas las insalvables distancias, lo que dijo Verlaine sobre la renuncia de Rimbaud: ‘Cuan inmensa era la obra, así de altanero pasó el hombre, tan altanero que nunca más se ha sabido de él’.”
Simon, el narrador, especifica: “Claro que lo que desde tan etéreo lugar había pensado yo en escribir, seguí pensando, era lo que Rainer había imaginado narrar sólo para poder burlarse de mí y de mi historia: la de los tres vulgares y aburridos días de octubre de un pobre hokusai, de todo un ‘corazón simple’, de un simple ayudante o der Gehülfe infeliz, de un asesor más insípido que el más soso de los tés chinos, de un chupatintas llamado Simon Schneider, un abstemio en un bar bien iluminado”.
La apremiante incertidumbre se instala. “La duda que, primero, había tenido entre escribir o no escribir, y después, cuando ya había escrito y por tanto no podía proseguir con esa duda inicial, la disyuntiva entre despreciar a la puta escritura (con la consiguiente renuncia a ella) o abrazar la fe y la alegría y continuar: ‘Por un lado, hay una tendencia en mí a arrojarme sobre mi propia sombra. Y por el otro, un impulso de ascenso, una tendencia a viajar hacia la lejanía etérea de una buena luz matinal en la que encontrar por fin, aunque borroso, mi verdadero punto de vista. Dicho de otro modo: por un lado, hay rechazo y radical renuncia; por el otro, fe y felicidad’”, se lee en el quinto capítulo.
Artistas citadores
Sobre el arte de las citas Vila-Matas escribió: “Me acordaba de que Perec había hablado de ‘artistas citadores’, pero no recordaba qué más había dicho, por lo que fui a Google y allí no tardé en ver que, en efecto, sin ir más lejos ya en su primer libro, en Las cosas (1965), había incluido frases enteras de Flaubert, de Antelme y de Nizan, entre otros. Y también que dos años después, en su inquietante Un hombre que duerme, había recurrido a más de una decena de autores, entre los que destacaban Kafka y Melville. ‘Vivía de las citas’ llegó a decir Harry Mathews de Perec, que fue su mejor amigo.” Posteriormente se lee: “mi cabeza siempre tan sumergida en el arte de las citas”.
j. a. Masoliver Ródenas se refiere a Vila-Matas como “tejedor de citas”: “Rainer Schneider Reus ha cambiado de apellido y se ha instalado en Nueva York para convertirse en un escritor oculto.” Llamado Gran Bros, pretende ser un nuevo Pynchon, “presencia ya familiar en las novelas de Vila-Matas”. Necesita la ayuda de Simon Schneider, “proveedor de citas literarias”.
Pynchon, fantasmal
Thomas Pynchon –autor de El arco iris de gravedad, de v. y de La subasta del lote 49– es aludido en la novela. El posible Pynchon es un autor al que se le otorgan citas literarias en Esta bruma insensata. En el capítulo 31 se lee: “para narrar mi encuentro con el hombre que pudo ser Pynchon y transcribir sus implacables últimas palabras y así hallarle un sustituto a la financiación de Van Gogh, [tuve] que poner en pie toda una época ya concluida; una época acabada, consumada, más gastada que la tendencia a ocultarse de Gran Bros”. De esa manera el narrador se dirige a la conclusión, a la fase declinante que precede al bello final de la novela: una frase abierta a la interpretación.
La conversación
En entrevista, Vila-Matas conversa sobre “un giro drástico e invisible” en su trayectoria, la búsqueda de Rainer, la disyuntiva Mallarmé-Rimbaud (escribir y no-escribir), la tragedia entre hermanos y la afectación.
–En Rainer, según un crítico, hay “una oscilación entre dos conciencias: la que desea tener fe en la escritura y la que preferiría inclinarse por el desprecio y la radical renuncia”.
–Quien creo que ha sabido ver lo que aproximadamente es Esta bruma insensata es el escritor argentino Juan José Becerra, que en su reseña habla de un giro drástico e invisible en mi trayectoria, “parecido a un ejercicio de conversión cuyo argumento (como si existiera un argumento lógico cuando alguien ‘se da vuelta’) dijese: esta cosa del arte al final no anduvo; hagamos de la literatura una naturaleza”.
–Planteas, a través de Rainer y Simon, la tensión entre escribir o no escribir. También ahondas en la desaparición. ¿De qué manera relacionas Esta bruma insensata con Bartleby y compañía, sobre los autores que dejan de escribir?
