Juan Gelman

Moises Elias Fuentes

La Jornada Semanal

 

A casi un siglo de su nacimiento, aquí se celebra la obra del gran poeta argentino profundamente avecindado en México, Juan Gelman (1930-2014), reunida en el tomo publicado por Editorial Era ‘de atrásalante en su porfía’: la temprana influencia de Vicente Huidobro y Pablo Neruda, las luchas con la lengua para hacerla al deshacerla, el sedimento político y social imbricado en sus temas, el tango, la historia, los demás y el amor a la palabra que es también el otro, el semejante, en fin, un breve y acertado homenaje que hace lo que debe: invitar a la lectura de la obra del poeta.
Serigrafía sobre papel nepalés, Script es un políptico de Jan Hendrix, compuesto por más de quinientas breves serigrafías que guardan, para la mirada acuciosa, plantas acuáticas, hojas marchitas, árboles atardecidos, maleza seca, larvas, insectos… Es decir, seres que fueron unos y han de ser otros, seres en la tarea de ser y a la espera de ser. Congregación cuya naturaleza se puede ver, pero no pronunciar.

Un fragmento de tal congregación forma parte de la portada del poemario de atrásalante en su porfía, publicado por el poeta Juan Gelman hacia 2009 en Ciudad de México. (De hecho, el subtítulo dice Ciudad de México, 2007-2009, donde fue editado bajo los sellos de Ediciones Era y de la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México.) Revelador, el poeta concibió de atrásalante en su porfía cuando se suponía que ya había establecido un orden definitivo a su extensa obra poética. Revelador, insisto, porque con el volumen el poeta reiteró su plena convicción de que la búsqueda del poema en el lenguaje implica, al mismo tiempo, la renovación del lenguaje a través del poema.

Así como la serigrafía de Hendrix colecta centenares de mini-serigrafías, en sus 180 páginas de atrásalante en su porfía colecta poco más de centenar y medio de poemas breves (unos cuantos sobrepasan la página de extensión), en los que el poeta argentino buscó incitar a la lengua a desobedecer la adocenada lógica de las leyes gramaticales, que impiden sentir, en su horror y su hermosura, la vida diaria. Así, en “Molestias”, Gelman escribió imperativo: “Vean, vean/ qué pasa en una calle/ furtiva y la silueta/ de una vergüenza sin amparo.”

Para Gelman dicha desobediencia se iniciaba al cuestionar el estancamiento de la lengua en la contemplación acrítica de su pasado, estancamiento que trae aparejado el rechazo a la reinvención creativa, que sólo puede llevar a cabo el habla viva. Con versos encabalgados, en “Restos” el poeta enunció la pregunta demoledora: “¿Qué hace ahí la palabra/ arrastrada a pensar los siglos tristes/ que lleva en sus heridas?”

Leerse a sí mismo

A la contemplación acrítica del pasado, el poeta argentino opuso la incertidumbre de la lengua activa, la que avanza y titubea, se desdice y se rehace, en permanente proceso evolutivo; es la lengua en movimiento que devela el yo que soy y el otro en que me reencuentro, que Gelman vislumbró cimentada en el “Azar”: “Quien se lee a sí mismo encuentra/ faltas de ortografía, faltas/ de su verdad, faltas/ de las que nació el tiempo/ sin vos, donde/ la falta era uno.”

Poeta conversacional, no por ello Gelman se alejó de las influencias que recibió del surrealismo de Pablo Neruda y el creacionismo de Vicente Huidobro, sino que, al contrario, desde sus primeros poemas los engarzó con el coloquialismo, ebanistería de años de la que surgió un discurso poético de muy particular equilibrio: animoso y sutil en su contenido, dúctil y estilizado en su continente. Es el equilibrio que despunta en de atrásalante en su porfía, donde el poeta desquició la realidad inalterable con poemas en que articuló sus propias incertidumbres, ya con ecos de Huidobro, ya de Neruda.

Así, en “No se sabe”, las preguntas tienen ecos creacionistas: “¿Qué distancia hay entre/ el deseo y la vida? ¿Cómo/ esa distancia sellada se recorre/ sin párpados de miedo?”; mientras que, en
“La entrada” las interrogantes remiten al surrealismo nerudiano: “¿Qué aprende el alma de eso? ¿Su acabar,/ los restos que no viven adentro?/ ¿Llega a ser libre de sí misma?” En ambos casos, el poeta argentino se expresó con otros acentos, por si acaso pudiera, de tal modo, atisbar respuestas a sus dilemas.

Parco en cuanto a metáforas, Gelman no lo fue en imágenes mentales, con las que delineaba las íntimas evidencias de la vida que termina, por lo que en “Restaurantes” escribe: “Las telarañas del tiempo atrapan/ sueños de mi pasado/ y hacen su pasado así.” En otro poema, “La esquina”, las imágenes aluden a microcosmos en constante reinvención, inteligibles sólo para quien ha entrevisto la extraña poética de la cotidianidad citadina: “En De la Luz y Cráter se ven,/ camino del Ajusco,/ las imaginaciones de la tierra de nadie,/ el sueño de los espejismos/ que quieren todo. Nómadas/ de la palabra pasan/ a grupas de un silencio.”

