Vsévolod Méyerhold

Alejandro García Abreu

La Jornada Semanal

 

Aquí se evoca el trágico asesinato del director ruso de teatro Vsévolod Méyerhold (Penza, 1874-Moscú, 1940), artista censurado y perseguido por Stalin, ocurrido hace ochenta años. Fue el gran innovador del arte de la escena y Sergio Pitol, en uno de los ensayos de ‘El viaje’, “La carta de Méyerhold” afirma: “Méyerhold fue al teatro lo que Eisenstein al cine.”
El director teatral Vsévolod Méyerhold (Penza, Rusia, 1874-Moscú, 1940), un visionario absoluto, experimentó e investigó sobre formas nuevas. En 1928 el partido de Stalin se opuso al “arte no político”. Una de las medidas fue apoderarse de los puestos de los comités de censura y exigir que ésta se ejerciese sobre el ensayo general de cada pieza de teatro. En 1930, el Consejo de Comisarios del Pueblo dio una resolución: encaminar a los teatros a la construcción del socialismo. En un telegrama enviado a Vladímir Maiakovski en 1928 escribió: “El teatro está agonizando”, recuerda la autora Cristina Vizcaíno.

Una década después del envío del telegrama, Alexei Popov lo apoyó como creador libre e independiente. Comenzaron los Procesos de Moscú. Konstantín Stanislavski le ofreció un cargo en los Estudios del Teatro de Arte de Moscú.

En “La carta de Méyerhold”, Sergio Pitol narró que entre 1933 y 1939 fueron detenidos en la Unión Soviética centenares de miles de ciudadanos sospechosos de actividades terroristas. Eran considerados enemigos del régimen. Fueron arrestados el escritor Isaak Bábel y el director teatral Vsévolod Méyerhold, “el más importante renovador del teatro ruso. Méyerhold fue al teatro lo que Eisenstein al cine.” Pitol escribió sobre el director teatral: “En el expediente de Vsévolod Méyerhold, Shentalinski encontró una carta dirigida a Viacheslav Mólotov, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, con la seguridad de que si llegase a sus manos él sería liberado […].” Concluyó Pitol sobre Méyerhold: “Le imposibilitaron la tarea, lo hicieron fracasar. Y lo que lograron fue un suicidio.” En la carta, que Pitol reprodujo, se lee:

Los oficiales de instrucción me aplicaron métodos físicos, y fui golpeado pese a ser un anciano enfermo de sesenta y cinco años. Me obligaban a tumbarme boca abajo en el suelo y me pegaban en los talones y la espalda con una porra de goma. También hacían que me sentara en una silla, para golpearme fuertemente las piernas con el mismo instrumento. Los días posteriores, cuando mis muslos y mis pantorrillas mostraban abundantes huellas de hemorragias internas, volvían a pegarme golpes en los cardenales rojos, azules y amarillos. […] Lanzaba alaridos y lloraba de dolor. Siguieron golpeándome la espalda con la porra y dándome brutales puñetazos, acompañados de “ataques psíquicos”, que me producían un miedo tan terrible que mi personalidad se vio afectada hasta lo más profundo.

Mis tejidos nerviosos llegaron a rozar mi tegumento, mi piel se hizo tan tierna y sensible como la de un niño, y mis ojos vertían torrentes de lágrimas debido al insoportable dolor físico y moral. Tirado por tierra, con la cara vuelta hacia el suelo, se reveló que yo era capaz de retorcerme […]. Tenía tales temblores nerviosos que uno de los guardianes, al devolverme a la celda después de uno de esos tratamientos, me preguntó: “¿Es que tienes paludismo?” Cuando me tumbé en mi catre de tablas y me dormí, después de 18 horas de interrogatorio y ante el temor de una nueva sesión, fue mi propio gemido el que me despertó: mi cuerpo se hallaba sacudido por estremecimientos similares a los de los enfermos que mueren de fiebres tifoideas.

La aprensión provoca miedo, y el miedo reacciones de autodefensa.

“¡La muerte (oh, desde luego), la muerte es mucho mejor que eso!”, se dice el detenido. También yo me lo dije. Y me acusé a mí mismo con la esperanza de que esas calumnias me condujeran al cadalso.

El suicidio al que alude Pitol corresponde a la manifestación de los pensamientos de Méyerhold y a su poder de innovación. Tiempo atrás, antes de que en la misiva describiera el horror, mandó una carta al fiscal de la Unión Soviética en la que denunciaba los terribles tratos y las presiones que recibía para que pidiera perdón por sus ideas. Y en un discurso de 1939 dijo que el realismo socialista nada tenía que ver con el arte y que sin arte no hay teatro.

“Tres días después fue capturado, deportado a un campo de exterminio en Siberia y torturado. Veinticinco días más tarde, dos asaltantes entraron en su casa de Moscú y apuñalaron 17 veces, incluidos ambos ojos, a su segunda esposa, la actriz Zinaida Reich (1894-1939). Fue encontrada agonizando y consciente, pidiendo que sacaran a sus hijos del apartamento y, después, rogando a su médico que desistiera y que la dejara morir en paz. Absolutamente nada fue sustraído de su casa. Presuntamente, el crimen fue perpetrado por el Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos”, narró el periodista Antonio Casia.

El primero de febrero de 1940 un tribunal militar condenó a Vsévolod Méyerhold a la pena de muerte bajo las falsas acusaciones de ser espía de los británicos y de los japoneses. Al día siguiente, a los sesenta y cinco años de edad, fue fusilado.

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