La literatura boliviana se desmarca así misma

El País

José Pablo Criales

 

La literatura boliviana ha pasado los últimos 10 años desmarcándose de sí misma. Si durante el siglo XX se distinguió por su realismo y compromiso social –como se refleja en las novelas escogidas como obras esenciales por el proyecto Biblioteca del Bicentenario–, los escritores que han emergido en los últimos años le dieron la espalda a esa tradición. Sin embargo, escogiendo géneros desde lo fantástico, el relato generacional, la crónica y la poesía, autores como Alexis Argüello, Maximiliano Barrientos, Paola Senseve, o Rodrigo Hasbún han descubierto que las heridas actuales del país se abrieron mucho antes de su crisis política. El racismo y la división regional, el machismo y el caudillismo, al igual que la incomprensión entre clases sociales que sorprendieron tras el final del Gobierno de Evo Morales, estuvieron presentes desde antes en sus obras, aún sin la intención explícita de hacerlo.

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Alexis Argüello Sandoval, nacido en 1986 en El Alto, es editor y librero independiente. Su ciudad de origen, una urbe de 850.000 habitantes, surgió como ciudad-dormitorio para los campesinos de todo el país que migraban al cinturón metropolitano de la capital, La Paz, para trabajar. “En El Alto no se vive, se sobrevive”, dice el editor. Aunque asegura que muchas cosas han cambiado.

En No me jodas, no te jodo (Sobras Selectas, 2018), Argüello selecciona 17 crónicas sobre la ciudad que siempre fue reconocida como un bastión indígena y estereotipada por su frialdad y criminalidad. Para el editor, “El Alto es víctima de un imaginario colectivo que se construyó desde fuera, sin la posibilidad de que se haga desde adentro”. En el libro se cuentan historias de equipos de fútbol secuestrados, la toma de los íconos de la arquitectura indígena por jóvenes adinerados que organizan fiestas electrónicas, y hasta la historia de un pingüino que se escapa del tráfico ilegal de mascotas. “Para el paceño, El Alto se reduce en la piratería, el crimen y la prostitución”, resume. “Es todo eso, pero también es un lugar de jóvenes inquietos por prepararse y conocer su historia, y que saben que pueden conseguir mucho más que sus padres”.

El Alto jugó un papel fundamental en el derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada, el último presidente electo antes de Evo Morales, en 2003. El año pasado, fue escenario de la muerte de 10 de las 34 personas fallecidas durante los dos meses de protestas durante la crisis política. “Me molesta esa visión de El Alto. Siempre se la consideró la carta final de los conflictos del país. Aquí se ponen hasta los muertos. Se levanta su nombre en vano, porque después ni siquiera se le dan las condiciones mínimas de desarrollo estructural”.

Hijo de dos comerciantes de libros usados e impresiones piratas que comenzaron en la Feria 16 de julio, el mercado informal más grande de Latinoamérica, Argüello toma su vocación de editor como “una necesidad y una responsabilidad” ante la urgencia de que la ciudad empiece a contarse a sí misma.

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