Ahora bien, al emparentarse con el tango, dicha poética citadina deviene poética de la denuncia social, que en de atrásalante en su porfía asoma en versos de sutiles acentos musicales, con los que Gelman refrendó el influjo, en su poesía, de letristas tangueros como Enrique Santos Discépolo, Alfredo Le Pera o Celedonio Flores, quienes en la década de 1920 le cantaron al proletariado hacinado en los arrabales, postergado por la oligarquía del festín de la abundancia en el “granero del mundo”, y que en la de 1930 (conocida en Argentina como la década infame), trovaron las congojas del pueblo, afrentado por la misma oligarquía excluyente y su insensato derroche de las riquezas nacionales. Y de esa vena tanguera, que expone humillación y desamparo, derivan los versos de “Armaduras”: “¿Dónde colgaron el vuelo del/ sin trabajo en hogares/ donde una dura voz dice no?/ El tiempo se espanta de sí, de/ lo que no piensa ni calcula./ Hay sueños en la mesa servida/ que no se pueden comer, abren/ heridas en la nada hueca,/ fantasmas que vuelven/ a la lengua en un sollozo mudo.”

Poesía versus terrorismo de Estado

Militante político que sufrió en carne propia la brutal represión que aplicó la dictadura argentina de 1976 contra sus opositores (reales o supuestos), el terrorismo de Estado fue tema recurrente para el poeta Gelman, y aunque rara vez emerge en de atrásalante en su porfía, cuando emerge, es desde una perspectiva fuertemente humana, de modo que el dolor y el desamparo de las víctimas cobran un carácter doble, universal e individual, que al mismo tiempo nos lastima a todos y me lastima a mí; un sufrimiento en que somos nos y otros, tal como se entrevé en los versos de “Rincones”: “La roldana en el techo, un hombre/ que cuelga de los pies esposados/ y es hundido una y otra vez/ en un tanque lleno de agua. Mojan/ su tejido de miedo con una/ repetición que es punto del vacío.”

Por lo demás, de la misma forma en que le confirió un doble carácter (universal e individual) al martirio de los hombres y las mujeres victimizados por el terrorismo estatal, que es un hecho exterior a ellos y ellas como sujetos, el poeta argentino también individualizó y universalizó otro martirio, procedente de la conciencia de nuestra finitud, como la trazan los primeros versos de “Vigilias”: “En los alrededores de esta/ noche despierta pasa un tren/ con un solo pasajero, mi infancia.” El tren de los juegos infantiles se transforma en conciencia que nos devela la sencilla y despiadada paradoja de ser irrepetibles y efímeros, la que “Vigilias” cifra en sus
dos últimos versos: “Es grave la ceguera de/ ser haber sido.”

Transgresor de las limitaciones expresivas de la lengua, hacedor por lo mismo de neologismos y giros lunfardos, es interesante comprobar que en de atrásalante en su porfía Gelman casi no deslizó ni unos ni otros. Sin embargo, tal ausencia no redunda en cordialidad con la lengua, sino en un modo distinto de transgresión, porque si en otros poemarios el lunfardo y los nuevos vocablos pronunciaban las respuestas que no se atrevía a contestar la lengua, en de atrásalante en su porfía las preguntas advierten la urgencia de imaginar y articular nuevas réplicas. De ahí la recurrencia de interrogaciones, directas o indirectas, en de atrásalante en su porfía. Tal el caso de la interrogante de “Renovaciones”: “Ser arrojado en/ desalientos de pobre y moscas,/ rehace el cómo, dónde, cuándo,/ a descifrar en esperas calientes./ ¿Quién pidió aceite para/ la llave que nada abre, infeliz?”

Para crear la lengua poética, debemos revolvernos contra la lengua lógica y prudente, pero incapaz de intercomunicar las fantasías de la realidad con las realidades fantásticas. O como aseveran los primeros versos de “Tus palabras en las mías”: “La obediencia a la lengua/ no sabe lo que dice/ en las imperfecciones del amor que/ revoluciona el alma cada día.” He ahí el anhelo esencial que vibra en de atrásalante en su porfía, la fragua permanente de la lengua humana, intensamente humana. Lengua que es y que se está haciendo, como los seres hospedados en la serigrafía de Hendrix.

No otra fue la aspiración y la labor creativa de Juan Gelman, fallecido el 14 de enero de 2014 en esta Ciudad de México que fue tan suya, lejos, pero no demasiado, de aquella Buenos Aires en que nació el 3 de mayo de 1930, hace noventa años. Aspiración y labor que el poeta enunció en su hermoso discurso de recepción del Premio Reina Sofía 2005, y del que me atrevo a reproducir un párrafo, a manera de ars poetica: “La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía. Va a la realidad y la devuelve otra. Espera el milagro, pero sobre todo busca la materia que lo hace. Nombra lo que la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido todavía. Sólo en lo desconocido canta la poesía. Ella acepta el espesor de la tragedia humana, pero no obedece al principio de la realidad sino al orden del deseo. Choca contra los límites de la lengua y va más allá en el intento de responder al llamado de un amor que no cesa. Es un movimiento hacia el Otro, pasa de su misterio al misterio de todos y les ofrece rostros que duran la eternidad de un resplandor. Corrige la fealdad, es ajena al cálculo y da cobijo en sus tiendas de fuego. Se instala en la lengua como cuerpo y no la deja dormir.”

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