«El Juramento» novela de Ignacio Solares

Roberto Ponce

 

(apro).-

Nacido hacia 1945 en Ciudad Juárez, Chihuahua, el dramaturgo y ensayista Ignacio Solares presentó durante la pasada Feria del Palacio de Minería UNAM su reciente novela El juramento (Penguin Random House Grupo Editorial. 23 capítulos, 89 páginas).

Solares, viejo lobo de las letras mexicanas quien fue director de la Revista de la Universidad y autor de la intensa narración de su célebre Delirium tremens, vuelve a atrapar nuestra lectura con esta historia de un adolescente chihuahuense, amante de la filosofía y de los temas religiosos, pero quien parece titubear a la hora de tomar los hábitos y dedicar su vida al servicio de Cristo como la Suprema Divinidad.

Dice el poeta Javier Sicilia:

“Nadie en México como Ignacio Solares ha sabido relacionar los mundos invisibles con los visibles. En El juramento esos mundos adquieren al fin el rostro que siempre estuvo allí: el de Cristo, que lo aguardaba en la Tarahumara de su corazón.”

Y el best-seller judío-mexicano José Gordon:

“¿Puede un juramento más que un deseo? ¿Qué pasa si el juramento involucra lo sagrado y el deseo a la más básica afirmación de la vida? La inquietante respuesta de Ignacio Solares oscila entre la más profunda devoción y la mirada irónica de un Cristo de Luis Buñuel.”

A continuación, el primer capítulo de esta breve novela de Solares.

Uno
Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios. Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios. Estudiaba en el Instituto Regional, en Chihuahua, de jesuitas, donde terminé el último año de preparatoria, que entonces era de sólo dos. Estábamos de vacaciones y teníamos que decidir qué carrera seguir.

Yo tenía dieciocho años, casi diecinueve, porque venía atrasado desde la primaria. Mi mamá se resistía a que entrara antes al Regional. “Cómo vas a meter a una escuela de grandulones bárbaros a un niño tan dulce y sensible”. Algo que, creo, sigue creyendo de mí.

Mi mamá también es sensible y llorona, pero cuando alza la voz y toma una decisión, hasta mi papá se pone a temblar y se doblega.

Era yo amigo del padre Jesús Blanco, quien además de ser el profesor de Filosofía era una especie de guía espiritual y yo diría que hasta amigo de muchos de nosotros, pero particularmente mío.

Con sus gruesos lentes de aro de metal que escondían unos ojitos escrutadores y pugnaces, casi podría asegurarse que podía ver a través de las cosas. Sabía que yo tenía intenciones de entrar al noviciado, aunque un día me atreví a confesarle la verdad.

–No puedo creer en un Dios personal, es idolatría. Todo en el Universo es impersonal. Queremos darle una facultad divina a una persona como nosotros, de carne y hueso… Pero, lo repito, el Universo es impersonal.

–¿Y cuando morimos qué sucede?

–Supongo que primero nos vamos al Inconsciente Colectivo y ahí hacemos un juicio de nosotros mismos; si queremos podemos reencarnar o, lo más difícil porque implica un gran desprendimiento del “yo” mientras vivimos, podemos integrarnos a la Clara Luz del vacío, en donde se pierde definitivamente nuestro yo y nos integramos al Todo.

–Ya suponía una respuesta semejante por tus ideas y tu gusto por la filosofía hindú.

–Amo a Cristo como hombre. Incluso como un hombre especial, por sus enseñanzas y su capacidad de comprensión y de perdón, únicos en la historia de la humanidad. Yo creo que Cristo descubrió el amor para los hombres. Le puedo rezar como a un dios, un dios más. Pero no como al hijo de un Dios único.

–Qué complicado. Debe ser frustrante creer eso si vas a entrar al noviciado.

–No puedo evitarlo. Es cierto que me ha influido la filosofía hindú, y mis lecturas de Aldous Huxley y Willigis Jäger. Pero sobre todo Thomas Merton y su acercamiento a la filosofía hindú…

–Merton, a pesar del acercamiento a la filosofía hindú, era sacerdote y no dejó de creer nunca en Cristo como hijo de Dios.

–Doy mi vida también por lograrlo.

–¿Por qué insistes en querer ser jesuita si piensas así?

–Porque amo a Cristo como fundador de la religión más humana que hayamos podido concebir, y porque no entiendo mi vida sin Él y en otro lugar. No me interesa hacer dinero, no me interesa tener hijos e integrarme a una sociedad que repudio. Quiero llevar la vida de un jesuita y dedicarme a ayudar a mis hermanos, los tarahumaras. Además le repito que, al margen de mis ideas, porque amo a Cristo como hombre y sus enseñanzas, puedo comulgar y el día de mañana impartir misa.