–Escribí el libro buscando a Rainer. Y fui buscándolo como fui avanzando por ese rio Congo imaginario que es el texto de la novela. Avancé tratando de encontrar a mi hermano y saber de qué hablaba el libro. Y cuando llegué al final vi que en Esta bruma insensata no se iba más allá del To be or not to be, de Shakespeare, pero trasplantado al mundo de la escritura: seguir o no seguir. En cierta forma, Esta bruma insensata es un informe acerca de cómo se ha ido desplegando dentro de mí con el tiempo la cuestión planteada en Bartleby y compañía, es decir, adónde ha terminado por llevarme ese libro que no puedo negar que me ha condicionado, su sombra me persigue. La culpa, pienso a veces, la tuvo Marguerite Duras el día en que me hizo esa pregunta que me costó entender (por falta de información sobre lo que representaba cada uno de aquellos dos autores: uno la insistencia, y el otro la deserción), de hecho no la entendí nada, aun cuando simplemente preguntaba algo sencillo, aunque, todo hay que decirlo, a bocajarro, con dureza, obligándome a dar un salto en la visión de la literatura: “Perdona, Enrique, ¿Mallarmé o Rimbaud?”
–Sitúas Esta bruma insensata entre el 27 y el 29 de octubre de 2017, cuando en Cataluña se proclamaba la República. ¿Por qué elegiste un trasiego político?
–Para quitarle importancia, para discrepar
de la supuesta “actualidad”. Y es que ante la estúpida avalancha de libros que confunden lo político con lo coyuntural (lógica insigne del mercado), mi novela –tal como ha apuntado recientemente Carlos Fonseca– recuerda aquello que Nietzsche gritaba antes de caer rendido en Turín: que para ser realmente contemporáneo hay que ser intempestivo, ligeramente inactual. Porque es desde esa posición desplazada que nos provee el lenguaje, desde la cual se abre –a modo de paralaje– la distancia crítica que nos permite esbozar una discrepancia política frente al presente.
–En una entrevista con Azareen Van der Vliet Oloomi sobre Esta bruma insensata aseveraste: “El arte de la impostura es universal, creo. La literatura en sí es una puesta en escena genial y fascinante.”
–Sí. Dije que debido a esto, según Julio Ramón Ribeyro, todos los intentos de dar la impresión de no afectar –monólogo interior, lenguaje coloquial– constituyen una afectación. Tal como están las cosas, Ribeyro sugiere, y no podría estar más de acuerdo con él, que no se puede evitar la afectación inherente a la escritura, sólo la retórica que se suma a la afectación.
–¿Cómo fue la transición de la tragedia entre hermanos al planteamiento final: “A veces, cuando veo que he tenido que escribir sobre un tiempo ya tan caducado, me pregunto si no será que a lo mejor, como dicen algunos, a la ficción le gusta el pasado y por eso tiende a correr el riesgo de no ser ya sino cosa del pasado, que es lo que solían decir los hegelianos hablando del arte en general y Borges hablando de la lluvia”?
–Es sobre todo un bello final, una despedida que surgió por sí sola, como una consecuencia natural de la escritura del libro. Y en cualquier caso una frase final muy abierta a la interpretación que quiera hacer cada lector y que le conducirá inmediatamente de nuevo a la pregunta fatal: ¿Mallarmé o Rimbaud?
–Nada “evitó que su rostro siguiera apagándose, difuminándose; hubo un momento en que habría jurado que él estaba en directo desapareciendo allí mismo, en directo, delante de mí: recordaba a aquellos aristócratas de un salón de París a los que Proust decía haber visto envejecer allí mismo, en directo”. ¿Cómo interpretas la evanescencia de Rainer, pensando en la desaparición del sujeto expresada por Blanchot, aludida en Doctor Pasavento?
–Entiendo que Rainer ha renunciado a seguir escribiendo y está cediendo el paso a su hermano Simon, que podría ver mejorada su situación financiera si carga con el peso de tener que escribir la historia del encuentro entre los dos. En ese momento es cuando yo creo que la novela deja
del todo atrás la disyuntiva Mallarmé-Rimbaud (escribir y no-escribir) y los abismos cambian de nombre, como si hubieran pasado a llamarse desprecio y fe, renuncia y alegría.
–El puente de Brooklyn en la bruma, fotografía de Andreas Feininger, condensa la esencia de Esta bruma insensata. ¿Qué opinas de la obra del fotógrafo y escritor sobre técnica fotográfica que destacó por sus escenas en blanco y negro de Manhattan?
–Adoro de Feininger su imagen El fotoperiodista –de 1955, que está en el moma. Pero también La fachada de hierro fundido del edificio Potter, calle Nassau. En realidad, todas sus fotos sobre Nueva York (en realidad lo que más adoro es Nueva York), incluida El puente de Brooklyn en la bruma, que fue una foto que barajé a la hora de elegir la portada de Esta bruma insensata, aunque finalmente me decanté por la de los rascacielos más altos de Nueva York cercados por la niebla alta, pues me pareció que evocaban mejor la neblina que impedía ver a Rainer Bros, el Pynchon catalán.
–¿Qué destacas de Thomas Pynchon y de El arco iris de gravedad, de v. y de La subasta del lote 49?
–Esto sólo se lo diré a Pynchon si, tal como tengo previsto, tengo un encuentro pronto con él.