Víctor Manuel Mendiola
La Jornada Semanal
Respondo al segundo “ramillete” de Evodio Escalante, publicado en La Jornada Semanal (núm. 1310, 12/iv/2020). La historia es más simple: no soy un editor dogmático. En los libros que publico hay cosas con las que no concuerdo, pero respeto. ¿Acaso Escalante piensa que yo iba a meterle mano a la cuidadosa traducción de Eugenio Florit, aunque tenga –como dice Villaurrutia de la traducción de Guillén– aciertos parciales? Asimismo, publiqué, obviamente con la “venia” del maestro, la “discutible” traducción del “Soneto en ix” porque consideré que era interesante observar una interpretación “salvaje” de ese texto. Si Escalante, siguiendo a Manuel Santayana –un conocedor de la lengua francesa, que el buen lector Escalante no vio en su primera lectura– hubiera cuestionado algunas soluciones o, incluso, si él hubiera dicho que no le gustaba esta traducción, todo habría sucedido de manera normal y yo, como editor, habría permanecido en silencio. Sin embargo, no fue así. Escalante intentó menospreciar sin ninguna razón una buena traducción con juicios amarillistas, “traducción fallida”; con comparaciones de neófito, palabra contra palabra; y, peor aún, para hacerlo descalificó a un poeta que es, le guste o no, muy bueno.
Pero ahora, en su estilo desaforado, la emprende contra el editor. A lo que yo contesto: la crítica motiva siempre un “no”. Pero ¿qué clase de “no”? Un “no” significativo y necesario. En cambio, la crítica de Escalante, la que él prefiere, sobre todo cuando trata de hablar de poesía que no comprende –la poesía de Paz o la traducción de Florit–, es exagerada e impertinente. Las opiniones de Escalante plantean una crítica reactiva y, muchas veces, reaccionaria. Por esta razón a Escalante le sale muy bien hablar de poetas menores, sin gran importancia, y políticamente correctos (los estridentistas o Mario Santiago Papasquiaro); y le sale muy mal cuando intenta hacerlo de autores más densos y originales.
Se necesita estar medio perdido para ponerse a discutir una traducción de Hegel sin saber alemán. ¿Cómo se atrevió Escalante a hacerle no sólo reparos a la versión de La fenomenología del espíritu de Manuel Jiménez Redondo, publicada por Pretextos, sino a descalificarla? Es inexplicable o, si es explicable, revela que Herr Professor perdió la brújula. No, perdió la cabeza. Por eso Jiménez Redondo se extraña con toda razón: “Me pregunto si lee usted alemán”. ¿Lee bien francés? Un profesor sin cabeza. Una paradoja.
Pero lo importante es El cementerio marino. La edición que acabamos de publicar busca, en un contexto social en el que cada vez es más difícil producir esta clase de libros, contribuir a la necesaria relectura de los grandes poemas de principios del siglo xx, tan necesaria en estos momentos del arte sin arte, de la poesía sin poesía y de la crítica sin crítica.