(apro).- Nacido hacia 1945 en Ciudad Juárez, Chihuahua, el dramaturgo y ensayista Ignacio Solares presentó durante la pasada Feria del Palacio de Minería UNAM su reciente novela El juramento (Penguin Random House Grupo Editorial. 23 capítulos, 89 páginas).

Solares, viejo lobo de las letras mexicanas quien fue director de la Revista de la Universidad y autor de la intensa narración de su célebre Delirium tremens, vuelve a atrapar nuestra lectura con esta historia de un adolescente chihuahuense, amante de la filosofía y de los temas religiosos, pero quien parece titubear a la hora de tomar los hábitos y dedicar su vida al servicio de Cristo como la Suprema Divinidad.

Dice el poeta Javier Sicilia:

“Nadie en México como Ignacio Solares ha sabido relacionar los mundos invisibles con los visibles. En El juramento esos mundos adquieren al fin el rostro que siempre estuvo allí: el de Cristo, que lo aguardaba en la Tarahumara de su corazón.”

Y el best-seller judío-mexicano José Gordon:

“¿Puede un juramento más que un deseo? ¿Qué pasa si el juramento involucra lo sagrado y el deseo a la más básica afirmación de la vida? La inquietante respuesta de Ignacio Solares oscila entre la más profunda devoción y la mirada irónica de un Cristo de Luis Buñuel.”

A continuación, el primer capítulo de esta breve novela de Solares.

Uno
Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios. Creo que Cristo es Dios. No creo que Cristo sea Dios. Estudiaba en el Instituto Regional, en Chihuahua, de jesuitas, donde terminé el último año de preparatoria, que entonces era de sólo dos. Estábamos de vacaciones y teníamos que decidir qué carrera seguir.

Yo tenía dieciocho años, casi diecinueve, porque venía atrasado desde la primaria. Mi mamá se resistía a que entrara antes al Regional. “Cómo vas a meter a una escuela de grandulones bárbaros a un niño tan dulce y sensible”. Algo que, creo, sigue creyendo de mí.

Mi mamá también es sensible y llorona, pero cuando alza la voz y toma una decisión, hasta mi papá se pone a temblar y se doblega.

Era yo amigo del padre Jesús Blanco, quien además de ser el profesor de Filosofía era una especie de guía espiritual y yo diría que hasta amigo de muchos de nosotros, pero particularmente mío.

Con sus gruesos lentes de aro de metal que escondían unos ojitos escrutadores y pugnaces, casi podría asegurarse que podía ver a través de las cosas. Sabía que yo tenía intenciones de entrar al noviciado, aunque un día me atreví a confesarle la verdad.

–No puedo creer en un Dios personal, es idolatría. Todo en el Universo es impersonal. Queremos darle una facultad divina a una persona como nosotros, de carne y hueso… Pero, lo repito, el Universo es impersonal.

–¿Y cuando morimos qué sucede?

–Supongo que primero nos vamos al Inconsciente Colectivo y ahí hacemos un juicio de nosotros mismos; si queremos podemos reencarnar o, lo más difícil porque implica un gran desprendimiento del “yo” mientras vivimos, podemos integrarnos a la Clara Luz del vacío, en donde se pierde definitivamente nuestro yo y nos integramos al Todo.

–Ya suponía una respuesta semejante por tus ideas y tu gusto por la filosofía hindú.

–Amo a Cristo como hombre. Incluso como un hombre especial, por sus enseñanzas y su capacidad de comprensión y de perdón, únicos en la historia de la humanidad. Yo creo que Cristo descubrió el amor para los hombres. Le puedo rezar como a un dios, un dios más. Pero no como al hijo de un Dios único.

–Qué complicado. Debe ser frustrante creer eso si vas a entrar al noviciado.

–No puedo evitarlo. Es cierto que me ha influido la filosofía hindú, y mis lecturas de Aldous Huxley y Willigis Jäger. Pero sobre todo Thomas Merton y su acercamiento a la filosofía hindú…

–Merton, a pesar del acercamiento a la filosofía hindú, era sacerdote y no dejó de creer nunca en Cristo como hijo de Dios.

–Doy mi vida también por lograrlo.

–¿Por qué insistes en querer ser jesuita si piensas así?

–Porque amo a Cristo como fundador de la religión más humana que hayamos podido concebir, y porque no entiendo mi vida sin Él y en otro lugar. No me interesa hacer dinero, no me interesa tener hijos e integrarme a una sociedad que repudio. Quiero llevar la vida de un jesuita y dedicarme a ayudar a mis hermanos, los tarahumaras. Además le repito que, al margen de mis ideas, porque amo a Cristo como hombre y sus enseñanzas, puedo comulgar y el día de mañana impartir misa.

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